Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Marzo de 1850: muere Juan Martín de Pueyrredon

 Tras el triunfo de la Reconquista ante el invasor inglés don Juan Martín debió delegar el mando. Segunda y última parte.

Su prestigio había crecido por su papel protagónico en el Cabildo Abierto del 14 de agosto en el que presionó a Sobre Monte para que delegara el mando en Liniers y eso lo catapultó hacia el primer plano político. El Cabildo lo designó su representante ante la Corte y Pueyrredon, burlando el bloqueo inglés en el Río de la Plata, se trasladó a la Península, por vía de Colonia y cruzando por vía terrestre por Río Grande do Sul. Llegó a España en mayo de 1807 y debió esforzarse por explicar los sucesos de Buenos Aires ya que las únicas versiones vigentes eran las del cabildo de Montevideo y el informe sesgado del virrey Sobre Monte.

Pueyrredon lucía su uniforme de teniente coronel, grado conferido por Liniers y confirmado por el rey Carlos IV, lo que le permitía acceder a ciertos difíciles despachos ministeriales. Nuevo paralelismo, a finales del año siguiente, San Martín, luego de combatir como ayudante de campo del marqués de Coupigny en la batalla de Bailén, recibe sus despachos como teniente coronel de Caballería. Hay indicios que fue en ese año –o, tal vez, el anterior– en que Pueyrredon y San Martín supieron mutuamente de la existencia del otro. De hecho, la confusa situación en la península durante 1807 tuvo a ambos como espectadores privilegiados -uno en los despachos de Madrid, el otro en las filas del ejército– de la serie de intrigas y movimientos que culminarían con la abdicación de Carlos IV y Fernando VII –conocida como la “Farsa de Bayona”– y el encumbramiento de José Bonaparte, hermano de Napoleón, como rey de España.

Pueyrredon parte hacia Cádiz el 1 de mayo de 1808, un día antes del levantamiento de los madrileños contra los invasores napoleónicos. La “Reconquista” española comienza entonces y el porteño asiste al vertiginoso surgimiento de Juntas locales reasumiendo la soberanía ante la falta del rey, reunidas finalmente bajo la Junta Central de Sevilla. Pero, inseguro de su situación diplomática en un marco de crisis política, escapa de Madrid y se dirige a Buenos Aires aunque es consciente que tampoco ahí las aguas están calmas: el Cabildo porteño, dominado por los alzaguistas del monopolio comercial español, pide al gobernador de Montevideo que lo detenga.

En efecto, en el Río de la Plata, los opositores a Liniers fueron quienes inicialmente promovieron el “juntismo”. Francisco Javier de Elío proclamó un gobierno local en Montevideo en 1808, desconociendo al virrey Liniers. En Buenos Aires, el intento dirigido por Martín de Álzaga en el mismo sentido, fue frustrado en enero de 1809 por las milicias criollas, que vieron en el poderoso jefe del Cabildo un enemigo más peligroso que la ya frágil autoridad virreinal. Pero estos juntistas-españolistas consideraban a Pueyrredon un enemigo y varias cartas atestiguan que lo tenían por un conspirador y revolucionario al punto que se resolvió “no permitir por motivo alguno el desembarco de Pueyrredon y que confiado este en otro buque e interceptados todos sus papeles y correspondencias, se le despache inmediatamente, bajo partida de registro a disposición de la Junta Central y Suprema ya establecida, para que juzgue de sus operaciones”. 

De modo que don Juan Martín es tomado prisionero en Montevideo y el gobernador oriental Elío -aunque no encuentra pruebas incriminatorias en sus baúles–, dispone embarcarlo nuevamente a España. Gracias a que su barco encalló, Pueyrredon logró fugarse en las costas de Brasil y, en junio de 1809, regresa a Buenos Aires donde intriga junto al grupo carlotista que integra junto a Belgrano, Castelli y otros.

Pueyrredon y el grupo carlotista

Cuando Baltasar de Cisneros llega a Buenos Aires reemplaza al virrey “interino” Liniers, que había sido nombrado por el Cabildo local. Pero el nuevo virrey traía informes que sindicaban a Pueyrredon como el más peligroso de los conjurados. Para asegurarse obediencia, antes de bajar a Buenos Aires, exigió que los jefes y oficiales superiores le juraran obediencia, trasladándolos a todos ellos a Colonia para que cumplieran con el trámite. Como Pueyrredon se negó a acatar la orden el virrey ordenó su arresto y procesamiento “por rebelión y traición”. 

