Bahía Blanca | Domingo, 05 de mayo

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Se necesita un dique en Puente Canessa

Juan Carlos Schefer (*) Especial para "La Nueva Provincia" En los últimos diez años la región de Bahía Blanca ha registrado una de las sequías más prolongadas desde que se tienen registros meteorológicos. Luego de las grandes lluvias de noviembre de 2002 comenzó un período de sequía sólo atenuado en los últimos dos años.



Juan Carlos Schefer (*)
Especial para "La Nueva Provincia"









 En los últimos diez años la región de Bahía Blanca ha registrado una de las sequías más prolongadas desde que se tienen registros meteorológicos. Luego de las grandes lluvias de noviembre de 2002 comenzó un período de sequía sólo atenuado en los últimos dos años.


 La sequía es un fenómeno natural cíclico que puede comprobarse si se observan los datos registrados desde el siglo pasado y que muy bien refleja Florentino Ameghino en su libro Las sequías y las inundaciones en la provincia de Buenos Aires, escrito a fines del siglo XIX. La creciente variabilidad climática genera escenarios que llevan a prever ciclos de sequía y de precipitaciones tormentosas cada vez más frecuentes e intensas.


 Se requiere planificación y previsión para estar preparado para futuras sequías. La filosofía básica de los organismos involucrados debe ser la planificación para reducir el impacto de los problemas hídricos, vastos y complejos, que no tienen soluciones mágicas ni tampoco faraónicas.


 El transcurrir de un largo período húmedo se tradujo en una falta de planificación y de dictado de normas claras y precisas de actuación para el período seco que podía llegar.


 Desde la década del 80 hasta 2002 incluido, los mayores problemas referidos al abastecimiento de agua eran: la calidad del agua (que requiere para su definitiva solución la adecuación de la planta potabilizadora a los parámetros del agua cruda que se dispone, así como la construcción del tercer módulo, aún pendiente) y los que se originaban por las descargas del dique para mantener niveles operativos del embalse, compatibles con las obras de reparación que se realizaban en la presa.


 En esas épocas, encontrándome a cargo de la operación del embalse, recibía continuos reclamos de los dueños de campos de aguas abajo del dique por la falta de mantenimiento del cauce del río Sauce Grande, que, debido a ello, desbordaba, afectándolos.


 El evento del 9 al 11 de noviembre de 2002 llenó lo que faltaba del embalse y produjo descargas aguas abajo del orden de los 400 m3/seg. Como consecuencia, poco tiempo después se reunió el Comité de Cuenca del río Sauce Grande y algunos de los intendentes presentes llegaron a plantear que el embalse debía reducir su cota en 3 metros.


 El suscripto sostuvo que la cota máxima del dique debía mantenerse, en previsión de una sequía como la máxima histórica que hasta entonces había sido de 4 años, que el dique se había construido para abastecimiento de agua y no para regular crecidas (aunque la sola presencia del dique ya produce una regulación, pues atenúa el pico de la onda de crecida). Finalmente, el comité decidió bajar 1,5 metros la cota máxima del embalse.


 Sostengo que la baja cota del embalse a la que se llegó por efectos de la sequía pudo haberse evitado o atenuado a valores no preocupantes, con una adecuada planificación y sin obras masivas (de alto valor económico).


 Lo ocurrido en los últimos 5 años me permite justificar esta afirmación. En tal sentido debo manifestar que en el año 2006, cuando ya se insinuaba que la sequía podía llegar a durar un período más prolongado que el previsto en el estudio hidrológico que se considerara en el diseño del dique, concurrí a reuniones con técnicos de la Operadora de ABSA, en las que se analizaban posibles medidas u obras para complementar el abastecimiento de agua a la ciudad.


 Allí hice entrega de una copia de los estudios que la UNS, a través de docentes del Departamento de Geología, había elaborado en 1990 como parte de un convenio sobre estas cuestiones. Esos estudios, realizados a pedido de la propia Provincia, proponían la construcción de 36 pozos para captar 3600 m3/hora en la zona periserrana.


 A ello agregué como beneficio complementario que, en épocas húmedas, esos pozos, que podían quedar en espera, podían ponerse nuevamente en marcha ante un boom de algas en el embalse, mezclando esta agua con la que venía del dique, y disminuyendo así el tenor de algas, para un mejor proceso de potabilización.


 Esta propuesta, que técnicamente parecía posible, fue descartada porque el organismo que iba a financiar las obras (ENOHSA) no las consideró, atento a que había decidido la construcción del acueducto desde el río Colorado.


 Esta obra no se realizó hasta la fecha debido a la falta de financiación (obra masiva, abultado presupuesto) y ABSA terminó recurriendo a los pozos en el bajo San José, también a otros cercanos a Cabildo (no en la zona prevista en los estudios de 1990) y a una toma adicional en el arroyo Napostá. Estas obras se pueden justificar, pues ante la emergencia se debía recurrir a las fuentes alternativas más cercanas a las conducciones y plantas de tratamiento existentes.


