Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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¿Se declaró la independencia un año antes que en Tucumán?

La “Liga Federal” realizó el Congreso del Oriente entre junio y agosto de 1815. Fue un momento clave de la historia.

Ricardo de Titto /  Autor de "Las dos independencias argentinas"
Especial para “La Nueva.”

  En 1812, cuando aún Montevideo estaba ocupada por los españoles las desavenencias entre el líder de los orientales, José Gervasio Artigas y los porteños que dirigían el sitio a la capital oriental motivó el retiro de la mayor parte de las fuerzas locales. 

   La historia tradicional del Uruguay suele identificar el éxodo del pueblo oriental como su primer gesto de “independencia” nacional. Este hecho se encadenará, dos años después, con la construcción de la “Liga de los Pueblos Libros”, que reconoció a Artigas como su Protector y reunió a las provincias de Santa Fe, los Entre Ríos (que incluían Corrientes), las Misiones (occidentales y orientales), cuyo jefe fue Andresito Guazurarí, y la Banda Oriental del río Uruguay. Durante más de un año, también participó la Córdoba que declaró su autonomía en 1815. 

   Esta primera “Liga Federal” realizará un Congreso –conocido como el Congreso de Oriente— entre junio y agosto de 1815 y hay quienes afirman que allí se declaró por primera vez la Independencia de la región, un año antes que en el Congreso de Tucumán.

   En tres entregas sucesivas estudiaremos estos hechos, de enorme importancia para nuestra historia y que, desde la perspectiva de la tradicional historia uruguaya, constituyen un verdadero mito de origen de su identificación como nación independiente. Aquí entonces, la primera parte de aquellos años.

La “Redota” de 1812

   El éxodo del pueblo uruguayo hacia el norte, hacia la banda oriental del río Uruguay tiene una épica que recuerda la del pueblo ruso ante el avance del ejército napoleónico e inmortalizada en la “Obertura 1812” de Tchaicovsky y el famoso “éxodo jujeño” ordenado y liderado por Manuel Belgrano. Una multitud desarrapada siguió de cerca a Artigas y era gente que no entendía bien de jerarquías aún ni, menos todavía, soñaba con Uruguay como una nación sino, todavía como una “patria”, como tantas otras que convivían en la lucha contra la monarquía española. 

   “¿Qué era un jefe para ellos, changadores, troperos, negros bisoños, indios a medio civilizar, desheredados de la fortuna y amigos de infancia y correrías?”, se pregunta el educador uruguayo Jesualdo. “Nada más que un hombre más guapo, más hábil, más jinete, mejor enlazador y pialador, más ducho en las faenas de la yerra y el corambre, más discreto enamorador. Y a ese hombre no se le teme: se lo admira. [...] Ahí está todo un mundo conmovido en la campaña. Hacendados y peones; clérigos y changadores que más contrabandean o roban, que desjarretan o cuerean por oficio y paga; comerciantes y militares junto a su soldadesca; negros libertos e indiada que huelen, por algún sentido que todo esto les toca también a ellos, pedazos de tierra sin ella. Estos son los tenientes, los amigos a que se refiere el jefe, los que contribuirán a fijar la felicidad común. Para toda esta gente ya no habrá más crepúsculos de pena, sino una idea firme que caminará empujada por su viento de libertad”.

   Esa fue la “redota”. Con ese término los orientales inmortalizaron este desplazamiento popular dispuesto por Artigas y que trasladó a miles de personas desde Montevideo y otros pueblos y regiones del actual Uruguay hasta el Salto Chico del río Uruguay, donde hoy se encuentra la argentina ciudad de Concordia. La caravana, que se fue nutriendo a su paso por la campaña  –dejando virtualmente “tierra arrasada” de cultivos, productos de granja, ganado y animales de tiro–, recorrió más de quinientos kilómetros en sesenta y cuatro días, a razón de casi diez kilómetros diarios. El número de personas que acompañó a su líder en la travesía, incluyendo a los tres mil soldados que algunas cuentas no reputan, supera las quince mil. Un censo realizado al llegar –que exceptuó soldados y “los que van llegando”− contabilizó un “padrón de familias orientales” de 4435 individuos y 846 carruajes. ¿Qué motivó semejante traslado, realizado con pena y desazón tras “abandonarlo todo”?