Escondido en casas y estancias de sus parientes –los Orma– Pueyrredon logra escabullirse y, aceptando realizar una nueva misión ante la infanta Carlota Joaquina, vuelve a huir al Brasil, con cartas para la hermana del cautivo Fernando VII. Al respecto, un comentario es ilustrativo y es el de un espía inglés James Burke, a cargo de “misiones secretas” en el Río de la Plata y enviado personal de William Pitt (véase el recuadro).

Al llegar a Río, Pueyrredon se reúne con Saturnino Rodríguez Peña, el más decidido de los “carlotistas”, y, después, con el embajador inglés lord Strangford. Hace entrega de la correspondencia a la princesa Carlota, pero ella rechaza las propuestas de los criollos. En un mar de intrigas –entre británicos, y distintos bandos lusitanos– Pueyrredon se entera que se está por disponer su prisión y en un navío inglés y con identidad cambiada, huye nuevamente hacia Buenos Aires. Se ha enterado de la disolución de la Junta de Sevilla pero nada sabe de los sucesos de Buenos Aires. Precautoriamente desembarca en Punta Piedras, al sur de la ciudad y busca reparo en la estancia de unos amigos. Allí se entera que el 25 de mayo una Junta presidida por Cornelio Saavedra ha asumido el gobierno y que Cisneros ha sido depuesto. Al fin, después de unos últimos años tan agitados, parecía verse la luz.

Un soldado de la Revolución

Sería largo detallar aquí el importante desempeño de Pueyrredon durante la llamada “década revolucionaria” que se prolonga hasta 1820. Anticipamos sí que fue una de las principales figuras como jefe militar en el norte primero, miembro destacado de la Logia Lautaro junto a San Martín desde 1812, y el primer y único Director Supremo que, virtualmente, cumple su mandato de tres años –el primer gobierno estable de las Provincias Unidas que hubo después de la Revolución–, con el “plus” de haber sido electo por el Congreso de Tucumán. 

Los primeros tramos de la causa revolucionaria serán, para él, decisivos. El alzamiento generado en Córdoba contra la Junta motiva la rápida creación del Ejército Auxiliar dirigido por el coronel Francisco Ortiz de Ocampo y la destitución del gobernador intendente Gutiérrez de la Concha. Para reemplazarlo, en un lugar tan crítico como estratégico el designado fue, justamente, Pueyrredon, que llegó a Córdoba el 13 de agosto de 1810. El 26, en Cabeza de Tigre –cerca del límite con Santa Fe–, se cumple con la orden de fusilamiento de los contrarrevolucionarios entre los que estaba encabezando nada menos que el ex virrey Liniers. 

El clima en “la Docta”, desde ya, no era el mejor: varios de los fusilados tenían un fuerte arraigo en la zona y el movimiento había contado con un importante consenso social. Pueyrredon tenía el estilo apropiado: era un hombre conciliador, poco amigo de los extremos, prefería los consensos y las componendas a las rupturas y los choques. Para suavizar tensiones nombra al deán Gregorio Funes como representante de la provincia ante la Junta.

Ese mismo espíritu conciliador se deja leer, incluso, en una misiva a sus enemigos. En enero de 1811 Pueyrredon asume como gobernador intendente y presidente de la Real Audiencia de Charcas y en marzo, preocupado por la falta de orden en el ejército, pidió a la Junta que, además, lo designara, Inspector General del Ejército. Sin embargo, tras la derrota de Huaqui, el 20 de junio de 1811, consciente del retroceso que eso significaba para las posiciones en el Alto Perú, se apura a rescatar los caudales de Potosí. Perdidos en el terreno militar, por lo menos había que evitar que el tesoro cayera en poder de los realistas. Cuando el primer Triunvirato lo nombra jefe del Ejército del Norte, inicia tratativas con el general Goyeneche. Había allí algo particular, porque dos de los principales jefes militares realistas del Alto Perú, José Manuel Goyeneche y Juan Pío de Tristán, eran americanos, de Arequipa y estaban emparentados. Tanto Pueyrredon como Belgrano, que los conocían personalmente, intentaron alcanzar un acuerdo pacífico y trataron de persuadirlos de abandonar a la Corona y pasarse a los independentistas, pero no tuvieron éxito.