 Pero resulta interesante apreciar que si se hubiesen hecho los 36 pozos planteados en el estudio de la UNS (que fueron nuevamente propuestos en el 2006), que podían aportar 3600m3/hora, y que si ellos se hubiesen construido durante los años 2006 y 2007, habrían aportado al sistema de abastecimiento entre los años 2008, 2009 y 2010, 94 Hm3 y con seguridad el dique no habría llegado a la cota de emergencia.


 Puede también apreciarse que para afrontar la crisis se hicieron nuevos pozos de captación, pero alguno de ellos fueron consecuencia de la emergencia, en la zona de inundación del valle del Sauce Grande (recordar que esta zona estaba totalmente inundada el 11 de noviembre del 2011), y una toma adicional en el arroyo Napostá, que puede ser arrasada por una crecida del mismo, ante la falta de regulación aguas arriba.

Riesgos latentes. Esto último me lleva a referirme a otros conceptos que creo tanto o más importantes que lo sucedido en el período de sequía y que es el de una posible inundación de la ciudad por la falta de regulación del Napostá Grande.




 La ciudad de Bahía Blanca no está exenta de este riesgo provocado por fuertes lluvias en su cuenca. Ello es posible y ocurrió, con estragos en la ciudad, en los años 1933 y 1944 y por lluvias del orden de los 160 mm en la cuenca. Claro, en medio de un período de sequía es difícil que ello se contemple, pero vale recordar que en el actual período de sequía, en la zona de Stroeder se midieron 195 mm entre el 17 y 19 de febrero de 2009.


 También es procedente recordar que luego de la inundación del año 1944 se decidió la construcción del canal Maldonado, en lo que era la traza de un brazo del Napostá que había sido cegada. Pero quien estudió y proyectó el canal, el ingeniero Félix Laghman, de la Dirección de Hidráulica de la Provincia, expresaba que ella era una obra de regulación parcial y que en el largo plazo debía considerarse la construcción de un dique, posiblemente en Puente Canessa, para una solución total del problema. De ello han pasado más de 60 años.


 Vale recordar que en el único intento de planificación hídrica a largo plazo que se hizo para la ciudad y región (el convenio ya mencionado entre la UNS y la Provincia en el año 1990, que elaboró el Plan de Abastecimiento de Agua a Bahía Blanca y el Gran Bahía Blanca, en la que participaron los Departamentos de Ingeniería, Geología, Geografía, Agronomía y Economía, además de técnicos de la ex AGOSBA), se preveía en segundo término (el primero eran los 36 pozos), la construcción del dique en Puente Canessa, para complementar el abastecimiento de agua. La UNS consideró que la protección a la ciudad ante una fuerte precipitación justificaba por sí sola la construcción del dique.


 Ello es tanto o más importante que lo relacionado con el abastecimiento y esta importancia se deriva del desarrollo en el tiempo de las sequías y las inundaciones. Las primeras se van generando lentamente y da tiempo para recurrir a captaciones emergentes o paliativas, en cambio la inundación llega, a veces en horas, la población no está preparada para un evento de este tipo y entonces hace estragos.


 Pero es indudable que además de esta esencial función de protección el dique podría contribuir a un mejor manejo de la disponibilidad de agua. Requiere para ello lo que se denomina: Consignas de Operación para el manejo de la cota del embalse.


 Ello se justifica considerando que aunque tiene un caudal promedio bajo, del orden de 1 m3/seg, se contaría con una obra que podría retener eventos. Hago hincapié en la palabra eventos porque es una de las características de los ríos de la región: de bajo caudal promedio, pero pueden recibir eventos extraordinarios y si existe la obra de retención, se podrían captar para ser utilizados en épocas de bajo caudal.


 He observado que en países como España, en ríos y arroyos de bajo caudal y que en algunas épocas se secan, han construido presas de hasta 60 metros de altura. ¿Para qué, se pregunta el lector? Para captar los posibles eventos.


 Si se hubiera contado con una retención adecuada sobre el Napostá se podría haber captado todo el volumen de agua aportado por la importante lluvia del mes de enero de 2011 (como sí lo hizo el dique de Paso de las Piedras).


 Entonces se habría asegurado el agua a las tomas de ABSA, las quintas del valle del Napostá podrían haberse regado y el cauce en el Parque de Mayo no se hubiese secado como se ha visto en los meses de enero y febrero de este año. El mayor volumen aportado por las lluvias, que era necesario, se fue a la ría.

Inversión justificada. Puede pensarse, según mi propio razonamiento, que también la obra del dique en Puente Canessa es también una obra de las llamadas masivas y de costo importante.




