Bahía Blanca | Miércoles, 09 de julio

Bahía Blanca | Miércoles, 09 de julio

Bahía Blanca | Miércoles, 09 de julio

Eduardo Luro y Bernardo Duggan: tragedia y gloria para dos protagonistas de una carrera en Bahía Blanca

Organizada por el Automóvil Club Bahía Blanca, Luro y Duggan fueron parte de una carrera que movilizó multitudes en nuestra ciudad.

Domingo 16 de noviembre de 1924. Casi un siglo atrás. Desde muy temprano, miles de bahienses se movilizaron hacia Villa Harding Green. A primera hora ya no había Mateos disponibles en la plaza Rivadavia, los tranvías están desbordados, lo mismo que los pocos ómnibus que hacían ese recorrido. La gente deliraba por estar en el punto de partida de una competencia automovilística como pocas veces se había visto en la ciudad. Organizada por el Automóvil Club Bahía Blanca, los participantes debían cumplir 12 vueltas a un circuito de 27,72 kilómetros, al que se le dio el nombre de “Primavera”.

El circuito Primavera

La comisión organizadora del evento la integraban, entre otros, Enrique y Norman Geddes, Alvaro Alsogaray y Osvaldo Casanova, quienes a poco de anunciada la competencia comenzaron a recibir pedidos de inscripción de los más destacados pilotos de la época.

Finalmente se confirmó la participación de 14 volantes, varios de ellos ganadores de premios que por entonces se disputaban en distintos lugares del país y con una interesante variedad de marcas de vehículos.

Entre esos pilotos había dos que se destacaban, más allá de que todos contaban con sobrados pergaminos. Uno era Eduardo Luro, “oriundo de Bahía Blanca”, según mencionaban las crónicas de la época, que a sus 26 años de edad se destacaba por su habilidad para conducir. Eduardo era hijo de Adolfo Luro Pradere y nieto de Pedro Luro, reconocido hacendado de nuestra zona. Era además primo de Rufino Luro Cambaceres, conocido piloto de aviación.Cuando llegó a Bahía Blanca tenía en su haber una tapa en la revista El Gráfico, como ganador que había sido del circuito de Córdoba en abril 1924

Eduardo Luro, tapa de El Gráfico, 1924

El otro muy popular era Bernardo Duggan, de 24 años de edad, nacido en la localidad bonaerense de Lincoln, que un mes antes había triunfado en el difícil circuito de Córdoba, piloteando un Hudson que recorrió los 505,4 kilómetros de la competencia en 5 horas 14 minutos, con un récord de vuelta de 118 km/h.

Bernardo Duggan en su Hudson

No sólo eran candidatos para ganar esta carrera, sino que su presencia dejaba en claro la importancia dada a la competencia. Pero además, nadie lo sabía, los dos estaban llamados a escribir páginas destacadas en los dos años siguientes. Uno en tono de tragedia, el otro con ribetes de hazaña.

La carrera

La llegada de los pilotos a la ciudad fue toda una fiesta, y alcanzó su punto máximo cuando las máquinas desfilaron por calles Alsina, Soler y Belgrano, regresando a la municipalidad por O’Higgins, donde fueron recibidos por el intendente Enrique González.

El día previo a la competencia los organizadores se reunieron en el café Costa Rica de Alsina 25 y sortearon el orden de partida de los corredores. El primero saldría a las 9, el resto cada medio minuto después.

Eduardo Luro con su auto en la avenida Alem, 1924

La carrera era a 12 vueltas, totalizando 304 kilómetros, sobre camino de tierra, previamente regado, y con algunos tramos completamente arenosos. Todo un desafío para los conductores, un terreno desconocido y de suma complejidad para el manejo.

La comisión organizadora la integraban Enrique y Norman Geddes, el Teniente coronel Alvaro Alsogaray, el médico Osvaldo Casanova y el ingeniero Raúl San Román y había puestos de control en Calderón, Adela Corti y en cercanías del cementerio israelita, donde se ubicarían Héctor Urquiola, Jorge Duarte, León Hitce, Aníbal Lucero, Antonio Godio y Guido Arrigoni. El comisario general era Camilo Bertorini.

Berardi, Lucero, Tróccoli, E. Geddes, Bertorini, Alecha, O. Casanova y Ángel Corbata. Comisión directiva del Automóvil club.

El día previo a la carrera algunos pilotos recorrieron el circuito, sufriendo los primeros inconvenientes. A Bernardo Duggan, por caso, se le incendió el carburador. D’Elia Victórica, a quien acompañaba Stanley Gedes, fundió una biela. Lejos de amedrentarse partió de inmediato hacia la estancia Lagunitas, a 100 km de la ciudad, donde había un automóvil Essex de las mismas características que el suyo. Trabajó toda la noche para desarmar el motor, quitar las bielas y usarlas en reemplazo de las dañadas.

