Adiós al legendario Tropezón, del delta
El legendario recreo del delta, El Tropezón, cerró sus puertas y los dueños de siempre no tienen intención de reabrir el parador que fue visitado por generaciones de argentinos, por el presidente Arturo Frondizi y por muchos intelectuales que fueron a leer la carta postuma y a conocer el lugar donde se suicidó el escritor Leopoldo Lugones.
Esto ocurrió en 1938, en la habitación número 9 del hostal "El Tropezón", en el delta del Paraná, San Fernando, provincia de Buenos Aires.
La carta sigue ahí, en la pared. Pero ya no la ven curiosos, paseantes, profesores de literatura, enamorados.
El Tropezón está cerrado desde abril y nada hace suponer que sus dueños quieran reabrirlo.
"Algunos turistas se volvieron muy maleducados", dijo Manuel Berisso junto su esposa.
"Se subían a los árboles, cortaban frutas sólo para tirarlas al río; no los podíamos manejar". Es que están grandes.
Manuel nació ahí mismo, en una de las habitaciones, en 1928, el año en que la hostería fue inaugurada en la típica casa del delta: con pilotes de madera, techos de chapa acanalada, galería cubierta para ver llover y tronar y caerse el cielo sobre el Paraná de las Palmas.
Desde entonces, fue un lugar de referencia en la zona y el turismo se daba cita en sus veinte habitaciones, en su amplio salón comedor, bajo la luz de lámparas inglesas de los años 40, en los jardines con flores.
El bar, con su enorme caja registradora y los estantes atiborrados de botellas de todos los tamaños y colores, fue testigo discreto del paso del presidente Arturo Frondizi, de escritores como David Viñas, Haroldo Conti, Martín Caparrós y Juan Martini, entre otros.
El Tropezón fue lugar de descanso y de amores furtivos.
Todos se deleitaron con los ravioles caseros y los dulces en conservas elaborados por los propios dueños.
Nadie dejó de pasar por la habitación donde se suicidó Lugones, convencido de que la vida no valía la pena si lo separaban de su amante adolescente. Y más convencido, aún, de que su hijo, el comisario Polo Lugones, iba a cumplir todas sus amenazas para impedir el romance del anciano escritor modernista con una colegiala.
El Tropezón no se modernizó, como otras casonas del Delta.
Mantuvo su aire melancólico, su belleza serena y, sobre todo, la hospitalidad apacible y algo distante que caracteriza a las familias isleñas.
Para muchos, que lo elegían para un fin de semana de lectura, mate y charla en la orilla del río, ese aire antiguo fue su mayor encanto.
"No es falta de trabajo", dijeron.
No cerraron por eso. No es por plata. Trabajaban bien, aseguraron los expertos en turismo.
En el año 2000 la casa fue honrada como edificio patrimonial por el Municipio de San Fernando, una distinción que reciben las propiedades que conservan sus rasgos arquitectónicos originales.
Fue el exiguo aporte desde el Estado a 70 años de trabajo, al sostenimiento de la única referencia sobre el Tigre que figuró durante décadas en las guías de turismo internacional.
"Para nosotros es lamentable ---dice Amalia Sosa, directora de Turismo del Municipio-- porque es un casa emblemática. Allí se hicieron congresos isleños. Siempre le hemos dado un lugar primordial a la hora de promover el turismo. Pero con esa familia nos unen lazos de afecto importantes y respetamos su decisión. Cumplieron con la comunidad y el turismo y tienen derecho a descansar".
El Tropezón, no obstante, continúa figurando en la página de internet de la municipalidad, como para dejar en pie alguna esperanza.
"No está en venta, no lo vamos a alquilar y no lo vamos a reabrir", dijo terminante Berisso, quien con cordialidad dejó en claro que prefiere no hablar sobre el cierre.
"La hostería ya es pasado y el destino de la casa una cuestión estrictamente familiar", concluyó.
El Tropezón del delta no se puede visitar, está cerrado, no se puede bajar de la lancha, el predio es propiedad privada, advierten sus dueños.
El cartel "Cerrado" confirma desde el muelle la clausura de una parte de la historia argentina, un escenario irrecuperable del siglo XX.