Crisis y destierro

Pueyrredon comandó el ejército, diezmado y en crisis, durante cinco meses. Para los principales líderes toda la vida era así, los nombramientos, los cambios de destino, las “caídas en desgracia”, iban a un ritmo que sólo la mezcla de revolución en curso y guerra contrarrevolucionaria pueden explicar. En un año y medio Juan Martín ya había pasado por varias situaciones críticas… y los cuadros políticos no abundaban.

En 1812 es reemplazado en el mando del Ejército por Belgrano y, de regreso en Buenos Aires es designado miembro del Triunvirato en reemplazo de Juan José Paso. La situación del poder central no era sencilla. El Triunvirato recibía críticas que se centraban, en particular, en el secretario Rivadavia que, entre otras medidas, había designado doce nuevos gobernadores, nueve de ellos, porteños además de tramar un avenimiento con los portugueses por el tema de la Banda Oriental, cuya capital, Montevideo, aún continuaba en manos de los realistas. Las drásticas medidas dispuestas con la ejecución de los conspiradores de Álzaga, tomadas sobre todo por Rivadavia y Chiclana que ordenan su ejecución en la Plaza Pública, distancian a Pueyrredon que, nuevamente, exhibió su espíritu sosegado. 

Entre tanto, llegan a estas playas los militares que darían forma a la Logia Lautaro y grupos adeptos, como la Sociedad Patriótica de Monteagudo, que ven la oportunidad de imprimir un giro revolucionario. En octubre, un movimiento militar con los Granaderos a Caballo en primera fila depone al Triunvirato y las casas de Magdalena y José Cipriano Pueyrredon son atacadas: asume entonces un nuevo triunvirato –con Nicolás Rodríguez Peña, Álvarez Jonte y Paso–, se convoca a una Asamblea General Constituyente y se ordena el extrañamiento de Pueyrredon en San Luis, como reo de lesa patria.

Juan Martín se instalará en la finca “La Aguada”. Un dato curioso: el “partido” que lo depone es la misma logia fundada por San Martín y Alvear que él integrará y, de hecho, en buena medida, orientará. Cosas de las revoluciones...

La causa americana y la independencia

Allí estaba, recluido en su finca de “La Aguada”, en el benigno clima puntano cuando recibió una noticia sorpresiva. El nuevo gobernador de Cuyo, José de San Martín, que incluía a San Luis en su jurisdicción, le comunica que pasará a visitarlo. Esa reunión, de la que no existen mayores detalles, tendrá una tremenda importancia para el futuro de la causa americana. Sin duda, se selló entonces un pacto político y, además, nació una relación personal profunda. ¿Otra coincidencia? Ambos se han casado recientemente, aunque Pueyrredon en segundas nupcias. Sus respectivas esposas –recordemos que ellos contaban ya treinta largos– eran ambas, Remedios de Escalada y María Calixta “Mariquita” Tellechea, al momento de casarse, de sólo catorce años.

Pueyrredon se dedicaba a tareas de horticultura y prueba la siembra de trigo y maíz, una novedad para una zona tradicionalmente alfarera. Lejos de las fuerzas políticas en movimiento en la Asamblea del Año XIII y de los ejércitos en marcha por diversos destinos, Pueyrredon reunió allí a su familia. Tuvo alguna expectativa de regresar a Buenos Aires cuando el director supremo Gervasio Posadas dictó una amnistía que solo excluía expresamente a Saavedra –exiliado en Cuyo y también reivindicado por San Martín– y a Joaquín Campana, el principal instigador de una asonada en abril de 1811. Sin embargo, cuando Pueyrredón se presenta en Buenos Aires es obligado a retornar a San Luis, sin mayores explicaciones.

