Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Alconada Mon: "Los personajes ficticios te dan más espacio para el juego"

Con más de 25 años como periodista, decidió sumergirse en las aguas de la ficción con la novela histórica La ciudad de las ranas.

Fotos: Infobae

Con más de 25 años como periodista, Hugo Alconada Mon decidió sumergirse en las aguas de la ficción con la novela histórica La ciudad de las ranas, en la que confluyen figuras como Julio Argentino Roca o Dardo Rocha en el contexto de las tensiones políticas de fines del siglo XIX con personajes ficticios que, según explica, ofrecieron "más espacio para el juego, otra libertad de movimiento".

El disparador fue casi un juego: escribir un libro que tendría un solo ejemplar y que apuntaría a él mismo y acaso a su familia como destinatarios exclusivos, pero la incidencia del azar -en este caso un saludo casual por el Día del Amigo- cambió de modo drástico su destino íntimo y la obra ya lleva siete ediciones.

Alconada Mon creó una trama en la que personajes como Roca, Rocha, Carlos Pellegrini o Leandro Alem comparten tiempo y espacio con inmigrantes pobrísimos seducidos por un territorio lejano que terminaba de consolidarse como Estado y por el proyecto remoto de una ciudad que debía edificarse desde cero y que sería bautizada La Plata.

"Me atrae ese período histórico, en el que estaba todo por hacerse y en el que a su vez si te agarrabas una infección te morías como una rata", cuenta el autor en diálogo con Télam, durante su paso por Mar del Plata para presentar la obra en el marco del ciclo Verano Planeta 2023.

—Télam: ¿Cómo fue cambiar la piel de periodista por la de autor de ficción?

Alconada Mon: Fue bastante natural, porque en plena pandemia empecé a armar el esquema, pensando en un libro de no ficción, todo real, pero novelado. Pero cuando iba avanzando con el armado del rompecabezas me di cuenta que había piezas que no iba a poder reconstruir, que no estaban.

—¿Cómo cuáles, por ejemplo?

Las hijas de Roca, cuando su padre murió, se pasaron dos años limpiando el archivo para eliminar todo lo que pudiera ser incómodo en lo político, patrimonial o de polleras. Entonces, había piezas que simplemente no estaban en el acervo documental. Ahí me empecé a hacer la pregunta, que como periodista no podemos, acerca de qué pudo haber pasado, y a hacer inferencias y pensar qué me hubiera gustado que pasara. Cuando eso pasa, cruzaste la línea.

—¿Fue una liberación?

Empecé a distenderme porque ya no tenía el corset de la realidad que uno utiliza siempre en el periodismo.

—¿Qué implicó la ausencia de ese corset y de cierta métrica estándar de la escritura periodística, en términos narrativos y de estilo?

Fue un aprendizaje continuo, de errores y vuelta a empezar. Lo que está en la librería es el octavo borrador del libro. Desde lo procedimental, de decir lo escribo en tiempo presente o pasado, de manera cronológica o yendo y viniendo, en primera o en tercera, todo fue un ensayo. Empecé escribiendo en presente, vi que no funcionaba, volvía para atrás 50 páginas, volvía al pasado. Decidí fijar el presente en 1893, y lo que fuera para atrás iría en pasado, hasta que las escenas de la batalla de ese año y la evolución cronológica de la fundación de La Plata confluyeran en ese momento y continuemos en presente.

—¿Fue traumático o divertido?

Me divertí. Así como hay gente que cocina o toca la guitarra, a mí me gusta escribir. Durante la pandemia, yo no vi series. Solo vi Peaky Blinders. Me dediqué a escribir.

—Ernest Hemingway decía que había dejado a tiempo el periodismo antes de que arruinara su escritura. Rodolfo Walsh, en cambio, no renegaba de su doble condición de escritor y periodista. ¿De quién estás más cerca?

Yo lo veo más como Walsh, como algo complementario. Porque muchas de las técnicas que aplico en el periodismo me han servido para desarrollar la investigación, la escritura y la edición de este libro. Por otro lado, me di cuenta que lo poco que he ido aprendiendo y los músculos que he ido desarrollando en esta novela me han servido para escribir periodismo.

—¿Cómo fue meterse con un tema que seguramente despertaría el juicio o la mirada de la academia?