Los coches

La variedad de marcas era un componente adicional de la puja. Bernardo Duggan conducía un Hudson, el mismo con el que había ganado el circuito de Córdoba ese año. Su hermano Tomás, uno de los mas arrojados volantes de la época, manejaba un Packard, el mismo modelo que usaba Eduardo Luro.

Ralph Tetamanti, famoso por su temeridad, piloteaba un Hudson; Leopoldo Pérez Irigoyen, pura pericia y sangre fría, un Lincoln; Samuel Akerman, corredor de coronel Suárez, un Studebaker. Había además marcas Alfa Romeo, Dodge, Gray, Rugby, Essex, Ford y Ansaldo.

La carrera convocó una concurrencia pocas veces se vio en la ciudad. Dos horas antes de la largada ya no había medio de transporte disponible, coches, autos de plaza y tranvías viajaban desbordados de pasajeros.

En el punto de partida de Villa Harding Green se montaron 40 palcos y el resto de la gente se ubicó al costado del camino. A las 9 los motores atronaron el espacio con sus explosiones, la gente aplaudía y gritaba, los pilotos y sus acompañantes aparecían concentrados, cubiertos sus rostros con grandes antiparras que les daban un aspecto que un testigo calificó de “endemoniado”.

Bernardo Duggan y acompañante en la avenida Alem, 1924

El intendente González dio la orden de partida y el primero en salir fue Luis Fiadaron. Tomás Duggan fue segundo, con el detalle que la orden de partida se la dio su propia madre, Andrea de Duggan, que hizo lo mismo con Bernardo, su otro hijo.

Cada arranque fue motivo de entusiasmo. Samuel Akerman inició la marcha en forma suave y a los pocos metros tomó fuerza. El Lincoln de Pérez Irigoyen picó en forma correcta, sin el más leve patinaje. Evencio López, con su Rugby, comenzó con una leve violencia. César Corbatta, con Dodge, dejó excelente impresión al arrancar sin vacilación en los cambios de velocidades.

Los vehículos en medio de un arenal

La de Tetamanti fue una de las salidas más interesantes por su impulso. Mancini mostró serenidad y buena regulación. Dota y D’Elia Victorica, con Essex, dejaron excelente impresión; Malcom hizo un buen pique con su Alfa Romeo y Luro con su Packard dejó en claro su valía como volante. En pocos minutos todos intentaban dominar el camino.

Coleadas en la arena

Recorrer el circuito fue todo un desafío por la excesiva presencia de polvo y arena, seco e impredecible. Las primeras tres vueltas fueron las más interesantes, plagadas de alternativas y con todos los competidores.

La marcha se dificultaba en sitios pesados y la tierra y la arena empezaban a generar coleadas, despistes y vuelcos. Pronto comenzaron los abandonos. Pérez Irigoyen se fue contra un alambrado y volcó. Tomás Duggan rompió el embrague,

Tetamenti, ganador con su Hudson

Evencio López la punta de eje, Mancini destrozó cinco tornillos de una rueda, Dotta y Bernardo Duggan tuvieron desperfectos en la dirección y Luro rompió el radiador, aunque logró establecer el récord de vuelta antes de retirarse.

Apenas seis de los 14 coches completaron las 12 vueltas en cuatro horas. Tetamanti se llevó la corona, seguido por César Corbatta y Akerman. Más allá de las bajas la carrera nunca dejó de ser interesante y mantuvo en vilo a la concurrencia. Hubo, claro, quienes fueron más críticos y hablaron de “un fracaso de estos ases del automovilismo” considerados “temibles”, vencidos por una pista arenosa que se fue desmejorando vuelta a vuelta y en la cual nunca terminó de formarse una huella por donde circular con cierta seguridad.

Escenas de la competencia

Pero la página para esta historia estaba escrita. El automovilismo se consolidaba como un deporte que despertaba pasiones y atraía multitudes. Una postal final del encuentro fue cuando, retirada la gente, Eduardo Luro y Bernardo Duggan quedaron en el lugar, comentando la carrera, hablando de los motores y pensando en la próxima carrera. No lo sabían entonces, pero la tragedia, para uno, y la gloria, para otro, estaban a la vuelta de la esquina.

El fatal final de Eduardo

Eduardo Luro era, como su primo Rufino, ingeniero agrónomo. De familia pudiente, el automovilismo era parte de su vida. Era también aviador y, sacando provecho de su cuerpo menudo, jockey en algunas carreras del hipódromo de Palermo, montando el yegua Insurrecta, del haras de su familia.

Pocos meses después de su participación en nuestra ciudad, en abril de 1925, se inscribió en la carrera de Córdoba, la que había ganado un año antes. Llegó a esa ciudad con Rodolfo Fígoli, su acompañante de siempre. El único cambio respecto a su participación en Bahía Blanca era el auto. Dejó su Packard para subirse  a un Stutz, vehículo que le había facilitado nada menos que el púgil Luis Ángel Firpo, “El toro salvaje de las Pampas”, según se lo bautizó en ocasión de su mítica pela con el título mundial de los pesos pesados Jack Dempsey, que lo había traído desde Detroit. “Una máquina de pista, livianísima, con un volante de dirección que parecía una hoja de papel y el motor levemente inclinado hacia la izquierda”, se dijo entonces.

