Bahía Blanca | Sabado, 04 de mayo

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Roberto Arlt, el octavo loco

Osvaldo Soriano solía quejarse, con toda razón, al recordar que el nombre de Roberto Arlt no figuraba en el fastuoso Diccionario de Literatura Latinoamericana, un verdadero corpus enciclopédico realizado en Washington, que se encargó de rastrear, catalogar y evocar a todos los autores nacidos dentro de las coordenadas que se extienden desde México hasta Tierra del Fuego.




 Osvaldo Soriano solía quejarse, con toda razón, al recordar que el nombre de Roberto Arlt no figuraba en el fastuoso Diccionario de Literatura Latinoamericana, un verdadero corpus enciclopédico realizado en Washington, que se encargó de rastrear, catalogar y evocar a todos los autores nacidos dentro de las coordenadas que se extienden desde México hasta Tierra del Fuego.


 Pero Arlt, Roberto Godofredo Christophersen Arlt, no aparece siquiera como una nota al pie. Y no es necesario entrar en el chauvinismo para notar que aquel desliz es una verdadera ingratitud.


 Porque evidentemente no se tuvo en cuenta que fue uno de los escritores más febriles y turbulentos de las décadas del 20 y 30, que influyó en casi todos los narradores argentinos posteriores, y que su obra sigue mostrándose tan creativa y prolífica como entonces.


 En apenas 18 años publicó cuatro novelas, dos volúmenes de cuentos, ocho piezas teatrales y dos mil relatos periodísticos o "Aguafuertes", en los que supo describir como nadie a los habitantes y costumbres de una Buenos Aires todavía adolescente.


 Y, por si fuera poco, cada vez son más los lectores y expertos que descubren --no sin asombro-- que supo adelantarse al género non fiction de Truman Capote, al existencialismo de Jean-Paul Sartre y al erotismo fetiche de Vladimir Nabokov.


 No es poco.

Apuntes biográficos.




 Arlt nació en el barrio porteño de Flores el 26 de abril de 1900, hijo de un matrimonio ítalo-prusiano de clase baja. Y ya desde chico demostró que tenía el espíritu inquieto: fascinado por los relatos de piratas y aventureros que se publicaban en folletines, quiso imitarlos a su modo, en busca de sus propios viajes, batallas, tesoros y romances.


 Pero su patente de corso le costaría la expulsión de varias escuelas, hasta que finalmente su familia se resignó a que abandonara los estudios en el tercer grado. Fue el inicio de su mundo autodidacta, con lecturas y escrituras desordenadas.


 A los 16 años huyó de su casa y tomó la vida por asalto, tal como alentaban los agitados relatos de Rocambole. Antes de publicar siquiera un párrafo, consiguió trabajos como cadete de librería, aprendiz de mecánico, obrero en una fábrica de ladrillos y hasta pintor de barcos en La Boca.


 En una suerte de carrera personal contra el destino, con sólo 23 años ya se había casado con Carmen Antinucci, esperaba el nacimiento de su hija Mirtha, y su amigo Ricardo Güiraldes le facilitaba la edición de su primera novela, El juguete rabioso, que sería reconocida --como toda su obra-- demasiado tiempo después.


 Sin fama ni dinero, la obsesión por ser alguien parecía acorralarlo. Dedicó horas de sueño a fabricar sellos automáticos de goma y medias femeninas irrompibles, algo, cualquier cosa que pudiera hacerlo rico.


 Mientras tanto, lograba publicar algunos cuentos en revistas literarias y se iniciaba como cronista policial en el diario Crítica de Natalio Botana.


 Sus textos, lúcidos, punzantes, diferentes, le facilitaron entrar en 1928 al flamante matutino El Mundo, donde comenzaría a publicar diariamente su sección de "Aguafuertes porteñas", esos célebres relatos costumbristas que logró gracias a su notable sentido de observación.

Para un soñador. Lanzado a descubrir historias, Arlt conoció todos los barrios y secretos de la ciudad, desde la seducción de tango y cabaret en la Corrientes angosta, la calle Florida y la avenida de Mayo, hasta los márgenes oscuros y despoblados del suburbio, el Bajo y el puerto.




