Bahía Blanca | Miércoles, 02 de julio

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Mariano Silvestroni y un libro que levanta polvareda

“La justicia argentina es paupérrima y los jueces a veces responden a los intereses más escabrosos”, asegura el autor de Py.

Mariano Silvestroni desempeña su profesión en el área del derecho penal y ha participado en casos de gran repercusión.

Mario Minervino / [email protected]

   Py. Así de simple, pero con un enorme significado en el ámbito de la justicia argentina, se titula el último libro del abogado Mariano Silvestroni. La referencia es al edificio donde funcionan los juzgados y tribunales federales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, inmueble que ha tomado su nombre basado en su ubicación, en la avenida Comodoro Py 2002. 

   Silvestroni desempeña su profesión en el área del derecho penal y ha participado en casos de gran repercusión, entre ellos el caso Cóppola que en 1996 llevó a prisión al entonces manager de Diego Maradona, fue defensor del grupo Callejeros por la tragedia del boliche Cromagnón y defendió a Rafael Llorens, funcionario del ministerio de Planificación Federal, en la causa de los cuadernos.

   Profesor de Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires, a sus 53 años de edad es el cuarto libro que publica. Antes de Py escribió El abogado del presidente, el juez federal y fantasmas de la justicia.

   En Py se adentra en el mundo de la justicia, al que conoce de primera mano, desnuda a partir de una ficción las relaciones de jueces, políticos, el papel del periodismo y la suerte de las distintas causas en una justicia a la que califica de “paupérrima”, en la cual distintos “bandos” hacen pesar sus intereses y que mantiene relaciones “promiscuas” con el poder político de turno.

   En la entrevista exclusiva con “La Nueva.” habla de su obra, pero también de la realidad de un sistema judicial que cada vez es más cuestionado y controversial en su forma de accionar

   --Py es presentado como “un thriller legal”. ¿Cómo se explica ese género? ¿Qué particularidades tiene?

   --No soy partidario de encasillar a la ficción en tal o cual género. Py es una novela de intriga judicial, que también puede ser vista como una novela sobre el periodismo y la política argentina. La trama recorre los vericuetos de la justicia federal argentina, las relaciones promiscuas con el poder político y el papel estelar que le cabe a los medios de comunicación de los distintos bandos en los dramas que todos los días inundan las pantallas, las radios y las tapas de los diarios.

    --¿Es un libro que se debe leer como ficción o puede asumirse que se ajusta a la realidad en cuanto a los manejos de la justicia y todos sus actores?

   --Py es pura ficción, pero respeta a rajatablas la realidad de la justicia argentina. Esa realidad es el paisaje y el universo en el que se desenvuelven los personajes. Por eso su atractivo es doble, como historia de ficción y como retrato vívido de los entretelones judiciales y políticos. Una realidad que la que la mayoría de la gente ni imagina. Pero quiero dejar en claro algo. Como en toda novela, quien habla no es el autor, sino los personajes. Ellos ven, piensan y actúan. ¿Son personajes realistas? Espero que sí, porque esa es una condición fundamental para atrapar al lector y que éste acepte las premisas de la historia y acepte continuar leyendo hasta el final.

   --¿Cómo define el funcionamiento de la justicia en nuestro país? ¿Es confiable o está contaminada por intereses, por la política, la corrupción?

   --No se puede generalizar. Vivimos en un país muy extraño y singular y por eso suceden cosas muchas veces inexplicables. Nuestra justicia y nuestra política son dignas hijas de la Argentina. Nuestra justicia no funciona y no creo tampoco que eso tenga solución.

   --Usted es muy crítico con el papel de la prensa. ¿Tan influyente puede resultar el periodismo para que un hecho judicial se caiga o tome relevancia? ¿Cuánto influye en los jueces?

   --Lamentablemente, en la Argentina, la prensa es el verdadero Consejo de la Magistratura. Fíjese lo que ocurrió en Bahía Blanca, que se llegó a declarar enemigos de la ciudad a jueces por cumplir con su deber. Imagínese lo que sucede en Comodoro Py. Es diez, cien veces peor. Se piensa que la justicia penal funciona mal porque no hace lo que espera la opinión pública. Pero es exactamente al revés: hace exactamente lo que se espera de ella. Las consecuencias están a la vista.

   --Menciona en su libro que en Comodoro Py “se toman decisiones” que son las más convenientes para cada situación. ¿Qué lectura se debe hacer de esa aseveración?

   --Uno de los personajes de la novela dice eso, es cierto. Significa que los casos no se “resuelven” a partir de las pruebas, de los hechos y de la ley. Se deciden por las razones más sórdidas, entre ellas, por torpeza, por cobardía, por venalidad o para satisfacer la expectativa de la prensa y de la opinión pública.

