Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Soler, la calle que mantiene su pasado, camino a la estación

Fue una de las calles más transitadas hasta mediados del siglo XX y conserva en su estética las huellas de un pasado que pareciera resistirse a cualquier cambio.

   “Las ciudades son libros que se leen con los pies”, Quintin Cabrera, cantautor y poeta uruguayo

   Desde fines del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, dos calles se destacaban por su importante movimiento de gente y su fuerte carácter comercial: San Martín y Soler. La razón era simple: son las que comunicaban el centro de la ciudad con la estación de trenes, con lo cual durante todos los días se generaba un gran tráfico de quienes acudían a tomar el tren o quienes llegaban a la ciudad.

   Esa estación, que hoy no tiene ningún servicio, en esas décadas era un hervidero de gente, con trenes diarios a Buenos Aires, Patagones, Zapala, Tandil, Bariloche, Tres Arroyos, Sierra de la Ventana, Coronel Suárez, entre tantísimos otros destinos.

   A partir de la mitad del siglo XX el ferrocarril fue perdiendo protagonismo como medio de transporte, reemplazado por la “modernidad” que suponía el ómnibus y la variedad de destinos que prestaba la aviación.

   En ese contexto, estas calles fueron resignando su protagonismo, al menos en sus últimas cuadras antes de llegar a la avenida Cerri, y a pesar de su cercanía a la plaza Rivadavia nunca fue el lugar elegido por los inversores para desarrollar nuevas obras, con lo cual al recorrerlas se descubre un paisaje urbano muy particular, con casonas que fueron comercios y se mantienen cerradas, casas de compra venta de muebles, un espacio clásico del deporte y hasta emblemáticos de la noche. Un verdadero popurrí de estilos, detalles, huellas y testimonios de una ciudad que también  se manifiesta a través de su arquitectura, su historia tallada en piedra.

Una cubierta, el renacimiento

   “La calle era de casas bajas, y aunque su primera significación fuera de pobreza, la segunda era ciertamente de dicha. Era de lo más pobre y de lo más lindo”. Jorge Luis Borges

   El primer encuentro es con una vieja estación de servicio, cerrada hace años pero que mantiene en voladizo sobre la vereda la tradicional cubierta de chapa trapezoidal. Funciona como cochera y sobre sus rejas de frente se ubican rollos de alambre de púas, buscando evitar el ingreso de delincuentes o personas ajenas.

   Diseño del estudio de Francisco Marseillán, enfrente aparece esa casona con impecable frente símil piedra, una muestra contundente de la calidad de la mano de obra de los constructores locales. El estilo es claramente propio del renacimiento italiano, con sus arcos de medio punto y sus ventanas ordenadas en dos partes, separadas por una columna clásica de capitel dórico.

   Unos pocos pasos más y aparece otra casona maravillosa, con la firma en su frente de Justo José Querel, todo un referente de la construcción, hacedor del edificio de la biblioteca Rivadavia, el palacio de Tribunales y la ex sede de la Sociedad Sportiva. Sobre sus ventanales se ubican dos rostros, el de un hombre de tupida barba y, en lo alto, el de una joven mujer. Típicas sorpresas que surgen al caminar con pausa y con la mirada hacia arriba.

   Sobre la misma vereda, una propuesta art decó, estilo de los años 30, cargado de glamur al ser el estilo adoptado por Miami y Hollywood. Es una propuesta tranquila, sin guardas ni volúmenes superpuestos, pero sus puertas dejan en claro esa presencia, con su rejería ondulada, que son nubes, que es agua, que es electricidad.

La magia del neón, el tinglado del box y los comercios pasados.

   “Sólo la sombra/Sabe/los secretos/de las casas cerradas,/sólo/el viento rechazado/y en el techo la luna que florece”. Pablo Neruda

   Dos comercios tradicionales que conservan una huella preciosa del pasado: los carteles de neón fabricados por la firma Amaducci. Las décadas del 50 y 60 se caracterizaron por este tipo de luminaria, que aportaban color y movimiento a cientos de carteles en las calles. Uno de esos negocios lleva más de un siglo ocupando esa esquina, la tradición a la medida de cada pié.