 "¡Qué grandes, qué llenas de novedades están las calles para un soñador irónico y un poco despierto!", exclamaba desde su página, convertida en la más leída del diario.


 Y sabía de qué hablaba: hasta entonces ningún escritor había salido a escuchar y espiar a los vecinos, para apropiarse de caras y voces, aprender hábitos y vicios cotidianos y recuperarlos con tanta ironía e indiscreción.


 Las cartas se acumulaban sobre su escritorio y todas tenían algo para decirle, desde un elogio hasta un insulto. De pronto era el periodista más famoso de Buenos Aires.


 Quizás como respuesta a los aplausos, en menos de tres años publicó una serie de novelas: Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932), que lo mostrarían como un escritor maduro, atormentado por una forma de mirar la realidad cada vez más crítica y despojada, carente de dioses pero plena de angustia existencial.


 Los inolvidables personajes de Remo Erdosain, el Astrólogo y el Rufián Melancólico son tan oscuros, grotescos e hiperbólicos como no hubo otros en toda la historia de la literatura argentina.


 Como un constante buscador de la raíz de la vida, sus últimos años también traerían cambios acelerados.


 Viajó por toda España, el norte de Africa y la Patagonia, indagando nuevos temas para sus cuentos y "Aguafuertes", e inició un largo trabajo con Leónidas Barletta, director del Teatro del Pueblo, en la puesta en escena de obras como Saverio el cruel y La isla desierta.


 En plena efervescencia, murió inesperadamente de un ataque al corazón el 26 de julio de 1942, un año después de volver a casarse.


 No llegó a conocer a su segundo hijo, también llamado Roberto, ni tampoco la opinión que tendrían de él muchos escritores, como Juan Carlos Onetti, que no dudaron en calificarlo como "genial".


 El talento intuitivo de Roberto Arlt fue tal, que no dudó en titular su última "Aguafuerte" con el sugestivo nombre de "El paisaje de las nubes".


 Casi como si hubiera podido predecir el lugar de su siguiente odisea personal.
Mariano Buren



Y un día pasó por Bahía









 Luego de realizar algunos viajes por Brasil, Uruguay y el Litoral argentino, siempre en busca de nuevas "Aguafuertes" para sus lectores, desde la jefatura de Redacción del diario El Mundo salió un nuevo encargo para el escritorio de Roberto Arlt: debía preparar otra vez sus valijas.


 Esta vez, con rumbo a la Patagonia.


 Y así, a bordo del Ferrocarril Sud, el escritor recorrió entre enero y febrero de 1934 cada detalle de las ciudades de Carmen de Patagones, Viedma, Bariloche y Neuquén. Lamentablemente Bahía no estaba en su itinerario periodístico.


 Pero como todo viajero con destino patagónico sí pasó por la ciudad, en algún momento entre el 5 y 9 de enero. De esa experiencia queda una mención al pasar, en el relato titulado "El pueblo de Patagones".


 "Patagones es un pueblo donde se puede morir de muerte romántica. Patagones es una niña bien (...) Podría ser una ciudad costera de Brasil. (...) Es diez veces más bonito que Bahía Blanca, que Rosario y que Tandil, a pesar de ser diez veces más pequeño que la parroquia de Caballito".


 Aunque no resulta demasiado halagüeña la descripción, algo está claro. Difícilmente Arlt se hubiera arriesgado a comparar a la ciudad sólo por el edificio de la estación Sud, en avenida Cerri. Es un hecho que, al menos durante un rato, aprovechó una parada del tren para recorrer algunas cuadras bahienses.


 ¿Caminó rumbo al centro o prefirió curiosear en Tiro Federal, Bella Vista o Villa Mitre?


 El misterio quedará así por siempre.


Arlt x Arlt. "Uno setenta y dos. Bien vestido y razonablemente alimentado. No soy supersticioso ni creo en brujerías, aunque prefiero evitar a los yetatores. Me gustan las piernas de las mocitas de lindas piernas. No puedo leer si no estoy completamente solo. Soy piadoso con los demás. Y conmigo también. Voy por el mundo en perpetua expectativa (...) Como, duermo, me rasco. Mi copa es pequeña. Pero me gusta beber de mi copa (...) Me llamo Arlt, cargando el acento en la ele".