Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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“No quiero volver el tiempo atrás para ver qué pudo ser si no me lesionaba”

Alejandro Marini repasa lo ocurrido la tarde del 15 de julio de 2001, cuando una lesión lo dejó cuadripléjico. Las “señales” previas. Cómo y por qué. Los afectos y la contención como claves para una recuperación sorprendente. La vida que hoy no cambia por nada. 

Alejandro Marini en Sociedad Sportiva, club del que también es colaborador. Fotos: Jano Rueda-La Nueva.

Por Ricardo Sbrana - rsbrana@lanueva.com

(Nota de la edición impresa)

   “Ese domingo teníamos el bautismo del hijo de una prima, al mediodía. Yo quería jugar y me había quedado dormido porque salí la noche anterior y mi familia ya se había ido. Estaba a pie y vivía en Italia y 25 de Mayo, pero igual me fue a buscar uno de los entrenadores, Pablo Fasano. Cuando íbamos para la cancha pinchó una rueda. Tuvimos que buscar una gomería, tardamos un montón y llegamos muy sobre la hora a la cancha. Cosas que pueden pasar en realidad. Pero me sentía cansado porque había salido la noche anterior. Salimos a dar una vuelta con un amigo y de un plan de volver a la una, terminé llegando a casa tipo tres. Tuvimos una serie de demoras... Mi amigo se quedó sin nafta; de repente pasó un primo mío que chocó a otro, quisimos ir a ayudar y no pudimos... Terminó siendo una demora general. Al final, el domingo decidí jugar porque era lo que quería".

   Así fueron las horas previas a la grave lesión que sufrió Alejandro Marini el domingo 15 de julio de 2001. Todas esas contingencias no le cambiaron la idea: quería jugar con Sociedad Sportiva el clásico ante Universitario en M19, partido en el que sufrió una grave lesión medular. Pero en contraste con los 20 años que pasaron de uno de los días más amargos para el rugby bahiense, El Ruso disfruta de una vida llena de vida.

   En diálogo con “La Nueva.” y en una entrevista realizada días antes de la tragedia de Lucas Pierazzoli, el bahiense de 39 años repasó el momento que cambió su vida y la de su entorno.

   -¿Tienen algún significado aquellas situaciones previas al partido?

   -En un principio quise cambiar todo. Pero lo que uno ve después, con el paso del tiempo, es que todo va evolucionando en la vida. Y hoy tengo una vida igual o mejor de la que me imaginaba. Lo he charlado con amigos profundamente y me he preguntado con ellos: ¿Tocaría el botón para volver todo atrás y cambiar? Lo he pensado, sí, pero hoy con mi vida, con un buen trabajo, me recibí, tengo a mis padres, me casé, dos hijos... Una vida plena, llena de amigos, apoyo y hasta trabajo de lo que me gusta. Un montón de cosas que no sé si de otro modo hubieran sido de la misma manera. Principalmente los hijos. No quiero volver el tiempo atrás para ver qué pudo ser si no me lesionaba.

Alejandro con su mujer, Silvina Moirano, y los pequeños Catalina y Luca, en una de las tantas tardes en cancha de Sportiva.

   -Cuando te pregunté por la fecha del día del partido la recordabas con exactitud. ¿Qué te pasa cuando llega cada 15 de julio?

   -Es una buena pregunta. Fue variando con los años. En principio era una fecha súper importante. En los primeros años estaba muy presente. Después también estuvo presente, pero ya valorando mucho toda la vida que vino. Entonces, es una fecha importante en todo sentido. Llegan las doce de la noche y para mi mamá es como el día de mi cumpleaños. Y para determinadas personas, principalmente familiares o amigos cercanos que lo vivieron en el momento, es re importante y te hacen ver la dimensión de la fecha. Para mí es muy importante porque me cambió la vida.

   -¿Como nacer de nuevo?
-No lo vivo así. Cuando tomé conciencia inmediata de la gravedad de la lesión, me quise morir. No quería vivir lo que vendría después, por desconocimiento y porque no me imaginaba una vida así.

   -¿Deseaste la muerte?
-Literalmente sí. En el momento el instinto es morirte. Porque no tenés ganas, no imaginás vivir una vida así.

En un curso de FUAR denominado "Vida independiente".

