“El ajedrez marcó mi vida, al punto que estoy en Bahía Blanca gracias al ajedrez”
Andrés De Leo hizo un repaso a su trayectoria entre tableros y trebejos. Análisis del pasado y presente de la actividad en nuestro medio.
Periodista de La Nueva desde 1995, especializado en rugby y básquetbol; con colaboraciones en casi todas las secciones de la redacción (locales, policiales, regionales, Ritmo Joven, revista Nueva, Espectáculos)
(Nota de la edición impresa)
Andrés De Leo es uno de los actuales ajedrecistas de la ciudad y la región con mayor vigencia.
Nació en Tres Arroyos, vivió en Indio Rico y se radicó definitivamente en nuestra ciudad cuando inició la carrera de Contador Público en la Universidad Nacional del Sur. Vaivenes que no le impidieron continuar con las partidas. Al contrario, potenció su talento gracias al roce con algunos de los grandes competidores que dio el ajedrez bahiense.
Aplaudió el éxito ajeno y lógicamente celebró el propio, con diez campeonatos bahienses ganados. Además durante décadas, fue testigo del desarrollo de este “juego” en la ciudad y la región. Juego que, por distintas características y por el reconocimiento del Comité Olímpico Internacional, se considera un deporte.
A los 56 años y luego de una pausa en su actividad política (se mantiene como presidente del comité provincial de la Coalición Cívica), De Leo regresó a la competencia este año en Primera división del Círculo de Ajedrez Bahía Blanca.
-Comencemos por lo reciente. Te habías tomado una pausa y volviste.
-Empecé de nuevo, más regularmente, este año. Arranqué en el verano, contra jugadores más jóvenes y bueno, obviamente el tiempo de inactividad y de pronto también la edad pasan algún nivel de factura. De a poco voy tomando ritmo y me acerco al nivel que en algún momento pude tener. Además de los 10 campeonatos locales y muchos otros de carácter regional, llevo el orgullo de haber integrado y ocupado el primer tablero bahiense del último torneo Playas de Necochea (NdR: torneo por equipos más importante del país) que se ganó, en el año ‘94. Y después, haber integrado un equipo de lujo con Jorge Dubin, Emilio Ramírez y en otra oportunidad también con Marcelo Ripari. En otra ocasión, con Emilio Ramírez y Fernando Rey Saravia le llegamos a ganar al equipo argentino por 3 a 1. Fines de los ‘90 y principios del 2000 fueron los momentos más importantes. Después continué jugando torneos locales pero había decidido no dedicarme más a jugar Argentinos ni clasificatorios porque me demandaban una cantidad de tiempo y esfuerzo que había decidido no tener. De alguna manera los objetivos que me había planteado en el ajedrez los había cumplido.
-¿Siempre vinculado como jugador o también cumpliste rol de dirigente?
-También cumplí facetas dirigenciales y en su momento como profesor. Siempre me interesó que el ajedrez pudiera tener una proyección mayor, que llegase a la mayor cantidad de gente. Y contribuir a que el ajedrez bahiense tuviera más competitividad y un lugar importante. Tenemos una sede (del Círculo de Ajedrez Bahía Blanca) que es uno de los pocos lugares en el país, sobre todo en el interior, que puede contar con una sede propia. Allí se practica desde hace décadas. Pero en un momento no sólo tuve que dejar de competir sino dejar de colaborar. Por suerte alguien agarró el testimonio y la posta y continúan haciéndolo. Pero en mayor o menor medida siempre colaboro para este juego que nos apasiona tanto. El ajedrez marcó mi vida, al punto que estoy en Bahía Blanca gracias al ajedrez. Mi padre quería que me fuera a estudiar a La Plata, pero quise venir desde Tres Arroyos a Bahía porque quería jugar acá. Conocía a otros jugadores de haber disputado los regionales juveniles y otros torneos. Reconocía la calidad del ajedrez bahiense y quería llevar adelante mi carrera de Contador Público a la par de poder jugar.
"Cuando me recibí, que me costaba encontrar trabajo y no tenía la disponibilidad económica para sostenerme en la ciudad, el padre de un alumno mío que fue el último campeón argentino que dio la ciudad, Leandro Bruffmann, tiró las redes para que pudiera tener trabajo. Gracias al ajedrez me pude quedar en Bahía, que era lo que quería.
-¿La disciplina se afianzó en la ciudad con el paso de los años o sus dirigentes deben seguir trabajando en ello?