Montevideo, un nido de la contrarrevolución

  Montevideo era uno de los bastiones realistas alzados contra la Revolución de Mayo, al punto que allí se asentó un “virrey”, designado en reemplazo del depuesto Baltasar Hidalgo de Cisneros. Francisco Javier de Elío ya había sido puntal de los enfrentamientos con Buenos Aires cuando desde septiembre de 1808 y hasta junio de 1809 había presidido una junta leal al rey, la primera de América. La cuestión es que Elío, juntando fuerzas con el ex virrey Santiago de Liniers en Córdoba, pretendió liderar la contrarrevolución al movimiento revolucionario inicialmente porteño. Los hombres de Mayo sitiaron Montevideo y José Artigas, ya el 11 de abril de 1811 se alzó como caudillo de su pueblo y, desde su cuartel general de Mercedes, lanzó una proclama a los orientales: “Tiemblen esos tiranos por haber excitado nuestro enojo, sin advertir que los americanos del sur, están dispuestos a defender su patria y a morir antes con honor, que vivir con ignominia en afrentoso cautiverio”. Nótese cómo se identifica el líder oriental. Como “americano del sur”, ¡esa es la pertenencia de quienes adherían a la revolución en curso, ni “argentinos”, ni “uruguayos”, sino “porteños, orientales, cuyanos o cordobeses o pueblos de las Misiones”!

Entre dos sitios

   En octubre de 1811, el Triunvirato llegó a un acuerdo con el “virrey” Elío y puso fin a ese sitio. Fue entonces cuando Artigas, con desazón, organizó el traslado de sus fuerzas y concitó la adhesión de miles de orientales. La retirada se inició a mediados de octubre: al frente iba José Rondeau, con sus lanceros argentinos; detrás, Artigas, con sus blandengues, y cerrando la marcha los amplios contingentes del pueblo oriental que se sumaron. Apuntemos aquí un dato relevante: Rondeau y Artigas eran compadres, una relación por entonces muy significativa. Se retiraron hasta el río San José en donde establecieron su campamento. Este fue el fin del primer sitio de Montevideo; habrá luego un segundo sitio, que concretará la definitiva derrota española.

   El genio de Artigas, su carácter y su perfil independiente se observan ya en una carta enviada al Paraguay con fecha 7 de diciembre de 1811 donde remarca –de hecho− que los “porteños” no toleraban su mando natural y preferían “sacarlo del medio” y enviarlo lo más lejos posible. En efecto, el 27 de octubre Artigas se anotició oficialmente de que el gobierno lo nombraba teniente gobernador, justicia mayor y capitán de guerra del departamento de Yapeyú en las Misiones, tenencia de gobierno que sería creada el 11 de noviembre. Ese mismo día, junto con el pueblo y los milicianos que lo acompañaban, retomó su senda hasta Santo Tomé, lugar que se le había fijado como residencia. 

   El retiro a tierras adentro tenía un objetivo: no abandonar las armas para continuar la lucha contra Elío hasta desalojarlo y, a la vez, hacer frente a los invasores portugueses que respaldaban al virrey desde la cercana frontera. Rondeau dejó un testimonio elocuente de la nueva situación: “Creo mi deber manifestar a usted el estado de desolación en que queda esta campaña y la consternación que causa ver toda ella hecha un desierto. Me aseguran que pueblos de numeroso vecindario se abandonan sin quedar en ellos un solo hombre. De todos puntos de la campaña se repliegan familias al Ejército sin que basten persuasiones a contenerlas en sus casas”. Rondeau, militar de carrera, acompañó el éxodo para luego seguir camino hacia Buenos Aires.

