Bahía Blanca | Domingo, 28 de abril

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La muerte de Juan Martín de Pueyrredon

Tras un encuentro en Nápoles con San Martín, en septiembre de 1849 la familia Pueyrredon se embarca de regreso hacia Buenos Aires. Don Juan Martín pasa sus últimos meses de vida casi en el ostracismo. (1ª parte)

José de San Martín junto a Juan Martín de Pueyrredon

La ciudad apenas si se entera de su muerte: Rosas no dispone ningún honor y los diarios casi no lo mencionan. Este Pueyrredon, de larga trayectoria política y militar, es olvidado por el régimen aunque su hijo Prilidiano, poco después, pintará un famoso retrato de tamaño natural de Manuelita Rosas, la princesa de Palermo.

El lugar que don Juan Martín ocupa en la historia argentina no se compadece con su prolongada actuación. No solo se destacó en la primera resistencia a la invasión inglesa de 1806 sino que, además de diplomático y audaz militar, fue el primer gobernante “argentino” que terminó su mandato legal. En efecto, el conspicuo miembro de la Logia Lautaro y por entonces íntimo amigo de José de San Martín, fue designado Director Supremo por el Congreso de Tucumán y -aunque renunció muy poco antes– se puede decir que completó su período de tres años de gobierno. En la convulsionada primera década de vida independiente y en un marco de cambio de la situación europea Pueyrredon aportó a las Provincias Unidas una cuota de estabilidad. Luego, se alejó de la política activa y, como San Martín, se exilió en Francia aunque, curiosamente, no hay constancia de que ambos jefes se hayan visitado, a pesar de que vivían relativamente cerca.

Una familia de origen francés

El apellido se ha popularizado agregándole una tilde que le da un tono más español al apellido original que es de origen francés. Ese acento es, sin embargo, incorrecto, y jamás la familia lo incorporó. Respetando tanto el origen como la voluntad de los portadores del apellido, preferimos referirlo aquí sin tilde (aunque sabemos que por costumbre escolar para todos seguirá siendo Pueyrredón).

La cuna del niño Juan Martín era halagüeña. Quinto hijo de ocho hermanos, su padre Juan Martín de Pueyrredon y Labroucherie era un mercader bearnés establecido en el Río de la Plata en la década anterior al nacimiento de su hijo homónimo. Convertido en un comerciante importante, asociado con casas centrales hispánicas, sus redes se extendían, por medio de agentes, a otros puntos del virreinato. En Buenos Aires se casó con María Rita Dogan de ascendencia irlandesa pero relacionada, por vía materna, con los pobladores pioneros de Buenos Aires de principios del siglo XVII.

La cantidad de hijos facilitó la extensión de las actividades familiares. Dos de los hermanos de Juan Martín se asentaron en Jujuy y Córdoba y uno de ellos será emisario y corresponsal familiar en Cochabamba y Potosí; otro se doctoró en leyes y cánones y se hizo párroco de Baradero; dos hijas se casaron con comerciantes y uno de ellos, Anselmo Sáenz Valiente será socio de su suegro Pueyrredon heredando después la dirección de la empresa; José Cipriano, el sexto de los hermanos también residía en Baradero y se hizo miliciano.

La presencia de los Pueyrredon, con centro en la zona de la ribera norte de Buenos Aires, se extendía así a diversas actividades y regiones del virreinato, en su camino neurálgico, el que unía Buenos Aires –puerto de entrada y salida–, con el Alto Perú, centro productivo de minerales y sede, hasta entonces, de autoridades virreinales.

Juan Martín nace con el virreinato del Plata. Ve la luz el 18 de diciembre de 1777, comienza sus estudios en el Real Colegio de San Carlos pero en 1791 fallece su padre y su madre decide retirarlo del Colegio y enviarlo a Cádiz donde se familiariza con cuestiones comerciales de la mano de su tío Diego (Jacques) de Pueyrredon. 