“No hubo mala intención”

   El clásico entre Sociedad Sportiva y Universitario es el más antiguo del rugby bahiense. Como tal, es el partido que todos quieren jugar y disfrutar, sea adentro o desde afuera de la cancha.

   -¿Recordás el momento de la jugada?

   -Sí, cien por cien. Fue contra Universitario en cancha de ellos, del lado de la tribuna visitante, a la derecha, entre la línea de 22 y el touch. Estábamos en 22 de defensa y recuperamos la pelota. Vi que se había liberado un poco la pelota y que se podía llegar a “ensuciar”. Me puse tipo "carpita", intenté levantarla y armar un maul, porque me faltaba apoyo y tenía que bancar porque ya venían los de Uni. Cuando intenté levantarme, medio que la jugada se ensució y quedé tipo "carpita" para al menos limpiar y que mis compañeros pudieran sacar y abrir la pelota. Cuando me quise levantar mi cabeza quedó trabada en un enjambre de brazos y piernas y un rival intentó "limpiar" la pelota. El golpe en la espalda, con la cabeza fija y la espalda móvil, generó un latigazo en el cuello. Sentí un dolor tremendo en esa zona y me desvanecí.  Me lo acuerdo, aunque cada vez es más un recuerdo de contarlo. Fueron segundos y comencé a sentir un hormigueo general desde los pies hasta el cuello. Mucho dolor en esa zona y nada más.

Con amigos y compañeros de camada 81, con los que el año que viene planea un nuevo viaje por los 40 años.

   -A esta altura puede dar igual pero... ¿Supiste quién te lesionó?

   -No. Un día vino un chico, tiempo después, me dijo `fui yo´. Pero no creo en la mala intención, que en este caso no hubo. Le dije que todo bien, que nunca pensé en la mala intención del oponente.  Para mí el flaco fue con buena intención a la jugada y salió lo que salió. Para todos fue una situación muy jodida. Lo malo fueron todas esas situaciones que se dieron previo al partido, muchas cosas que no son comunes. Lo positivo ese día fue que en Universitario había una ambulancia por el torneo de fútbol. Y que en el partido de rugby estuvo el médico traumatólogo Oscar Iradi, que manejó muy bien la situación pidiendo `no lo muevan, no lo muevan´. Al formar parte de la fundación FUAR conozco muchos casos de lesionados en los que hubo un mal manejo de la situación inmediata. Por ejemplo los han cargado en la caja de una camioneta para llevarlos 10 kilómetros en esas condiciones al hospital. En mi caso, tuve cosas a favor dentro de la gravedad. Pero fue duro. Desde el piso veía las caras de todos alrededor y pensaba `Esto es gravísimo´. En ese momento uno de los entrenadores era Raúl Rivas, quien me acompañó en la ambulancia. El siempre me cuenta que yo le pedía que me matara...

Alejandro tuvo como meta cumplir y trabajar la recuperación sin perder de vista el contacto los buenos momentos con amigos.

Quedarse, la mejor decisión

   -¿Cómo era tu vida antes de la lesión?

   -Jugaba al rugby desde juveniles (NdR: como segunda línea), jugaba el básquet en Bahiense del Norte. Además estaba en segundo año de la universidad. La vida normal de cualquier adolescente grande. Iba a entrenamiento, tenía eventos con mis amigos, practicaba deportes, estudiaba Ingeniería Industrial... Me iba relativamente bien. Después de eso quise meter un par de materias de Ingeniería Industrial, pero fue difícil con la rehabilitación. Cuando me lesioné me dijeron “Cuba”, “Fleni”, esto, lo otro... Con mi familia hicimos interconsultas en Fleni y con gente que llevaba pacientes a Cuba. Pero decidimos hacer la recuperación en Bahía. Necesitaba de los afectos, algo tan importante como la rehabilitación. Se pusieron de acuerdo la junta médica de IREL con Fleni y armaron un plan especial de siete horas y media de rehabilitación por día. Así de intensivo lo hice durante tres años. Después empecé a variar los horarios y sacar determinadas terapias que ya no eran necesarias. Seguí con kinesiología, terapia deportiva e hidroterapia. Supervisado por el doctor Fernando Iarlori, mi neurocirujano, y los profesionales de IREL. Al mismo tiempo recibiendo el apoyo invaluable de lo que fue primero Rugby Amistad y luego la Fundación de UAR, con Ignacio Rizzi a la cabeza.