   Retirado de la línea municipal aparece el inolvidable "tinglado de Soler 444", un lugar cargado de historia, hoy sede de una iglesia evangélica, otrora una suerte de “Luna Park” bahiense: el Salón de los Deportes. Los fines de semana las tribunas con tablones de madera y el ring side eran ocupadas en su totalidad. Por su ring pasaron figuras como Nicolino Locche, Horacio Acavallo, Ringo Bonavena, Carlos María Giménez, Luis Federico Thompson, Eduardo Lausse, Andrés Selpa y el mono Gatica. También eran famosos sus bailes de carnaval y por lugar elegido para actos políticos y circos. Quien ingrese al edificio tendrá la grata sorpresa de disfrutar de las históricas tribunas, conservadas y en uso.

   En la misma cuadra se suma otra atractiva vivienda, distinta, que combina texturas, materiales y colores, además de una cuidadosa ornamentación y un singular remate. Pero acaso el detalle llamativo es una suerte de portón ubicado en la planta alta, ciego y cerrado, un añadido posterior que quitó continuidad a la cornisa y modificó la terminación superior, sumando curiosidad y misterio.

   Y luego la magia de una sucesión de casonas destinadas al comercio, que mantienen su carpintería metálica original con puerta de acceso y ventanales integrados. En cualquier otro sitio de la ciudad el valor del terreno ya hubiese terminado con sus existencias. A cuatro cuadras del centro, los inversores y desarrolladores todavía no prestan atención al lugar.

Buzones, llamadores y algo más

   "La calle es por supuesto una pareja/una puerta cancel con vaticinios/la calle es un incendio y una estatua/y sobre todo una panadería/la calle es el ombú y el aguacero". Mario Benedetti

   Un conjunto de puertas de madera, de casi un siglo de existencia, muestra sus típicos herrajes metálicos, uno ciego, el otro destinado a recibir la correspondencia. Ninguna casa podía prescindir de ese elemento, “cartas” o “correo”, a la vieja usanza, el paso del cartero, la carta manuscrita.

   Sorprende luego una mansión señorial, sede de Vialidad provincial. Revoque símil piedra, ventanales con balaustradas como balcones y la doble puerta de acceso con dos leones de bronce en el centro de sendos llamadores. A un costado, añadido posterior, un viejo timbre y el número de la casa en una chapa de época. Todas muescas de un pasado distinto.

   En Soler y General Paz, un edificio quedó a medio camino. En 1962 se inauguró en el lugar el mercado Soler, “su mejor servidor”, con un esquema de pasillos y locales, donde se distribuían negocios de carnicería, aves, panadería, kioscos, café al paso, fábrica de pastas, pastelería. Nunca se terminó de construir la planta alta. Hasta hace unos años en su piso tenía todavía el nombre del lugar. El comercio que lo ocupa actualmente borró esas huellas.

   “Quijoteada”, es el nombre de un pub, ya cerrado y con el inmueble en venta. Es un lugar con historia, de la buena y de la mala. Allí funcionó, desde 1970, Diábolo, night club, Cabaret, un clásico de la noche, de triste y complejo final.

   Termina esta lectura  a pleno art decó, con una esquina plena de geometría, guardas, volúmenes, herrería y la firma del constructor en sobre relieve con una tipografía propia del estilo. En la parte de color amarillo aparece un balcón al cielo, construido para una ampliación de altos que nunca llegó.

Un paseo distinto y tan igual

   “A mi ciudad de patios cóncavos como cántaros/y de calles que surcan las leguas como un vuelo,/a mi ciudad de esquinas con aureola de ocaso/y arrabales azules, hechos de firmamento”. Jorge Luis Borges

   Soler, unas pocas cuadras recorridas --entre Las Herras y avenida Cerri-- y un repertorio que incluso excede lo que se publica en estas líneas. Algunas fotos de principios del siglo XX 0 muestran también otro rasgo característico de la calle: era una de las invadidas por las aguas del Napostá cuando desbordaba por las lluvias.

   Quedaba cubierta entonces por una gran correntada que amenazaba con llegar al centro y arrastraba los adoquines de madera.   

   Es también, y en esto es un clásico, la calle de los negocios de muebles usados, que ofrecen su mercadería ocupando parte de las veredas.

   Se podría decir que es una calle distinta. Incluso con su nuevo trazado con ciclovías y su deseo de volver a ser.

   Pero en realidad todas y cada una de las calles bahienses tienen su encanto, su valor, su mensaje, su singularidad. Todas tan iguales, todas a su vez tan distintas.