El posterior reemplazo de Posadas por su sobrino Alvear trajo dos novedades: el ascenso de San Martín a coronel mayor y el fin de la proscripción de Pueyrredon. Otra vez, los dos nombres aparecían unidos por un destino común. Sin duda, el logista Alvear estaba perfectamente al tanto de los acuerdos labrados en “La Aguada”. Pueyrredon, afecto desde siempre a las zonas rurales del norte de la ciudad, se instaló en la chacra “Bosque Alegre” en San Isidro, sede actual del Museo Pueyrredon (que es una visita muy recomendable, además). También allí despuntó sus aficiones de agricultor y granjero y, dicen, solía lucir un enorme sombrero de paja que lo protegía del sol. Fue pionero entonces en importar caracoles que “sembró” en su jardín y con los que deleitaba a los ocasionales comensales. En la ciudad, se instaló en una propiedad de la calle Reconquista aledaña al antiguo Teatro Colón y adquiere también una quinta en el barrio de Socorro, posterior residencia de su hijo –el famoso pintor Prilidiano–, y otras propiedades con las que reunía una renta interesante. A pesar de los vaivenes, la fortuna familiar se mantenía consolidada.

Al año siguiente, en marzo de 1816, comienzan las deliberaciones del Congreso General en Tucumán, en el que Pueyrredon es diputado por San Luis. El Congreso, posiblemente buscando una figura que no estuviera comprometida con alguna facción, lo nombra Director Supremo. el 3 de mayo y Pueyrredon solo tiene dos votos en contra. En su Historia de Belgrano y la independencia argentina, Bartolomé Mitre sostiene que Pueyrredon fue una especie de “candidato ideal”: era “patriota probado y uno de precursores de la revolución, hombre de mundo, de buen sentido y juicio propio, con bastante carácter para sostener sus opiniones; con suficiente inteligencia para juzgar de la ajena y flexibilidad para someterse a las deliberaciones de una mayoría o a las exigencias de las circunstancias”.

Tras su nombramiento Pueyrredon viaja a Salta, se reúne con Martín de Güemes y lo confirma en su misión de defender la frontera, dejando a Rondeau con jefe del ejército regular. En julio, apenas días después de la declaración de la independencia, se entrevista con San Martín en Córdoba: deciden reactivar la Logia Lautaro y poner en marcha el plan libertador de San Martín, conversado en su momento en “La Aguada”. Mientras se produce la invasión portuguesa a la Banda Oriental, el trípode político-militar está hilvanado. Los gauchos de Güemes en la frontera norte, el Ejército de los Andes preparándose en el oeste y Pueyrredon que, instalado en Buenos Aires, concentra sus esfuerzos en las necesidades del Ejército sanmartiniano, mientras Artigas, a su modo, vela la frontera oriental de la amenaza portuguesa. Los trabajos por “la gran causa” están, ahora sí, de algún modo, ordenados. Las Provincias Unidas son independientes y tienen un Director Supremo cuyo poder está concentrado en el esfuerzo de la independencia americana. 

Como señalamos, ejercerá su cargo hasta 1819. Luego, las Provincias Unidas (y, más bien, desunidas) del Río de la Plata, en el marco de su construcción republicana, vivirán varias décadas de luchas internas. La figura de Pueyrredon no volverá a ocupar los primeros planos hasta su muerte, el 13 de marzo de 1850, que conmemoramos con estas notas.

El “partido francés” y el carlotismo

El partido francés, se ha visto ciertamente muy disminuido desde el reemplazo de Liniers, pero aún existe Pueyrredon; por sí mismo y por sus vinculaciones es querido y respetado en el país y está decididamente del lado de Francia (aunque ahora pueda disimularlo). Es joven y ambicioso, su padre era francés y seguramente Napoleón le ha hecho promesas. El carácter de los habitantes de este país es falsamente representado. Ellos son los individuos más fáciles de sobornar, no pueden resistir al soborno.

Es evidente que les disgusta el poder de la Junta de Sevilla pero [...] no intentarán sacudir el yugo por temor a caer nuevamente bajo esa tiránica opresión de favoritos que muchos sufrieron en la última etapa del reinado de Liniers. Todos buscan una cabeza, un jefe y atribuyen a su falta todas las miserias y adversidades que han recaído sobre la Península de la vieja España. Todos dirigen su mirada hacia la princesa de Brasil como a su jefe temporario, mientras dure la ausencia forzada de sus hermanos.

Fuente: Carta de James Burke, Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo, t. XI, Buenos Aires, 1961.