Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Al maestro con cariño: el campeón bahiense que jugó al ajedrez con Humphrey Bogart y el Che Guevara

La historia de Héctor Decio Rosseto, el "Caballero del tablero" que nació en una casona de calle Rondeau y, a pesar de estar entre los mejores del mundo, nunca pudo sentir pasión por el ajedrez.

Hay ciertas biografías a las que resulta difícil abarcarlas dentro de los límites de un texto periodístico.

En algunos casos suele suceder porque sus protagonistas fueron excesivamente reservados con sus historias, por lo que los datos disponibles no permiten delinear una geografía precisa de personas, fechas o lugares significativos para la elaboración de un relato bien definido.

En otros, porque las motivaciones detrás de cada gesto del personaje aún continúan sujetas a un contrapunto de debates e interpretaciones, con demasiados intereses en pugna, que dificultan una escritura centrada.

Y también están aquellos individuos que tuvieron una existencia coral, con un entramado de decenas de acontecimientos interesantes, tanto públicos como privados, en los que cada detalle tiene algo revelador para aportar, sin superponerse ni opacar a los otros.

Ante este tipo de vidas, lo difícil es determinar cuál es el mejor ángulo para posicionarse y retratar, con la mayor precisión posible, al menos una parte de ese multiverso de un solo habitante.

Héctor Decio Rossetto

El bahiense Héctor Decio Rossetto, uno de los más grandes maestros del ajedrez argentino del siglo XX, es un perfecto ejemplo de este último caso.

Tan sólo en una versión resumida de su historia habría que señalar que fue cinco veces campeón nacional y tres veces subcampeón olímpico, que disputó partidas con Bobby Fischer, Alexander Alekhine y Víktor Korchnói, que fue amigo de Humphrey Bogart, Marlene Dietrich, Bing Crosby, Carmen Miranda y Ernesto Che Guevara, entre otras celebridades, que es el padre de la reconocida actriz y cantante Cecilia Rossetto, y que fue declarado Ciudadano Ilustre de la Provincia de Buenos Aires y también Ciudadano Notable, por parte de la Cámara de Diputados de la Nación.

Por eso, frente a semejante historia, quizá lo mejor sea trasladarse a los comienzos, en aquella Bahía Blanca en la que vivió hasta los 16.

Hijo de Águeda Boni y Arnaldo Rossetto, nació el 8 de septiembre de 1922 en una casona de calle Rondeau 257, la misma donde se encuentra en la actualidad la sede de la Sociedad Cultural Sirio Argentina.

Antes de cumplir un año la vida lo puso trágicamente en jaque: su madre falleció con apenas 28 años, lo que sin dudas marcó buena parte de su infancia y posiblemente de su carácter.

Rossetto en Bahía Blanca

Su padre -que era escritor, dramaturgo, dibujante y musicólogo- decidió que no iría a la escuela, sino que él mismo le enseñaría los conocimientos que consideraba fundamentales para un niño. Así fue como Héctor aprendió sobre literatura, ópera, teatro, mitología y ajedrez, un juego que por entonces se practicaba por las noches en los bares céntricos de la ciudad.

“¿Sabe dónde aprendí a jugar? En la Central Muñiz. En el entrepiso había una confitería y desde la baranda se veía la planta baja. Alrededor había mesas de ajedrez”, reveló durante una entrevista con La Nueva Provincia, a fines de 2001.

En aquella conversación quedó en claro que recordaba sus primeros años con asombrosa exactitud: los cines que frecuentaba, las confiterías que funcionaban alrededor de la Plaza Rivadavia, la cartelería brillante de los comercios en las noches de O´Higgins y, en especial, su lugar preferido de la ciudad: las estanterías de la Biblioteca Rivadavia. “Era lo mejor de la ciudad”, aseguró.

Otra de las imágenes bahienses iluminadas en su memoria sucedió una noche de 1927: después del estreno de Seis personajes en busca de un autor en el Teatro Municipal, acompañó a su padre en mateo hasta el café Portobello, ubicado en Soler entre Alsina y Buenos Aires (hoy Yrigoyen), para cenar nada menos que con el siciliano Luiggi Pirandello, autor de la obra, que había viajado especialmente para acompañar la función.