-Hay que seguir trabajando. En Bahía Blanca el ajedrez fue perdiendo su incidencia deportiva. La modalidad de disputas y de estímulos hizo que la ciudad perdiera calidad de ajedrecistas y calidad en la competitividad. Aparte, la imposibilidad de sostenerse profesionalmente hace que algunos jugadores les esté costando o definitivamente se terminen yendo. En su momento la ciudad dejó de ser un lugar para desarrollar profesiones individuales, como me pasó a mí. Tuvimos grandes ajedrecistas que una vez que se recibieron emigraron a otras ciudades o directamente a otro país. Y eso le fue quitando competitividad. Como les pasó a los hermanos Lorelli, Oscar Baños, Jorge Iglesias y algunos más. El último ajedrecista que intentó sostenerse a nivel nacional fue Marcelo Ripari. Pero en algún momento Marcelo también tomó la decisión de terminar con los viajes porque eran muy demandantes, sobre todo porque no estaba la herramienta tecnológica de hoy. Para competir tenías que instalarte en Buenos Aires o emigrar a Europa. Lo mismo cuando querías tomar clases o poder ver, tenías que estar en otro lugar. Surgió una gran brecha geográfica. Y de alguna manera fuimos perdiendo ese incentivo. Volver a pensar en ese nivel de ajedrez va a demorar mucho. Bahía llegó a ser este uno de los grandes centros de ajedrez del interior de la Argentina, con jugadores de renombre como Héctor Rossetto, quien si bien es bahiense, se desarrolló en el ajedrez en Buenos Aires. Aquí hubo grandes jugadores como Jorge Dubin y Emilio Ramírez, en ese momento jugadores de temer para los ajedrecistas nacionales. Volver a ese sitial llevará tiempo, pero los cambios a partir de la tecnología y del gran esfuerzo que llevan a cabo dirigentes muy jóvenes desde hace varios años, hace que hoy tengamos muchos jóvenes y chicos que se volcaron al ajedrez. Se abre una perspectiva interesante para el futuro.
-¿En qué medida el ajedrez contribuyó en tu faceta política? ¿Te dio herramientas?
-En general, cuando las personas saben que uno jugó al ajedrez o juega a un nivel de primera categoría, creen que uno tiene conocimientos de estrategia más profundos para otras cuestiones, como puede ser la política. A mí no me gusta ni sobreestimar ni subestimarlo. El ajedrez me ha dado por lo menos la capacidad para poder hilvanar pensamientos, para tratar de tener sentido lógico, para saber que una mala jugada trae consecuencias y que, a veces, hay que hacer jugadas cuyos resultados se ven en dos tres o cuatro jugadas más adelante… Eso claramente ha ayudado y ayuda en el ámbito de la política y en otros órdenes de la vida. Pero el valor más importante radica en lo psicológico. El ajedrez tiene una importancia fundamental en ese aspecto. De cómo uno, de alguna manera, puede influir sobre el rival más allá de las jugadas. Tiene que ver con la transmisión de confianza, con esa sensación de poder sentir que uno percibe lo que el otro está pensando o lo que el otro va a jugar. Y al mismo tiempo tratar de ocultar estas cuestiones del rival. Diría que eso ha tenido más valor que lo otro. Es algo muy palpable en el ajedrez. Se puede ver en otros deportes individuales como el tenis. De pronto hay buenos jugadores pero la psicología de un contrincante supera a la del rival. Y en la política eso también tiene su juego.
-¿Cómo te llevás hoy con lo que comentabas al principio, de tener que sentarte a competir contra un adolescente, por ejemplo?
-Es una doble sensación. Por un lado tengo un compromiso histórico. Cuando llegué a competir, fui campeón provincial Cadete y pude conocer gran parte de la Argentina, fue gracias a que el ajedrez me dio a esa oportunidad. Siendo adolescente hubo mucha gente que me apoyó y que lo hizo posible. Entonces, me gusta devolver parte de lo que a mí me ha dado el ajedrez. Hoy cuando voy a jugar contra un joven, trato de pensar cómo estaba yo cuando enfrentaba a una persona que era mayor y que, sobre todo, había sido un jugador importante. Ahí radica la importancia del estímulo. Me provoca satisfacción saber que contribuyo a la formación y el desarrollo de las nuevas generaciones. Por otro lado, a veces es frustrante cuando uno nota que no juega con la misma calidad que antes. Pero pongo en la balanza las cosas y trato de competir pero también colaborar. Por ahí me olvido del último campeón Argentino al que le gané, pero jamás me voy a olvidar de cuando le gané por primera vez al campeón de Tres Arroyos o al campeón de Bahía Blanca.