Es la década del ascenso de Napoleón Bonaparte, figura que, sin duda, dejará una fuerte impronta en el joven. La corte borbónica española se alía con el emperador francés, lo que la envuelve en enfrentamientos con Gran Bretaña, antecedentes de los intentos de invasiones inglesas a Buenos Aires de la década siguiente. Los negocios lo llevan a Madrid y a Francia: se casa con su prima Dolores y, a pesar de que aprende inglés con el objetivo de recorrer la pujante Inglaterra de la revolución industrial, la pareja de recién casados decide embarcarse rumbo al Río de la Plata. La felicidad, sin embargo, dura poco: Dolores Pueyrredon de Pueyrredon enferma y su deterioro es tanto físico como mental: Dolores fallece en mayo de 1805.

Sin forzar paralelismos, apuntemos: la familia de José de San Martín se había traslado también a España en 1783 y, durante la última década del siglo el joven San Martín reside allí y se incorpora como cadete al Regimiento de Infantería de Murcia. El sí, en 1811, conocerá Londres, antes de regresar a Buenos Aires al año siguiente. En 1812, Buenos Aires vuelve a reunirlos.

Un comerciante destacado

La muerte de su esposa parece haber obrado en Juan Martín como un propulsor para que multiplicara sus actividades lucrativas. 

Su biógrafo Hialmar Gammalson –que no acentúa el apellido– destaca que “en aquellos años don Juan Martín actuaba intensamente en el ambiente mercantil del Río de la Plata, donde primaban los españoles nativos” y señala que “Pueyrredon alcanzaba en su actividad al sector agropecuario, a círculos culturales y políticos y por descontado a los sociales, donde evidentemente también intentó conquistar adeptos”.

En esta situación de intensa actividad empresaria estaba Juan Martín cuando, en 1806, se produjo la primera invasión inglesa. Como todo comerciante relacionado con España y con el puerto de Montevideo, Pueyrredon seguía los acontecimientos europeos y, como era vox populi, sabía de la existencia de una fuerte flota británica en el Atlántico Sur. 

El desembarco de las tropas en junio de 1806 no fue, por lo tanto, tan inesperado. Sin embargo, el abandono de la capital del virrey Sobre Monte, dejó a la ciudad sin su autoridad natural generando un vacío de poder notable. 

Entre los porteños había una minoría –como los hermanos Rodríguez Peña– que especulaba con que la presencia británica resultara beneficiosa; otros, los hombres ligados al monopolio comercial con España, como Felipe Sentenach, Martín de Álzaga y Gerardo Esteve y Llach, eran enconados defensores del régimen colonial y de mantener el status quo; por último –y, había quienes –entre ellos, Pueyrredon y su amigo Pinedo de Arroyo–, deciden también enfrentar a los invasores aunque tuvieran una visión más pragmática sobre el curso de los acontecimientos regionales e internacionales.

El combate de Perdriel y un nuevo liderazgo

Tras entrevistar a los ocupantes como intérprete de su cuñado Sáenz Valiente cuando se negoció con ellos el abastecimiento de la ciudad, Pueyrredon partió a la Banda Oriental donde se reúne con el gobernador Pascual Ruiz Huidobro quien le da el consentimiento para que organice fuerzas de resistencia tarea en la que sus hermanos resultarán piezas vitales tanto reuniendo milicias como desde las arengas en el púlpito. 

El éxito fue rápido; se les unió “todo el vecindario sin excepción de los viejos septuagenarios”. Se sumó gente de San Isidro y Exaltación de la Cruz, con la disposición de sus primos Rafael y Mariano de Orma, extendiendo la reunión de criollos en un gran arco hasta Luján, Navarro y la actual Mercedes, por entonces, fortín de la Guardia de Luján.

Se organizan así las fuerzas para resistir al invasor: tres semanas llevan ya los “britanos” ocupando Buenos Aires y, a pesar de las dificultades del idioma –que permite a los porteños, a veces, burlarse en su cara–, en ese tiempo, han podido controlar ya, al menos someramente, muchos de los movimientos locales. No ignoran, por lo tanto, que algunos criollos y españoles reúnen gente de la campaña que se concentra en Luján. Las huestes se dirigen hacia la chacra de Perdriel, el lugar elegido por el batallón de catalanes para reunir a los resistentes. Allí se agrupan también con los blandengues que, al mando de Antonio de Olavarría, se trasladan desde el fuerte de Salto. La chacra, ubicada en tierras que ahora pertenecen al partido de San Martín en el conurbano bonaerense, era propiedad de los hijos del comerciante Domingo Belgrano y Peri, el padre de Manuel Belgrano. Al juntarse los tres grupos de voluntarios, se animan para el combate pero, cuando se acercan las tropas “rojas”, comandadas por su máximo jefe, William Carr Beresford, se genera una situación confusa. Los enemigos están bien armados, cuentan con apoyo de artillería, caminan formados de modo impecable... no en vano no conocen aún la derrota a pesar de haber peleado en los más remotos lugares del planeta.