“Nos sentamos a una mesa y recuerdo a Pirandello acariciarse la barba mientras escuchaba a mi papá que, exultante, no dejaba de hablar porque seguramente deseaba cautivar al dramaturgo”, evocó.

Rossetto en su infancia

Por esa misma época empezó a jugar esbozos de ajedrez en su casa, al principio como un entretenimiento infantil.

“Tendría cuatro años cuando comencé a mover las piezas sobre el tablero y, a pesar de la oposición de mi padre que consideraba demasiado grande el esfuerzo para mi edad, a los siete ya llevaba realizadas algunas partidas", rememoró, según detallan unas memorias publicadas por su hija Cecilia en su página web.

"No recuerdo si fueron con éxito, como tampoco recuerdo cuándo comencé a darme cuenta del significado de algunos movimientos y posiciones. Siempre acompañado por mi padre y dirigido por él, sin advertirlo pasé de espectador ignorante a jugador", agregó.

Pronto los secretos del tablero adquirieron sentidos más profundos para Héctor.

"Debuté como jugador en el Círculo de Ajedrez en 1935 en un torneo de tercera categoría en el que obtuve el primer puesto con nueve victorias y una tabla sobre diez partidas. Al año siguiente, ya clasificado jugador de segunda, intervine en dos torneos", explicó.

La delegación de la Federación Sur, en 1938

A los 15 años ganó su primer torneo local tras una partida contra el ingeniero Pedro Aguilar, lo que le abrió la posibilidad de integrar el equipo de la Federación del Sur, junto a Andrés Pazó, Julio César Avanza y Voyin Lalich, para representar a la ciudad en un Interprovincial a disputarse en Buenos Aires.

"Fue un gran paso para mí: era la primera vez que me separaba de mi padre. Y con la responsabilidad de una representación en un torneo de esa naturaleza, sin tener a mi lado al mejor amigo y consejero", explicó.

El viaje a la capital del país coincidió con la muerte de Arnaldo Rossetto, lo que terminó de decidirlo para emprender su partida definitiva de Bahía Blanca en 1938.

"Finalmente me radiqué en Buenos Aires y tomé parte de un torneo realizado en el Club Jaque Mate. Bien algunas veces, mal otras, pero estudiando y aprendiendo siempre, con el consiguiente provecho al alternar con las principales figuras del ajedrez argentino y siempre tratando de superarme”, contó sobre aquel momento.

Una vez adaptado al ambiente ajedrecístico porteño, comenzó a escalar en los ránkings con solvencia, partida tras partida. Por eso solamente quienes no habían escuchado acerca de ese talentoso joven bahiense se sorprendieron al enterarse en 1941 de que era el nuevo campeón argentino con apenas 19 años.

Rossetto, con Marlene Dietrich en 1945

El título, que volvió a conquistar en 1944, lo posicionó por primera vez en la listas de promesas internacionales. El siguiente paso, entonces, fue salir en busca de mayor experiencia contra rivales de otros países. Con ese objetivo Rossetto decidió viajar a los Estados Unidos y se radicó durante seis meses en Hollywood.

Entre flashes, aplausos y marquesinas conoció al actor Humphrey Bogart, que se encontraba en la cima de su carrera. “Fui un par de veces a su casa. Él era el Presidente de la Asociación de Ajedrez de Hollywood y jugaba bastante bien. Era muy cálido y amable, nada que ver con el duro que interpretaba en las películas. Jugábamos muchas partidas mientras su esposa Lauren Bacall me servía de todo: masas, café, whisky y saladitos. Creo que ella deseaba hacer su contribución para que Boogie se divirtiese”, reveló.

También entabló amistad con Marlene Dietrich. “No sabía jugar ajedrez pero le gustaba verlo jugar. Se pasaba horas a mi lado contemplando el tablero. Un día había gente hablando fuerte y ella se giró furiosa y gritó: '¡Qué vergüenza, no molesten al señor Rousetou!' Me hizo gracia cómo pronunció mi apellido pero me sentí halagado”.

Compartió, además, reuniones y partidas de ajedrez con Charles Boyer, Carmen Miranda, Margarita Xirgú y Bing Crosby.

