Bahía Blanca | Lunes, 06 de mayo

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Alfonsín, prócer de la democracia

"No figurará en el Salón de los Próceres Argentinos, pero es un prócer de la democracia", dice el autor del artículo. Hoy se conmemora el natalicio del expresidente.

Raúl Alfonsín, en el balcón de la Casa Rosada.

Hay momentos, hechos o fechas en la historia que nos permiten reflexionar, que por su dimensión simbólica nos interpelan y que a su vez nos marcan un enorme desafío hacia el futuro.

El 12 de marzo de cada año se celebra un nuevo aniversario del natalicio del ex presidente Raúl Alfonsín. Abogado, político, estadista, defensor de los derechos humanos y la libertad, fue y será un icono de la democracia argentina.

En una época en que los partidos aún eran el canal natural de participación cívica y una instancia de debate y formación política, Alfonsín hizo carrera a la vieja usanza, a partir de un compromiso militante.

Cuando hace 97 años nacía en Chascomús Raúl Alfonsín, pocos hubieran imaginado que ese hombre de pueblo, de modales sencillos y temperamental; iba a cambiar para siempre la historia de nuestro país.

Raúl Alfonsín asumió la Presidencia de la República el 10 de diciembre de 1983 y con ello abrió las puertas a la vida democrática en nuestro país. Fue el líder fundador de la democracia moderna, iniciando la etapa más perdurable de la historia argentina en democracia. Siempre decía: “mientras haya una sola posibilidad no violenta para recuperar a la democracia, ése debe ser el camino”. Y ese fue el camino que transitó toda su vida.

Don Raúl Alfonsín demostró que se puede ser político y honesto a la vez, que la austeridad enriquece más que el oro. Nunca nadie hizo más en defensa por los derechos humanos que él.

Hoy, cuando debemos tomar acciones sólidas para derribar la corrupción y la mentira, su recuerdo tiene la coherencia de siempre: más libertad, más democracia, más justicia social. El Padre de la Democracia fue un hombre de una bondad infinita. Un hombre que refundó la esperanza. Un guerrero ético que dio todo por un país feliz.

Su mayor logro fue construir un Estado de Derecho, es decir, consolidar un sistema político que resolviera los conflictos de una manera pacífica, ordenada, transparente y equitativa al margen de los poderes corporativos.

El Dr. Raúl Alfonsín no sólo es un símbolo de la recuperación de las instituciones, sino que también nos enseñó la importancia de los principios y los valores, de los consensos, a no temerle a los desafíos y que la política es la herramienta de transformación social.

Con la firme creencia de que los grandes hombres y mujeres representan más que un partido, ya que con el tiempo pasan a ser del pueblo entero, afirmamos que Raúl Alfonsín sintetiza en su historia de luchas, persecuciones, triunfos y éxitos; los rasgos distintivos de los militantes de un partido nacido al calor de las luchas por la dignidad del pueblo: Valentía, honestidad, sensibilidad y perseverancia.

El legado de Alfonsín es un ejercicio de memoria y un motivo de celebración para ser transmitido de generación en generación porque con el gobierno que recuperó la libertad y la Justicia, los argentinos pudimos volver a elegir nuestro destino.

Recordando la figura de Alfonsín y su influencia en la historia política del país, es preciso mencionar, que si tuviéramos que vincular a cuál de las tantas acepciones de la política asociar la figura de Alfonsín, tal vez la más ajustada a su modo de concebir y ejercer la política fuera la definición de Hannah Arendt, cuando sostenía que “la política se basa en el hecho de la pluralidad”.

Reconocer ese contexto diverso y heterogéneo implica asumir que las sociedades se desarrollan en marcos de conflictos, tensiones y pugnas de intereses, frente a los cuales es necesario garantizar la deliberación pluralista y evitar toda voluntad hegemónica de imposición, uniformidad y dominación de una parte sobre el conjunto de la sociedad.

Construir la política desde esa perspectiva significa leer correctamente los disensos precedentes, distinguir contradicciones principales y secundarias, y avanzar, a través del diálogo, en la búsqueda de consensos. En esa línea, la incansable y perseverante búsqueda de consensos democráticos quizá haya sido la mayor virtud política de Alfonsín.

Propios y ajenos reconocen en su figura a un digno representante de la política como vocación, quien ponía la misma energía tanto en defender sus convicciones como en respetar las de sus adversarios, a los cuales nunca les dispensó el trato de enemigo. El presidente Alfonsín no persiguió imponer sus ideas, sino que buscó persuadir con argumentos. Luchó con pasión y tenacidad por ellas, pero jamás se permitió la rigidez de los fundamentalistas. Hizo de la tolerancia un hábito; del respeto, una consigna, y del diálogo, una conducta.

No figurará en el Salón de los Próceres Argentinos, pero sin lugar a dudas, su figura se transformó en Prócer de la democracia con el paso del tiempo. Creció y se agigantó porque supo honrar la política y porque hizo de la honradez y la ética de la responsabilidad sus principales banderas. Cada día la democracia lo extraña más, en estos tiempos de cólera, su sabiduría nos tiene que iluminar el camino.