Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Congelamientos de precios, el conocido final de una mala película repetida

La historia argentina muestra innumerables versiones sobre esta medida. Creer que solo con el control de las góndolas y las empresas se puede bajar la inflación tiene mucho de romántico y poco de real.

Foto: Archivo La Nueva.

Francisco Rinaldi / frinaldi@lanueva.com

   Con muchos años, versiones, impulsores y nombres a cuestas, la idea de que, cual Don Quijote contra los molinos de viento, para frenar definitivamente la inflación basta y sobra únicamente con congelar los precios tiene mucho de romanticismo, pero nada de eficaz.

   “Sabemos que la utilización de controles de precios como principal herramienta de desinflación no serán efectivos y que tampoco es posible lograr la estabilidad de precios si la política monetaria y fiscal no acompaña”, sentenció el economista Gabriel Palazzo en una nota de junio de este año.

    Y si de controles se trata, uno de los antecedentes más importantes remite al nombre del ministro de Economía de Héctor Cámpora y Juan Domingo Perón, José Ber Gelbard.

    Ber Gelbard fue en sus inicios un influyente empresario del norte argentino e inmigrante polaco, protagonista principal de un viejo anhelo del general de recrear una burguesía nacional aliada de los trabajadores que reemplazara a la vieja “oligarquía terrateniente”, enemiga natural del movimiento.

    Es que “Don José”, el ministro que apenas sabía calcular porcentajes y que tenía nulos conocimientos de teoría económica, tal como lo retrata la periodista María Seone en su extensa biografía, ostentaba una inmensa capacidad de negociación, la que le daba fama de ser un persuasivo y eficaz lobbista.

    Y fue gracias a esa característica que logró, en junio de 1973, sentar a la mesa de negociación a los empresarios de la Confederación General Económica (CGE), de la que había sido miembro fundador 20 años antes, con la Confederación General del Trabajo (CGT), en el marco de un acuerdo de varios puntos cuyo ampuloso nombre era el de Acta de Compromiso Nacional para la Reconstrucción, la Liberación Nacional y la Justicia Social.

    La edición del 11 de junio de 1973 de “La Nueva Provincia” daba cuenta de uno de los puntos de este acuerdo, que pasó a la posteridad con el más escueto nombre de Pacto Social: un congelamiento de precios para una lista de 20 productos básicos de la canasta familiar, el que posteriormente se ampliaría a 50.

    “No podrán modificarse los precios de las mercancías y servicios por motivo de los mayores costos originados por las subas salariales”. Se advertía que las infracciones a esta norma serían severamente penadas.

    Los resultados inmediatos fueron alentadores: la inflación bajó en 1974 hasta el 24%, tras años de tasas que superaban el 60% interanual.

    Sin embargo, la crisis del petróleo de 1973 y una emisión creciente para financiar el desequilibrio de las finanzas públicas (creció 113% tan solo en ese año) se conjugaron para dar por tierra con un esquema poco flexible, con el desabastecimiento como una de las consecuencias previsibles.

    La idea de Gelbard tampoco llegó a buen puerto por cuestiones extra económicas: de acuerdo con el historiador económico Marcelo Rougier, el fallecimiento de Perón en julio de 1974 precipitó su ocaso, a punto tal que se vio obligado a renunciar cuatro meses más tarde.

    El fortísimo desarme de este esquema, sumamente rígido, y ya con Celestino Rodrigo en el Palacio de Hacienda, nació el tristemente célebre Rodrigazo, con una devaluación del 61% de la moneda local y aumentos tarifarios promedio del 100%.

    Como corolario de estas medias, la inflación pasó del 24 al 182% en 1975.

    “Si pudiéramos controlar todos los precios y mantenerlos fijos, automáticamente lograríamos frenar la inflación. Esta estrategia es tan bonita como imposible”, dice Palazzo.

Más acá en el tiempo

   Aunque la iniciativa se siguió repitiendo numerosas veces, los primeros rebrotes inflacionarios del año 2006 hicieron que Néstor Kirchner “desempolvara” los congelamientos.

   Cuando su esposa Cristina Fernández lo sucedió en el poder, los acuerdos de precios se extendieron a lo largo de sus dos mandatos a cada vez más rubros y surgieron los recordados “Carne para todos”, “Milanesas para todos” y “Pescado para todos”.

   Aunque con diferentes ropajes, la idea era la misma: bajo la óptica de los funcionarios kirchneristas, siendo la inflación un fenómeno explicado únicamente por la puja entre capitalistas y trabajadores (la puja distributiva), los controles a las empresas eran capaces, por sí solos, de erradicarla. La misma es parte de la llamada heterodoxia económica, fuerte opositora al mainstream ortodoxo.

    Como era de esperarse, los acuerdos no alcanzaron y tras la fuerte devaluación de 2014, que tuvo por corolario una aceleración del IPC local de casi el 40% en diciembre, el kirchnerismo finalizó su mandato con una inflación anualizada del 28,1% en nuestra ciudad, de acuerdo con el CREEBBA.

    Ya con Mauricio Macri en el poder --quien también firmó acuerdos con empresas clave del sector alimenticio-- y el economista ultra ortodoxo Federico Sturzenegger en el BCRA, se puso un fuerte freno de mano a la emisión de pesos.

    Pero los resultados fueron, incluso, peores que en el lapso precedente: el ex presidente de Boca Juniors dejaba su gobierno en medio de fuertes tensiones con los mercados financieros y una tasa de inflación del 55,7% interanual, la más alta en una década para la medición local.

    El fracaso de Macri recuerda la otra cara de la moneda: tal como rescata el economista bahiense Jorge Pazzi, tratar de frenar la inflación solamente con políticas monetarias contractivas es como querer frenar un auto de la antena de radio.

    "Los programas más completos antiinflacionarios como el Austral y la Convertibilidad tuvieron un componente ortodoxo, un componente heterodoxo y tuvieron respaldo político”, explicó su colega, Juan Carlos de Pablo, en una entrevista reciente.

   Sobre este último punto, la derrota en las PASO y el abierto desafío de algunas empresas alimenticias, que se negaron a firmar el congelamiento que propicia el actual secretario de Comercio, Roberto Feletti, evidencian que el respaldo está, en el mejor de los casos, acotado.

    “El congelamiento de precios puede ser una herramienta útil en algunas circunstancias. No en esta”, tuiteó ayer el reconocido historiador económico Pablo Gerchunoff.

    “Para bajar la inflación soy monetarista, estructuralista y todo lo que sea necesario; y si hay que recurrir a la macumba también”, reza una frase del ingeniero y economista Adolfo Canitrot.

    La ingeniosa expresión permite entrever que si la inflación, como fenómeno complejo, requiere de un plan de abordaje que integre a ambos enfoques, la pregunta que surge es por qué no se hace, ya que historia inflacionaria y funcionarios y profesionales con experiencia en la materia no es lo que falta.

    Quizá sea tiempo de tomar decisiones en serio. De lo contrario, no habrá macumba que valga.