Luro en el Stutz de Firpo, poco antes del fatal accidente

Con ese auto se ubicaron Luro y Fígoli en la partida. El circuito La Tablada era de 18 kilómetros. Ramiro Nogueira partió primero, con Fiat. Luego lo hicieron Desideri, Bóssola, Perincioli, Zanardi, Noyer, Maluff, Bernardo Duggan y Luro.

El liviano y potente Stutz partió derrapando y coleando. Unos metros adelante tomó una suave curva hacia la derecha y al ingresar a la recta su coche derrapó y se fue de costado contra un árbol. Fue un impacto tremendo. El motor se desprendió y el coche se estrelló contra un segundo árbol, hiriendo a Rosa D´Angelo, que fallecería pocas horas después.

Los restos del vehículo.

El Stutz se incendió. Luro murió en el acto, Fígoli sobrevivió unos minutos. Un espectador arrastró a Luro al camino, otro rescató a Fígoli mientras arrojaban arena sobre sus cuerpos. La carrera se suspende. Todo es llanto y dolor.

Las causas del accidente pudieron ser varias. El camino arenoso pudo desestabilizar el Stutz que marchaba a 130 Km/h. Luego se constató que faltaba la tuerca que sujetaba al volante a la dirección. Luro había hecho un cambio para colocarlo más cerca, introduciendo un tubo que se pudo haber desprendido. El piloto Macoco Alzaga Unzué le había advertido que la dirección no era apta para los circuitos de tierra.

Ese mismo día los restos de Luro y Figoli fueron traslados a Buenos Aires en ferrocarril para ser sepultados en los cementerios de La Recoleta y La Chacarita. Unos días después, la fotografía de los dos infortunados pilotos minutos antes de la partida era tapa de El Gráfico.

La tapa de El Gráfico, Luro y Fígoli minutos antes de la fatal colisión.

Duggan, un héroe en el aire

Así como en Córdoba un monolito evoca la memoria de Eduardo Luro, otro en el espigón de la costanera porteña lo hace con Bernardo Duggan. No por un accidente sino por “una hazaña de la aviación civil criolla”. Ocurrió en 1926, cuando Duggan junto a Eduardo Olivero y Ernesto Campanelli se trepó al Hidroavión “Buenos Aires”, un liviano y vulnerable Savoia-Marchetti S-59 HR-5, con el objetivo de unir Manhatan con Buenos Aires, un recorrido de 8.500 kilómetros con una nave que podía alcanzar los 150 km/h y una autonomía de nueve horas. Para la época, poco menos que una locura, la posibilidad de una hazaña. El avión partió de Miller Field, el 24 de mayo de 1926.

El hidroavión Buenos Aires

Cuatro días después, hizo una celebrada parada en La Habana, recibidos por una multitud y agasajados como héroes. Las noticias que llegaban a Buenos Aires eran pocas y poco a poco todo el país empezó a estar pendientes del vuelo.

La revista Caras y Caretas le da su tapa a los pilotos

A mediados de junio la angustia alcanzó un punto de máxima: la máquina desapareció en territorio brasileño. Las autoridades de ese país comenzaron una amplia búsqueda, por aire, tierra y mar.

Las pizarras de los diarios porteños se abarrotaban de curiosos. Era el tema de cada día y todos temían lo peor. Luego de un par de días de incertidumbre llegó la mejor de las noticias: los habían encontrado,  sanos y salvos, tanto la máquina como sus ocupantes, en condiciones de completar su raid.

Expectativa luego de días perdidos en Brasil

El poeta Baldomero Fernández Moreno, escribió una sentida nota en la revista Caras y Caretas destacando la “doble y noble condición de estos argentinos y pájaros” que venían “enhebrando a los pueblos en la curva sonora del vuelo”

El 13 de agosto de 1926 la máquina acuatizó en la dársena norte porteña. Los recibió una multitud, maravillada por la hazaña de haber conquistado los cielos de América. Su marcha por las calles céntricas de Buenos Aires resultó apoteótica.

La llega al Río de la Plata
Bernardo Duggan se gana la tapa de El Gráfico

Final

Una página trágica, la de Eduardo Luro, otra de felicidad, la de Duggan. En noviembre de 1924 los dos caminaban por Villa Harding Green antes de subir a sus vehículos para competir en el circuito Primavera. “La historia, la verdadera historia, es pudorosa y sus fechas esenciales pueden ser, asimismo, durante largo tiempo, secretas”, escribió Jorge Luis Borges. Aquella carrera, aquellos hombres, eran acaso parte de una fecha esencial.