Este año, esquiando en la silla adaptada para tal fin.

   -¿Tuviste que pasar por varias operaciones?

   -Yo me quebré la cervical 4 y la 5, que provocó una obstrucción de la médula, que no se rompió de manera completa sino que se aplastó. Luego se vio el tipo de lesión. Se descomprimió y me pusieron un tutor, que es como una plaquita. A mí me operaron por adelante,  que eso es bueno. Y eso te lleva a un proceso de recuperación. El primer año hay que rehabilitar la lesión, intentar que la memoria no se pierda y que la lesión sea la menor posible. Según lo puedo explicar, luego queda una lesión permanente que hay que entrenar y mejorar y con la que se debe convivir. En mi caso sufrí una lesión medular espástica. Tenía mucha espasticidad, y tengo actualmente, pero me colocaron una bomba de baclofeno para controlarla. Me evita tener que tomar 20 o 30 pastillas por día. La tengo en la panza, bajo la piel, con una pila que vence cada 7 o 10 años. Y que recargo cada 3 o 4 meses. Controlar la espasticidad me ayudó mucho a recuperar parte de mi cuerpo. En general tengo una cuadriparecia lateralizada. Peor la parte derecha, con menos movilidad y más espasticidad. Y en el lado izquierdo, mi fuerte, un poco mejor.

"Siento que le dediqué a cada etapa mucho, pero sin resignar otras", afirmó Alejandro.

   -Algo en lo que sorprendiste fue en el progreso de tu recuperación.

   -Estuve cuatro o cinco años en silla de ruedas, pero siempre entrenando el caminar y pararme. En algún momento logré dar una vuelta a las Tres Villas solo, sin tocar a mi profesor de ese momento, Alberto Peralta. Eso fue como un objetivo. Después fue `vamos a canadienses´ que son como muletas que te agarran. Pero la salida lógica de la silla de rueda se dio por dos motivos: tenía condiciones y también porque en silla de ruedas era muy malo, al estar lateralizado. Tenía que buscar un equilibrio en lo que me fuera más útil a la vida diaria. Y lo encontré en el andador. Muchos decían que era mejor el canadiense. Me permitía caminar, sí, pero era muy riesgoso. El andador me sirve para pararme y realizar actividades. Me acostumbré y hace quince años que estoy así. Obviamente tengo una vida normal. Y hasta cuando te pasan este tipo de cosas vas desafiando la vida para ver en qué podés superarte. Tuve que aprender a convivir con la lesión. Yo y mi entorno, que por suerte tuve uno espectacular desde el día cero. Tenía como una presión propia, sumado a un entorno con mucha buena energía. Cada progreso me motivaba a mí y a mi entorno. Tenía la responsabilidad para conmigo y con mi familia, amigos, nuevos amigos, club, rugby en general... Tenía la responsabilidad de estar mejor. Y mi cuerpo acompañó bastante para estar mejor. Porque también depende de la lesión que te toca... Pude conocer gente con lesiones gravísimas, que le metían el triple de garra y no avanzaban un metro. Va desde muchos lugares: la energía, el apoyo, la garra y la misma lesión.

   -Pasado el tiempo de la etapa más dura de la rehabilitación, ¿Cuándo iniciaste una nueva normalidad?

   -Medio rápido. Siento que le dediqué a cada etapa mucho, pero sin resignar otras. Mi idea fue no perderme nada. A ver: viajé con amigos por ejemplo, sin descuidarme. Mi objetivo era caminar y también estudiar (NdR: Contador Público y hoy desarrollador de proyectos inmobiliarios). Por ejemplo, nos íbamos de viaje con mis amigos y ellos me llevaban los pañales de viaje. También aprendieron a hacer cateterismo para poder llevarme, a un viaje o a un asado. A mis primeros asados fui en ambulancia. Me pasaba a buscar una ambulancia de traslado y después me traían. Y no podía ni comer, ni nada. Pero estaba. Y eso fue lo que busqué cuando decidí no irme a recuperar afuera. Se tomó la mejor decisión: quedarme con mis afectos.