El Protector de los Pueblos Libres

   Con la “Redota” nació también “el Protector”. En carta al gobierno central, fechada el 29 de octubre de 1811 Artigas lo explicitaba: “Pasé a esta Banda Oriental de Segundo Jefe de la tropa con que se dignó auxiliar a mis compaisanos: llegaron los últimos acontecimientos y más de setecientas familias han fijado su protección en mí; el grito de ellas, de los ciudadanos, de la campaña, todo empeña mi sensibilidad y aún mi honor cuando me hacen causa de su laudable compromiso y de sus pérdidas remarcables; me hacen conocer que abandonar esta Banda envuelve algo más que su lamentable desgracia”.

   Luego del primer asentamiento provisorio, Artigas dispuso instalar su pueblo en el “paradero” jesuita Ytú, −o sea, “El Salto”−, fundamento de la actual ciudad de

   Concordia, donde se encuentra en el presente el establecimiento conocido por “El Naranjal” de Pereda. Después de cinco meses de padecimientos en Ytú, debieron abandonar esa posición, y el nuevo campamento se trasladó un poco más al norte, entre los dos Ayuí, retirándose algo más de la costa del río. Permanecieron allí hasta fines de septiembre de 1812, cuando se decidió retornar, después de doce meses de grandes sacrificios.

   También con aquel éxodo –nombre que acuñó el historiador Clemente Frigerio en 1882 para denominar lo que popularmente se conocía como Redota o emigración− comenzó a configurarse la oficialidad del futuro primer ejército identificado con la causa federal. El 7 de diciembre, los soldados cruzan el río Daymán −límite entre los departamentos de Salto y Paysandú− y Artigas dispone que Fernando Otorgués conduzca un destacamento de ochocientos hombres hacia las Misiones occidentales, más un escuadrón de voluntarios, y tres compañías al mando de Fructuoso Rivera, junto con algunas milicias misioneras integradas por aborígenes guaraníes en las que comienza a sobresalir la figura de Andrés Guazurarí o Guacurarí.

   A mediados de diciembre el capitán de blandengues Manuel Pintos Carneiro, al mando de quinientos hombres de caballería y otros tantos indios charrúas avanzan en posiciones controladas por los portugueses y logran desalojarlos de Belén. Otorgués, Rivera, Pintos Carneiro y Andresito serán piezas fundamentales en el nuevo equipo de conducción en formación. La primera mitad de 1812 consolidará estas fuerzas que una y otra vez cruzarán el río Uruguay y moverán sus campamentos recorriendo casi toda la región de las actuales provincias de Corrientes y Entre Ríos y las antiguas Misiones  −occidentales u orientales− ubicadas sobre ambas márgenes del río, incluyendo actual territorio brasileño. Buenos Aires, entretanto, envía solo los auxilios imprescindibles y algunas tropas de refuerzo.

   A mediados de junio de 1812 en el campamento ubicado ahora a orillas del arroyo Ayuí Grande −cuya desembocadura está al sur de la actual represa de Salto Grande−Artigas recibe a Manuel de Sarratea comisionado por el Triunvirato para asumir el mando del Ejército de la Banda Oriental. El 21 de septiembre regresan a la costa oriental y, operando también fuerzas navales, se reanuda el sitio de Montevideo.

