Es otoño y la ciudad suma el color púrpura de los palos borrachos
Con su particular tronco ensanchado en la parte media, en esta estación decoran las calles con sus flores orsas.
Mario Minervino / [email protected]
Fotos: Pablo Presti / [email protected]
Abril es el mes de las flores rosadas y amarillas. El momento en que en la ciudad florecen los palos borrachos, árboles que se encuentran en buen número en veredas, plazas y paseos y que se han adaptado al clima bahiense.
Originario de Perú, Bolivia y el norte argentino, es un árbol simple de identificar, por su tronco con forma de botella o jarrón. Es su rasgo característico y la parte media su tronco puede alcanzar los dos metros de diámetro. Es allí donde almacena agua para soportar los tiempos de sequía. En los ejemplares jóvenes su corteza es lisa y verde, al envejecer se ve rugosa, llena de espinas anchas y filosas.
Terminado el verano, en pleno otoño, se llenan de flores rosadas con un color blancuzco en el centro y salpicadas de rojo, que crecen solitarias o en racimos. Su néctar un imán para los colibrí y algunas mariposas.
Se los puede ver en distintos lugares, donde es bueno descubrirlos, apareciendo con su atractivo color entre otros árboles amarillentos. Hay un ejemplar de más de 70 años en la avenida Colón 1.100 y otros añosos en la plazoleta Payró y en Lamadrid al 200.
También resulta interesante ver las primeras floraciones de los ejemplares colocados hace poco tiempo en la plaza Rivadavia, dando muestra de cómo van encontrando su fortaleza.
Un nombre raro y un familiar famoso
Como todo árbol, el palo borracho tiene su nombre científico, que es Chorisia insignis. También un particular familiar: el boabad, árbol que crece en la isla de Madagastar. Es, sin dudas, el familiar famoso del palo borracho: El Principito, el personaje creado por Antoine de Saint Exupéry, debía estar atento a no dejarlos crecer en su asteroide porque podrían ocuparlo todo en poco tiempo.
En Madagascar existe la denominada “avenida de los Boababs”, un grupo de 25 árboles que bordean el camino de tierra entre Morondava y Belon’i Tsiribihina. Son unos 25 ejemplares distribuidos en unos 300 metros, alcanzando alturas de 30 metros y algunos de ellos con una edad estimada de 800 años.
Avenida de los boabads, en Madagascar.