Bahía Blanca | Sabado, 04 de mayo

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De las entrañables costumbres del barrio a los fuegos artificiales de París, sin perder el bigote

Definir a Jorge Asís como uno de los escritores argentinos más polémicos no deja de ser un lugar común. Ya perfila esa condición innata, allá por 1977, cuando el diario "La Opinión" encara una encuesta sobre literatura nacional y el ascendente "Turco" saca varios cuerpos a sus competidores del lote juvenil. Aún faltan cuatro años para que el gran público conozca los encuentros amorosos y las ansias frustradas de los queribles Samantha y Rodolfo en Flores robadas...


 Definir a Jorge Asís como uno de los escritores argentinos más polémicos no deja de ser un lugar común. Ya perfila esa condición innata, allá por 1977, cuando el diario "La Opinión" encara una encuesta sobre literatura nacional y el ascendente "Turco" saca varios cuerpos a sus competidores del lote juvenil. Aún faltan cuatro años para que el gran público conozca los encuentros amorosos y las ansias frustradas de los queribles Samantha y Rodolfo en Flores robadas...


 ¿Más obviedades que no dejan de ser ciertas en la descripción del personaje? Caracterizar su narrativa, según pasan los años, como enérgica, vital, comprometida, frondosa, implacable, mordaz, irreverente, lúcida, escéptica y desengañada.


 Al margen de adjetivaciones modosas, hipercríticas o ajustadas a la realidad, ¿quién puede negar que su pluma rebosa talento, oficio, viveza criolla? Después, coincidir o no con sus posturas políticas resulta harina de otro costal.


 Es un muchacho de Villa Domínico (Avellaneda) --criado e impregnado con las costumbres barriales más dignificantes--, un ganador de la calle, un recitador de versos desparejos, un encantador de serpientes. Como una excusa para ir al centro, estudia periodismo en la facultad de Ciencias de la Información.


 Entre los 24-25 años, escribe La manifestación; confiesa, aun hoy, que uno de los días de mayor felicidad lo vive a fines de diciembre del '71 cuando pasa varias horas aguardando, en el kiosco de Corrientes y Paraná, la llegada del distribuidor del Centro Editor de América Latina con los primeros ejemplares de su ópera prima. Le cuesta creer que el de la tapa es él y quiere comprar uno.


 --¿Qué personajes o historias lo motivan?


 --Los perdedores, los derrotados, los tristes y los fracasados. Siempre les descubro algo exquisito, cierta rebeldía, esa rara sabiduría que brinda la experiencia de los porrazos...


 Asís sabe contar las deslumbrantes peripecias que salpican la cotidianeidad abrumada de los "buscas"; en varias de sus narraciones los bautiza "canguros" porque, como los marsupiales australianos, para sobrevivir no dejan de moverse.


 --¿Cuáles son sus libros favoritos?


 --No tengo predilectos, pero sí les profeso un cariño muy especial a Flores robadas..., Diario de la Argentina, Don Abdel Zalim y Los reventados.


 Colabora en la revista "Crisis", y en algunos suplementos culturales, hasta que ingresa al diario "Clarín", donde obtiene un casi unánime reconocimiento con los aguafuertes de su álter ego, Oberdán Rocamora. Más tarde, pasa por la sección política de la revista "Libre" y "El Informador Público"; también le llega un cuarto de hora televisivo como columnista de Nuevediario y, tiempo después, es uno de los parroquianos de la inoxidable Polémica en el bar.


 --¿Cuándo decide pegar el salto a la política?


 --Aclaro que llego a la literatura desde la política. Para mi generación, política y cultura siempre estuvieron unidas, no desembarco en los '80, con Menem. De todas maneras, me ubiqué dentro del peronismo porque vi en Menem a un tipo especial; no me gustaban los que lo agraviaban, tanto desde la derecha como desde la izquierda.


 En la década del '90, Asís se transforma, sucesivamente, en representante argentino ante la Unesco, con destino en París (Francia) --donde, sin perder el bigote, como canta Alberto Cortez, supo desentrañar su paisaje idealizado--, secretario de Cultura y embajador en Portugal.


 --Para las elecciones legislativas de 2001, se anima, desde una agrupación microscópica, a candidatearse para una senaduría nacional por la provincia de Buenos Aires, ¿qué rescata de esa experiencia?


 --Sobre todo, el haber sido una esperanza para las 60.000 personas que creyeron en mí. Quizá, debí bajarme cuarenta días antes, cuando ya era insoluble la falta de respaldo infraestructural y de dinero. Con un celular y varios amigos entusiastas quisimos enfrentar a las torres gemelas del duhaldismo y del radicalismo.


 Una de las facetas poco conocidas de la personalidad del autor de Lesca, el fascista irreductible es su relación con el mundo del deporte; si bien se lo identifica con Boca Juniors --el padre tuvo actuación en la política interna del club de la Ribera--, sorprende al contar que a los ocho años transitaba por La Bombonera con la misma suficiencia que cualquier chico demuestra en un parque de diversiones. De aquellos momentos, evoca al equipo campeón del '54 y como sus mayores ídolos al back central (Juan Carlos) Colman, "el comisario", y al wing derecho (Juan Carlos) Navarro.


 --¿Va a la cancha?


 --No; veo el codificado desde la cama. Me encanta como espectáculo, pero siento defraudar a los futboleros al decirles que, hace varios años, dejé de sufrir por una pelota que pega en el poste... Disfruto mucho con el campeonato inglés, pese a que el relator se lanza a cantar horriblemente con los goles.


 No por coquetería sino por moderación, se cuida en las comidas. Cuando no puede refrenar algún exceso, desenfunda su mejor arma: la dieta del chaleco. Si abrochar los botones se convierte en una misión imposible, empieza el régimen. "Como, además, tengo problemas económicos, no puedo modificar mi cuerpo porque no puedo modificar mi vestuario", ironiza de un estiletazo reiterativo para rematar que el placard es un refugio de trajes, pero sin mayor renovación. "¡Viejo smoking de mi pasado esplendor!", entona, divertido, con reminiscencias tangueras.


 Detesta la vida en los countries y puede afirmarse, sin temor a errar demasiado, que es un bicho de ciudad. No tiene ni zapatillas ni auto. El último lo vende cuando concluye su trabajo en Lisboa (Portugal). Como no tiene auto, carece de chofer. Como le gusta dar la cara, jamás piensa en custodios. De hacerlo, a mediados de 2002 --plena efervescencia del "que se vayan todos"--, tres energúmenos no lo habrían maltratado mientras cena en un restaurante.


 Tampoco tiene mujer con papeles --la tuvo durante 29 años; hoy está divorciado--; al intentar sonsacarle cuál es su actualidad sentimental, se guarece en el respeto a la privacidad. Igual, algo concede. A los 58, confiesa no tomar demasiado en serio las cuestiones del corazón.


 "El amor es una decisión intelectual. Si existe atracción, estar o no con alguien pasa por lo racional; esto es más fuerte que la gilada posesiva del enamoramiento. Como es una opción de la inteligencia, debe evitar el deterioro y el sufrimiento", descarga.


 Semejante exposición de principios, sin embargo, no le hace arriar las banderas de la seducción hacia todo lo que luzca faldas. Eso sí: apoyado en la gemística, cree en los dones purificadores de la turmarina negra, una piedra energética a la que acostumbra acariciar con su mano izquierda. "¿Para qué sirve? Regula, equilibra y armoniza", informa, como si fuera un te digestivo. Si el "Turco" lo dice...