Una partida en la casa de Carmen Miranda

De regreso al país, su carrera tomó velocidad: ganó el título argentino por tercera vez en 1949, consiguió el título de Maestro Internacional al año siguiente, e integró junto a Miguel Najdorf, Oscar Panno, Julio Bolbochán, Carlos Guimard, Erich Eliskases y Herman Pilnik la denominada “Legión dorada” del ajedrez argentino, con logros que no pudieron ser igualados hasta el momento.

Esa representación nacional obtuvo tres subcampeonatos mundiales consecutivos en las olimpiadas de Dubrovnik (Yugoslavia, 1950), Helsinki (Finlandia, 1952) y Amsterdam (Holanda, 1954), apenas por detrás de potencias como Yugoslavia y la Unión Soviética.

En la edición finlandesa, además, Héctor Rossetto recibió una medalla de oro como mejor 4° tablero.

Definitivamente consagrado, comenzó a recorrer el calendario de los torneos más importantes de América y Europa. En medio de una de las giras de 1958, descubrió el llamativo talento de un joven norteamericano en el Interzonal de Portorož. Ese rival se llamaba Bobby Fischer, tenía 15 años y la partida entre ambos terminó en tablas.

“No podía creer lo que estaba viendo frente al tablero. Ese chiquilín jugaba de manera fantástica y quedé deslumbrado por su razonamiento. Fuimos amigos con Fischer. Él conoció mi casa y a mi familia”, recordó años después, cuando el estadounidense ya era considerado una leyenda viviente.

El equipo olímpico argentino de 1952

En 1960 el bahiense disputó el Magistral 150° Aniversario de Buenos Aires: además de alcanzar el título de Gran Maestro, logró superar al ruso Víktor Korchnói, ganador de la competencia.

Dos años más tarde integró el equipo olímpico argentino que logró el tercer puesto en Varna (Bulgaria) y poco después fue invitado al Torneo Capablanca en La Habana, donde se encontró con un admirador que lo conocía desde los tiempos en que jugaba en los cafés porteños. Se trataba de Ernesto Guevara, por entonces ministro de Industria del gobierno de Fidel Castro.

“Estaba un día recostado leyendo en la habitación del hotel cuando me llama por teléfono el Che Guevara. Me dice: 'Maestro, me enteré que hoy juegan las suspendidas y que usted no tiene ninguna, qué va a hacer ¿irá a pasear?'.

"'No creo', le contesté y, suponiendo que algo me quería proponer, continué: '¿Por qué? ¿Usted tiene algún programa, Guevara?', a lo que me respondió: '¿No quiere que mande a buscarlo y se viene al Ministerio a jugar?'", detalló.

La amistad entre ambos no se hizo esperar.

Con Ernesto Guevara, en La Habana, 1964

Para ese entonces Rossetto ya estaba casado con Onelda Irigoitía y era el padre de Pablo y Cecilia, con quienes vivía en una casa del barrio porteño de Parque Chacabuco.

"Después de jugar en Yugoslavia conocí a Eva Perón. Ella me dio esta casa donde vivo hace más de 50 años, pero, por favor, aclare que se trató de un préstamo y que lo pagué hasta el último centavo", pidió el maestro décadas más tarde, en una entrevista con el diario La Nación.

Siguió disputando torneos durante las décadas del 70 y 80, en los que acumuló más triunfos, pero sobre todo comenzó a despertar la admiración y el reconocimiento de las nuevas generaciones.

El segundo ajedrecista argentino con mayor cantidad de victorias -sólo superado por Miguel Najdorf- sorprendió en sus últimos años al admitir que el juego representaba "solamente un medio de subsistencia".

Héctor Rossetto en 2001

"Tenía talento y lo usé. Podría decir que no fue una pasión aunque fue el centro de mi vida, mi destino. Pero ni siquiera le enseñé a mis hijos a mover las piezas", confesó, cuando ya había sido homenajeado por la Provincia como Ciudadano Ilustre, en 1991, y por el Congreso como Ciudadano Notable, en 2002.

"No me quejo. Tuve todo lo que quise en la vida: una compañera leal, graciosa e inteligente, hijos, nietos y bisnietos, recorrí el mundo y me hice infinidad de amigos ¿Qué más se puede pedir?”, sostuvo Rossetto

Con acierto el periodista especializado Carlos Ilardo lo definió como "Caballero del tablero".

Falleció el 23 de enero de 2009 a los 86 años, y sus restos fueron despedidos en el Club Argentino de Ajedrez de Buenos Aires.