 Pero en este caso se justifica plenamente por ser una obra de protección para la ciudad que no tiene alternativas de reemplazo. Ello debido al avance demográfico de la ciudad sobre áreas de riesgo hídrico e inundación.


 La ciudad creció junto al arroyo y las áreas que éste antiguamente disponía, o requiere en épocas de crecida, ya no le pertenecen y han quedado reducidas al propio cauce. Peor aún, en parte del tramo que escurre dentro de la ciudad se ha entubado para un caudal de 40m3/seg y que provoca un mayor nivel de inundación aguas arriba del mismo, en esas circunstancias. La línea de ribera del canal Maldonado es el propio borde del canal. No hay margen para un escurrimiento mayor pues las viviendas a lo largo del mismo no admiten ni un centímetro de desborde sin que las afecte.


 En las ciudades europeas, las obras de conducción que necesitan los ríos en su paso por ellas se dimensionan con tiempos de retorno mayores a los 200 años. El ingeniero Félix Laghman cuando diseñó el canal Maldonado determinó que la capacidad de éste, sumada a la del Napostá, permitiese conducir las lluvias para una frecuencia media de 10 años. Para una mayor protección había que retener aguas arriba de la ciudad con el endicamiento.


 Estas cuestiones, ¿han sido tenidas en cuenta en la nueva planificación que se ha llevado a cabo en el valle del Napostá aguas arriba del partidor del Parque de Mayo? Allí no existe la capacidad de evacuación del Maldonado. Sólo se cuenta con el cauce del arroyo.

(*) Ingeniero, profesor titular del área Hidráulica del Departamento de Ingeniería de la UNS.



El acueducto desde el río Colorado










 He mencionado la obra del río Colorado y quiero expresar algunas consideraciones. Es una obra que estaría diseñada para transportar 2 m3/seg. Es decir, destinaría a Bahía Blanca un caudal de 1 m3/seg, el mismo que los 36 pozos del estudio de la UNS. Me ha llamado la atención que se trate de un acueducto de agua potable, con planta de tratamiento en Pedro Luro, desde donde se bombea hasta Bahía Blanca.


 Los grandes acueductos se diseñan para conducir agua no potable y potabilizarla (en pequeñas poblaciones se colocan módulos potabilizadores de reducidas dimensiones) en el lugar en donde se utilizan.


 Ello debe ser así, porque cuando hay un accidente en el acueducto, una rotura (en un acueducto de 120 kilómetros puede ocurrir muchas veces), se pierde agua tratada en la que se gastó en potabilizantes y, lo que es más grave, durante el proceso de reparación se contamina el acueducto, por lo tanto, el agua que él conduce y que luego va a la red. Ello afecta luego el proceso de puesta en carga nuevamente del acueducto.



Reúso de líquidos cloacales








 Finalmente, quiero hacer una referencia a la reutilización del agua de los líquidos cloacales. Es indudable que ella no se puede destinar al consumo humano, pero puede reemplazarla.


 La puede reemplazar porque se puede destinar al consumo industrial y entonces se libera este caudal del dique o de las napas subterráneas para destinarlas exclusivamente al consumo de la población.


 Se ha mencionado la posibilidad de tratar hasta 50.000 m3 por día. Para una dotación promedio de consumo normal en una ciudad, equivale al consumo de 166.666 habitantes por día.


 Es una nueva fuente muy importante porque, además, es agua que deja de contaminar la ría y ello es más que necesario, atento al deterioro ambiental de este recurso en las últimas décadas.


 Esta reutilización tiene múltiples beneficios: 1) permite liberar recursos de agua de mejor calidad para destinarlos al abastecimiento público; 2) una reducción de aportes de contaminantes a los cursos naturales de agua; 3) el aplazamiento o la reducción de instalaciones adicionales de tratamiento de agua de abastecimiento público; 4) un ahorro energético, al evitar la necesidad de aportes adicionales de agua desde zonas más alejadas a la de la planta de tratamiento de agua potable (el acueducto del Colorado requiere mucha energía de bombeo); 5) una mayor garantía de suministro que las fuentes naturales de agua. Esa garantía es mucho mayor en las zonas semiáridas como la nuestra.


 Por estos motivos, la reutilización de las aguas cloacales resulta en un incremento real de los recursos hídricos aprovechables en nuestra zona, sobre todo si ellas se pierden en forma irrecuperable mediante su vertido a la ría.


 Por ello, entiendo que las empresas involucradas y organismos del Estado deben hacer el mayor esfuerzo para avanzar en la propuesta que se ha explicitado oportunamente. Con ello se habrá contribuido enormemente al abastecimiento racional de la ciudad, a disminuir impactos ambientales y, además, el polo industrial dejará de competir con la ciudad por el agua que ambos requieren.