Olavarría, temeroso, asegura que es una lucha demasiado desigual y retira su gente; el cuerpo de catalanes se dispersa y el comerciante Pueyrredon queda al frente de un puñado de jinetes y toma decisiones en medio del desbande. Lanza sus pequeñas fuerzas sobre la retaguardia enemiga y él mismo logra matar al artillero inglés, lo que abre un paréntesis en el fuego enemigo, que le permite tomar un carro de municiones. 

Un disparo mata a su caballo y Pueyrredon salva su vida gracias a que un diestro jinete de su tropa lo alza y lo lleva en ancas. La escasa destreza de los ingleses a caballo da tiempo para una retirada salvadora. Mientras algunos porteños tramaban en la clandestinidad el modo de volar el Fuerte con dinamita, el combate de Perdriel fue una derrota pero también, digámoslo así, una especie de victoria psicológica para la resistencia: un pequeño grupo de criollos había demostrado que a los ingleses se los podía enfrentar cara a cara.

La Reconquista

Pueyrredon se dirigió a Colonia para ofrecer su colaboración a Santiago de Liniers para el desembarco que ya estaba en marcha y resultó muy importante su aporte económico y logístico, empezando por la paga diaria de los reclutados. Además, puso a disposición –o consiguió– las indispensables carretas y bueyes, carne, yerba, aguardiente, tabaco, leña... El 4 de agosto se concreta el desembarco de las fuerzas de Liniers. 

El cuerpo mandado por Pueyrredon se autodesigna con el nombre “húsares”, algo un tanto descomedido, ya que ese nombre, en Europa, solo identificaba a cuerpos de elite. Liniers, ante la tropa formada, lo designó comandante de caballería. Así la resistencia tenía dos jefes reconocidos y los dos defensores de la corona española eran... “franceses”.

El 12 de agosto, se consuma la Reconquista de Buenos Aires y Pueyrredon está al lado de Liniers mientras Beresford y su plana mayor se rinde. En la última acción de ese día histórico, incluso después de que en el Fuerte ondeara ya la bandera blanca, fue el grupo de Pueyrredon el que tomó por asalto al buque inglés Justine que había bombardeado a los grupos patriotas en los combates de Retiro y que había quedado fondeado por la sudestada. El piquete de húsares se dio el gusto de poner presa a toda la tripulación, un broche de oro para la Reconquista.

La descripción de su talante

De estatura elevada, que lo parecía aún más por la posición extremadamente erguida de la espalda y de la cabeza grande y levantada, ojos pardo-verdosos vivaces, párpados algo encapotados, cejas separadas altas y curvadas, mentón lleno y recio, boca de labio superior arqueado e inferior un poco grueso, dos hoyuelos risueños cerca de las comisuras surgiendo al más leve rictus, nariz respingada, cabello castaño ondeado, agregado a un físico sumamente fornido y vigoroso, encarnaba Pueyrredon en su conjunto un tipo varonil, simpático y atrayente, es decir, lo que las criollas denominaban un buen mozo. Realzaban tales adornos físicos sus maneras naturales y sin afectación, que lo hacían agradable a todo el mundo. Ameno y con chispas de humor ático en la conversación social y chistoso en la familiar; con conocimientos enciclopédicos que llegaron a ser profundos en su madurez; una memoria excelente y un carácter firme; comenzó a sobresalir en los salones más encumbrados como en las reuniones de personas de cualquier condición, hasta las más humildes.

Hialmar Gammalson, Juan Martín de Pueyrredon, Librería Goncourt, 1968

La segunda parte se publicará el sábado 18 de marzo