Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

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Suelos degradados: ¿cuál es el impacto en la nutrición y en la salud humanas?

La propuesta denominada Una salud sonó fuerte en el Simposio Fertilidad 2025, donde especialistas de la salud y de la producción explicaron la relación entre suelos, alimentos y personas.
 

Urge la promoción de una agricultura sensible a la nutrición. / Fotos: Prensa Fertilizar AC

“El 95 % de los alimentos que consumimos depende del suelo. Y más del 99 % de las calorías y el 93 % de las proteínas que ingiere la población humana provienen, de manera directa o indirecta, de cultivos que allí crecen. El suelo es el origen de todo”.

Ana Luisa Posas, oficial de agricultura de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) en Chile, partió del reconocido concepto Una salud (One Health), donde se reconoce la interconexión entre la salud humana, la salud animal y el ser humano, y promueve la colaboración intersectorial para abordar los desafíos sanitarios desde una perspectiva sistémica.

“Más de 2.000 millones de personas sufren la denominada hambre oculta, una forma de malnutrición provocada por dietas que aportan calorías, pero carecen de nutrientes como hierro, zinc, yodo o vitamina A. Este problema afecta a cerca del 50 % de los niños en todo el mundo y a dos tercios de las mujeres en edad reproductiva”, sostuvo en el reciente Simposio Fertilidad 2025, que realizó Fertilizar Asociación Civil en la ciudad de Rosario.

“La malnutrición ya no es sólo desnutrición u obesidad. También estamos hablando de personas que comen, pero no se nutren”, amplió.

“De esta manera, es necesaria la promoción de una agricultura sensible a la nutrición, donde se priorice el contenido de los cultivos más allá del rendimiento”, sostuvo.

Posas también dijo que, en este sentido, los fertilizantes son sólo una parte de la solución.

“Se necesita un enfoque ecosistémico que articule factores físicos, químicos y biológicos del suelo, marcos regulatorios, investigación científica y el compromiso de todos los actores de la cadena”, concluyó la directiva de la FAO.

Ana Luisa Posas, oficial de agricultura de la FAO.

Por su parte, Miguel Taboada, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA), dijo que se debe superar la lógica de la productividad para comprender el impacto que tiene la degradación de los suelos en la salud pública.

En tal sentido, enumeró los peligros que vuelven vulnerable al suelo, como la erosión, los desbalances de nutrientes y la contaminación por uso excesivo de pesticidas.

Asimismo, se advirtió sobre las consecuencias menos visibles, pero más graves, como la pérdida de micronutrientes esenciales en los cultivos.

Taboada citó el caso del zinc, cuya deficiencia no sólo reduce la fertilidad del suelo, sino que compromete el valor nutricional de los alimentos.

“Muchos cultivos han perdido entre 9 y 38 % de sus niveles de nutrientes esenciales en las últimas décadas”, explicó.

Miguel Taboada, de la Facultad de Agronomía de la UBA.

Por esta razón, destacó la importancia de prácticas como la biofortificación; el manejo responsable de fertilizantes según las 4R (right: fuente y dosis correctas, y momento y lugar correctos); la fijación biológica de nitrógeno y la medición periódica de suelos.

Del panel Una salud: nutriendo suelos, cultivos y personas también participó el médico Claudio Zin, quien desmitificó el uso de suplementos como solución rápida a los problemas de salud.

“La longevidad depende más del estilo de vida, la genética y, en parte, de la suerte (que del consumo de multivitamínicos)”, señaló.

Dr. Claudio Zin.

El especialista, quien es panelista en distintos programas de tevé y radio, volvió a criticar —como en otros encuentros realizados por Fertilizar AC— el avance de los alimentos ultraprocesados. “Son los responsables del aumento de enfermedades crónicas”, comentó.

Zin se mostró a favor de gravar con impuestos a las empresas que utilizan azúcar en exceso en los alimentos procesados, tal como sucede con el tabaco.

Asimismo, propuso un regreso a lo simple: al consumo de frutas y verduras de estación, a los alimentos de baja industrialización y a la comida compartida. “Comer acompañado es parte de una alimentación saludable, no sólo por lo que se come, sino por cómo se comparte”, concluyó Zin.

Suelos y más allá

Con un abordaje integrado desde diversos enfoques, como la composición del suelo, las estrategias de manejo y las oportunidades de agregar valor ambiental, Silvia Imhoff — investigadora de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNL - Conicet— y Rodolfo Bongiovanni fueron dos de los expositores del panel Sostenibilidad de nuestros sistemas: Suelos y más allá, que estuvo moderado por Mirta Toribio, del departamento de Investigación y Desarrollo de Profertil, en representación de Fertilizar AC.

Los especialistas brindaron un panorama de las herramientas y tecnologías disponibles que permiten avanzar en el camino para lograr un mayor valor ambiental.

Mirta Toribio.