   Los antecedentes de todos estos movimientos habían delatado ya al “artiguismo” en formación como una corriente que, adhiriendo a los principios liberales y libertarios de la Revolución de Mayo, exhibía un perfil autonómico que lo distinguirá. Los celos de los “porteños” tenían fundamento: la pequeña burguesía portuaria de Montevideo, Maldonado y Colonia, asociada con los estancieros de la rica llanura oriental, conformaban un grupo que podía competir, en ambos sentidos –producción y comercio−, con los primeros saladeristas bonaerenses y los comerciantes de la antigua capital virreinal. Como es sabido, el puerto de Montevideo era –y es− mucho más apto que las bajas y barrosas costas del lado “argentino”, de Ensenada, Quilmes, Buenos Aires o San Fernando. Por eso mismo también, más allá del “pobrerío” que acompañaba a Artigas, lo cierto es que su Estado Mayor se conformaba con grandes ganaderos y ricos comerciantes, como él mismo lo era, heterogéneo grupo en el que no faltaban los clásicos contrabandistas y “negreros”.

   El ascendiente de Artigas sobre “la plebe” también causaba recelos. De estatura media y complexión fornida, compartía prácticas y entretenimientos con sus paisanos: gustaba de jugar a los naipes y, se dice, sabía tocar bastante bien el acordeón. Su hablar era pausado y, según algunos autores, conversaba perfectamente en guaraní. De allí que, durante el éxodo, el contacto cotidiano con su gente convirtió a Don José en su caudillo indiscutido. 

La ruptura con el Triunvirato

   En un oficio librado al Cabildo de Buenos Aires fechado el 27 de agosto de 1812, los jefes de la división del ejército de Artigas, explicitaron las razones de su decisión de octubre del año anterior: “Allí, obligados por el tratado convencional del Gobierno Superior, quedó roto el lazo (nunca expreso) que ligó a él nuestra obediencia, y allí sin darla al de Montevideo celebramos el acto solemne, sacrosanto siempre de una constitución social, erigiéndonos una cabeza en la persona de nuestro conciudadano Don José Artigas, para el orden militar, de que necesitábamos”.

   El gobierno porteño, argumentando razones militares, tras la disolución de la llamada Junta Grande que incluía a las provincias, se había centralizado en septiembre de 1811 en el Primer Triunvirato que caerá con el movimiento militar liderado por San Martín y la Logia Lautaro el 8 de octubre de 1812.

   Como hemos destacado al inicio, las corrientes historiográficas uruguayas más tradicionales, resaltando el liderazgo de Artigas durante la “redota” y la decisión autónoma del pueblo reunido en asambleas regionales, otorgan al éxodo el carácter de “su primera independencia”. Luego sobrevendrán los congresos preparatorios de su participación en la Asamblea del Año XIII donde los pliegos de los diputados electos fueron rechazados fomentando el alejamiento de los artiguistas. Sin embargo, evitando simplificaciones, creemos que esa visión abona más la voluntad de construir un mito original que una realidad que aún los unía firmemente con las nacientes Provincias Unidas. Sea como fuere, sin embargo, y abiertos a diversas interpretaciones del carácter y dinámica de estos hechos, es indudable que un líder y su pueblo comenzaron entonces a recorrer juntos un largo camino, que, en las próximas entregas, nos permitirán cubrir este primer tramo “artiguista”, que concluye, dramáticamente, en 1820, con el exilio del Protector.

La carta de Artigas a los paraguayos: “Demostrar el genio americano”

   En esta crisis terrible y violenta, abandonadas las familias, perdidos los intereses, acabado todo auxilio, sin recursos, entregados solo a sí mismos, ¿qué podía esperarse de los orientales, sino que luchando con sus infortunios cediesen al fin al peso de ellos? […] Pero estaba reservado a ellos demostrar el genio americano […]: ellos se resuelven a dejar sus preciosas vidas antes que sobrevivir al oprobio y la ignominia a que se los destinaba [...] determinan gustosos dejar los pocos intereses que les restan en el país y trasladarse con sus familias a cualquier punto donde puedan ser libres, a pesar de trabajos, miserias y toda clase de males.

   Tal era su situación cuando el Excmo. Poder Ejecutivo me anunció una comisión que pocos días después me fue manifestada y consistió en constituirme jefe principal de estos héroes, fijando mi residencia en el departamento de Yapeyú.

7 de diciembre de 1811