Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Tormentas y temporales, viejos conocidos de la historia bahiense

   Todas las décadas han tenido su día de temporales ó huracanes, con resultados similares: árboles caídos, voladuras de techos, derrumbe de paredes, cortes de servicios. ¿Si la de ayer ha sido una de las más severas? Es aventurado asegurarlo, aunque por su duración se ubica entre las más singulares y extensas.

Tierra arrasada en el devastador temporal de febrero de 1982

Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

Fotos: Archivo La Nueva.

   Jorge Luis Borges siempre aconsejaba no utilizar el modo superlativo. “Es una imprudencia”, decía, ya que propende “menos a la persuasión que a la mera y vana polémica”. Descreía de las “afirmaciones categóricas”, que nunca eran, decía, “camino de convicción”.

   Por eso es conveniente cuidarse al momento de asegurar que la jornada de ayer fue "la más grave de la historia local”, aunque sin dudas por su duración y características, no tan habituales en los temporales de viento y lluvia, se la puede ubicar entre las más persistentes.

   Ha habido temporales que forman parte de la tradición local y la memoria colectiva por sus consecuencias. El ocurrido en febrero de 1982 generó consecuencias tan devastadoras que muchos lo recuerdan con claridad. Fue cuando ocurrió la destrucción de las instalaciones del club Estrella, además de arrasar con la Maderera Patagonia, en Chile y Pedro Pico, donde la fuerza del viento arrastró cabriadas de hierro de más de 100 kilos por trayectos de hasta 500 metros.

Pocas veces consecuencias tan elocuentes como las de febrero de 1982

   Otro testimonio contundente de aquel temporal fueron las consecuencias de la compañía de ómnibus Ñandú del Sur, con instalaciones en Thompson 1770, cuyo tinglado se derrumbó sobre algunas de las unidades allí estacionadas. Los daños del aquel temporal en la cudad fueron evaluados en seis millones de dólares.

Un tinglado aplastó unidades de la empresa Ñandú del Sur, febrero de 1982

   Un año antes, una noche de sábado de marzo de 1981, se registró un temporal que este diario calificó como “uno de los más graves de la historia”, sobre todo tomando como referencia la cantidad de vivienda precarias derrumbadas, dejando a la ciudad con decenas de árboles caídos, techos volados y cortes de energía.

Marzo de 1981: las viviendas precarias arrasadas por el viento.

   En diciembre de 1977 se registró otra jornada de vientos, tormenta eléctrica y fuertes precipitaciones, con ráfagas que alcanzaron los 160 km/h. Otra vez el saldo de árboles caídos, carteles de publicidad arrancados y el derivado del Maldonado alcanzando casi su cota máxima por las lluvias registradas en la zona serrana.

   La década del 60 registra también jornadas inhóspitas, con el aditamento de la presencia de tierra, que volvía casi nula la visibilidad. El 18 de enero de 1960 una ráfaga de viento llegó a los 190 km/h, velocidad que se repitió en septiembre de 1965. Son los mayores valores alcanzados en el siglo XX.

Árboles caídos: Una constante de las jornadas ventosas

   Con cada historia de temporales se repiten la caída de árboles y de postes, la voladura de techos y la destrucción de viviendas precarias. Los parámetros para identificar cual de todas las jornadas ha sido la más grave no son simples de definir. A veces unos pocos minutos de tormenta han resultados devastadores, otras jornadas más extensas no han tenido tantas consecuencias.

La Madrid casi Belgrano, un auto (¿NZU Prinz ó Isard 400?) a punto de ser dañado por un árbol, 1968

 

Los carteles de comercio: víctimas habituales

   A principios del siglo XX se hablaba con asiduidad de los “días de Bahía”, caracterizados por las altas temperatura, el viento caliente y fuerte y la tierra en suspensión. No dejan de ser parte de ciertas condiciones climáticas que se conjugan y derivan en demostraciones de ese tipo, como si la a naturaleza, en su condición de madre, le correspondiera también manifestar su enojo.