Imhoff aludió a la salud física del suelo y a la capacidad continua para funcionar como un ecosistema vivo que sustenta la vida.

“Como ecosistema complejo, el suelo tiene cuatro limitantes importantes desde el aspecto físico: temperatura, impedimento mecánico, oxígeno y cantidad de agua/potencial hídrico”, sostuvo.

“Todos actúan en interdependencia, pero el último es el que condiciona el agua junto con los nutrientes disponibles para la absorción por parte de la planta”, añadió.

“Cuando el suelo se compacta, la humedad a capacidad de campo en términos de aire y poros se reduce. Es decir, puede haber agua, pero la planta no puede aprovecharla porque no logra crecer debido a la compactación”, aseguró.

En tal sentido, Imhoff mencionó ensayos en campos de la provincia de Santa Fe con suelos hipercompactados con el uso de la maquinaria disponible sin adaptar.

Silvia Imhoff.

“La experiencia general arrojó que, a menor compactación, mayores rendimientos”, dijo.

Asimismo, la experta comentó que estos componentes asociados con otros como, por ejemplo, el aporte de calcio (como sulfato e hidróxido), mejoraron también los niveles de ph y de zinc.

“La interacción entre la estructura del suelo y los nutrientes es directamente proporcional”, indicó.

“De hecho, en este sistema complejo con características físicas, biológicas y químicas del suelo todo está conectado”, añadió Imhoff.

Los detalles sobre la huella de carbono en sistemas agropecuarios, como práctica de base para pensar en la mitigación de emisiones de GEI, fueron precisados por Rodolfo Bongiovanni, de la Estación Experimental Agropecuaria del INTA Manfredi.

“A nivel mundial, la actividad que más gases con efecto invernadero (GEI) produce es la energética, principalmente el uso de combustibles fósiles. Y en la Argentina, a esta actividad le sigue la agricultura”, contó.

“En 2018 representaba un 39 % del total de GEI y pasó, en 2020, al 45 %; es decir, un aumento de 2,7 %, una diferencia impulsada por la pandemia”, aseveró.

Rodolfo Bongiovanni.

Por su parte, el investigador recomendó informarse sobre las herramientas existentes y la información disponible para evaluar, reducir y secuestrar el carbono de los sistemas. “Para este objetivo es importe contar con información local, ya que los informes europeos aplican métodos y parámetros que no son viables o representativos para todas las regiones argentinas por igual como, por ejemplo, el índice de deforestación”, aseguró.

Bongiovanni sostuvo que, para los sistemas productivos argentinos, la siembra directa ya no es suficiente.

“Necesitamos mecanismos que brinden mayor secuestro de C”, indicó.

Dentro de las recomendaciones, además de establecer la huella de carbono a través de calculadores online desarrollados por el INTA e INTI y el programa de las bolsas PACN y otras, mencionó la importancia de comenzar a secuestrar C mediante protocolos y métodos disponibles, como el de FAO (GSOC MRV) o el test IPCC, que son perfectibles a partir de datos locales.

Según se recordó, otra alternativa son los bonos de carbono (capturado o evitado), mercado voluntario del que ya participan 170 actores. Del mismo modo, para sumar oportunidades de agregar valor ambiental, Bongiovanni recomendó conocer sobre las certificaciones y trazabilidad.

¿Qué hacemos mal? ¿Qué hacemos bien?

El Ing. Agr. Alberto Quiroga (UNLPam), magíster y Dr. en Agronomía (UNSur), actualmente profesional de consulta del INTA Anguil, fue por demás claro cuando, respecto de los sistemas de producción y la influencia del manejo, dijo: “El suelo es lo que es porque se relaciona con lo que hicimos”.

En su perspectiva, Quiroga destacó la biomasa de raíces en términos de índice de rotación (IR) y la secuencia de cultivos como un parámetro bastante estable.

Otro aspecto de referencia es el tiempo de ocupación (TO); es decir, el porcentaje del ciclo productivo en que el suelo está cubierto.

“En biomasa de raíces vemos que un buen promedio son las 8 toneladas por hectárea, mientras que un buen índice de TO estaría por encima del 60 %”, explicó.

El Dr. Alberto Quiroga dijo que los trabajos de descompactación no se están realizando bien.

“Sin embargo, en los últimos 20 años el IR pasó de 8 tn/ha a 4 tn/ha y el TO se redujo del 70 % al 42 %. La pregunta es: ¿cómo mantener los nutrientes si hemos bajado el volumen y el tiempo de raíces activas en el suelo?”.

En este sentido, la estrategia es pensar en combinaciones estratégicas de manejo del suelo como, por caso, en la falta de macro porosidad. Allí existen 5 factores que entran en juego y por eso hay que identificar cuáles son los que interactúan en cada caso y diseñar la estrategia.

“En general, los trabajos de descompactación no se están haciendo bien. Y eso no requiere de grandes inversiones, sino mejor conocimiento del suelo”, concluyó Quiroga.