No me importó tanto, pero al mismo tiempo traté de aplicar las mejores técnicas y recurrir a las mejores todo lo que pude. No me importó porque mi idea era imprimir un solo ejemplar en estas imprentas de al lado de la facultad, para mi familia. Y si a mí no me gustaba, iba a la estufa. Cuando estaba en la recta final, me fui solo una semana a un monoambiente de mi suegro en Valeria del Mar. Coincidió con el Día del Amigo 2021, y uno de los que saludé fue a (Ignacio) Nacho Iraola, número uno en ese momento de Grupo Planeta. Me preguntó en qué andaba, y le comenté. Tres segundos después me estaba llamando: "¿Qué tenés?". Le dije que era para mí. Y me respondió que el papel si quería lo tirara a la estufa, pero que el pendrive se lo diera o me mataba.

—¿Eso implicó revisar el contenido, en términos de recaudos históricos?

Lo que hice fue recurrir a investigadores del Conicet, y al tres veces presidente de la Academia Nacional de la Historia Miguel Ángel De Marco, le escribí mail tras mail pidiendo consejos. Al profesor Jorge Troisi le di el borrador y le dije "despedazalo". Termina ocurriéndome entonces que gente como Pacho O´Donnel o Felipe Pigna me escribieron diciendo que les gustó, algo que me llena de orgullo.

—Te metés con hombres de la llamada generación del 80, pero enseguida señalás que no eran un cuerpo homogéneo, sino personajes muy enfrentados.

Es que ese fue un término que acuñó Ezequiel Gallo para tratar de subsumir en una idea a una generación. Pero tenían diferencias, se hacían zancadillas, protagonizaban pujas de poder, conspiraban entre ellos y contra ellos. Que es lo que podría ocurrir dentro de 100 años con algún historiador que hablara de la "generación post crisis de 2001". Andá a explicarle a Duhalde, Kirchner y Rodríguez Saá que son parte de una misma generación. Aquella generación tuvo corrupción, compra de periodistas, financiamiento de campañas con fondos públicos, y grietas que dirimían no por Twitter, sino con tiros o revoluciones, y también tuvo políticas de estado en común, que pueden gustar o no, pero existían.

—¿Cómo trabajaste para evitar que el prisma del siglo XXI te condicionara?

Es algo muy complejo, pero es un cuidado que uno debe tener. No podemos aplicar al pasado parámetros actuales. Me pasó mucho, por el tipo de temas que suelo abordar desde el periodismo de investigación, que al mirar aquella época me salió buscar testaferros, tráfico de influencia. Y en un momento me agarra Troisi y me dice: "Hugo, estás aplicando pautas que no regían en aquellos tiempos, como la de la corrupción vista con nuestros ojos". El concepto de cómo era la cosa pública en detrimento de la cosa privada era muy distinto.

—¿Cómo lidiaste con la tentación que Javier Cercas llama "profetizar el pasado", aquello de forzar la lectura del pasado para presagiar lo que luego pasaría?

Fue un enorme desafío, porque es uno de los riesgos. Estar todo el tiempo apoyándote en tu actualidad a la hora de escribir aquello. Y yo no sé si no terminé cometiendo ese error en algún tramo.

—En la novela hacés hablar a extranjeros, a mujeres, a próceres. ¿Cómo construiste esas voces?

A Roca, Rocha, Mitre, yo les hago decir o pensar lo que realmente dijeron, lo que está en sus cartas o en declaraciones. Ese es un nivel, lo real. El otro es qué pudo pasar, y ahí tenés que sumergirte en otras aguas. Y yo creí que era un cliché, pero no, y es emocionante, que es cuando te dicen que los personajes cobran vida. Vos te imaginás realmente qué les pasa. Claro, uno siente pudor en el caso de figuras históricas. Pero los personajes ficticios te dan más espacio para el juego, te dan otra libertad de movimientos.

—¿Habrá más trabajos de este tipo?

El día que recibí el primer ejemplar, me emocioné, lo olí, y lo abrí en una página al voleo. Empecé a leer, a la segunda línea dije "este verbo tendría que haber sido otro". Cerré y nunca más lo volví a abrir. No voy a hacer una segunda parte: La ciudad de las ranas fue un recorrido y lo disfruté, pero se terminó. Pero ya tengo en la cabeza otro libro, con personajes vinculados, aunque no es la continuación. Me atrae ese período histórico, me atrae aquella ciudad en ciernes. Es un período espectacular en el que estaba todo por hacerse, en el que a su vez si te agarrabas una infección te morías como una rata. Es como el far west. Me interesa continuar por esta senda, con otro tema. (Télam)