Las causas que mueren pero siguen vivas

   “Comodoro Py siempre negocia con los gobiernos. Manejamos los tiempos, no los molestamos a menos que la prensa nos acorrale. Cuando tienen mucho poder cerramos las causas en su contra y si no se puede las dejamos vivas, pero congeladas”. Py, Mariano Silvestroni.

   --Usted señala en su libro que ciertos jueces distinguen las causas “con potencial”, para “conservarlas vivas pero quietas”, para demorarlas o postergarlas. ¿Ese es un manejo habitual? 

   --Efectivamente, uno de los personajes de Py es envidiado por sus colegas por saber distinguir ese tipo de causas, que permiten cazar rehenes, perpetuarse en el tiempo, hacer negocios y, llegado el caso, intercambiar figuritas. ¿A qué intereses responden? A los más escabrosos. Eso es pura política, política judicial, la más inmunda, porque se supone que la justicia está para otra cosa.

   --La idea de contar con un poder judicial independiente, ¿Es algo imposible?

   --Es una utopía. Algo irrealizable, por lo menos a mediano plazo. Pero la justicia no es dependiente sólo del Ejecutivo. Es dependiente del humor social, en gran parte porque la mayoría de los fiscales y jueces penales no tienen en claro cuál es su función. Tal vez dentro de doscientos años la cosa pueda mejorar un poco.

   --Algo muy fuerte que menciona su libro es que “La pelea contra los narcos es una mentira enorme”. ¿Es así? ¿Por qué no se enfrenta ese negocio?

   --Uno de los personajes, un periodista, dice eso. Que la guerra contra las drogas es una gran mentira, una de las cruzadas más estúpidas de los últimos cincuenta años. Una guerra perdida de antemano, que ninguna democracia pudo ganar ni ganará y que funciona como una máquina de corromper y de matar. En la novela se ve cómo corrompe y como mata esa guerra que todo el mundo incentiva a los gritos y aplaude como en un circo romano.

   --También menciona que “Los jueces tienen miedo de resolver conforme a derecho porque les puede costar el cargo”. ¿Es algo de siempre, de este momento en particular?

   --Es algo natural que se vea exacerbado por muchas circunstancias. La cobardía de muchos fiscales y jueces penales, su gran confusión sobre su función, las expectativas sociales sobre el rol de la justicia penal. Por eso creo que una de las instituciones más nobles del sistema es el juicio por jurados. La “gente común” cuando tiene que actuar como juez (no cuando vocifera en su casa frente a un televisor) es mucho más valiente, razonable y justa que la mayoría de los jueces penales del país. 

   --¿Eso por qué ocurre?

   --Bueno, cuando un ciudadano común resuelve un caso como miembro de un jurado, al otro día sigue su vida normal. En cambio, un juez, al otro día tiene que rezar para que no lo destituyan por lo que resolvió o para que no lo escrachen los medios diciendo que está comprado o que es “garantista”. Es curioso que se les diga garantistas a los jueces y que ellos lo vean como algo malo cuando su función es cuidar las garantías de todos. Y más curioso es que los periodistas digan que efectivamente hay jueces garantistas. De mis treinta años de ejercicio profesional me sobran los dedos de una mano para contar a los jueces verdaderamente garantistas.

Una pobreza que asusta

   “Era hora de pegar duro, se propuso, y primero citó a un par de testigos que llenaron varias páginas de pura hojarasca. Cuando juntó suficiente confusión ordenó doce allanamientos. Uno de ellos quirúrgico, letal”. Py, M. Silvestroni.

   --¿Cómo definiría a la justicia argentina?

   --La justicia argentina en general es paupérrima. La justicia civil y comercial prácticamente no existe porque los juicios escritos no son verdaderos juicios. Son una simulación que colocan a la ciudadanía ante una virtual privación de justicia. Y yo no veo a políticos ni periodistas ni sabiondos del derecho preguntarse por qué no hay juicios orales y públicos en la justicia civil, comercial, laboral, contencioso administrativa. Y creo que la respuesta es obvia: porque es muy buen negocio que la gente de a pie no pueda acceder a la justicia. 

   --Es algo terrible esa mirada...

   --Piense una cosa: ¿cuánto dura un juicio por un reajuste jubilatorio? ¿Usted cree que es causalidad? No, no lo es. Está calculado para que la mayoría de los demandantes se muera antes de cobrar la sentencia y así desincentivar las demandas. Pero, repito, no veo programas de televisión ni a juristas de renombre hablando de esa “justicia”. Sólo se ocupan del morbo de las causas penales. ¿Y qué le puedo decir de las causas penales? Creo que nuestra justicia penal no tiene solución.

   --¿Argentina en ese aspecto es un caso singular del mundo o todos los sistemas judiciales tienen semejante complejidad y aparecen tan sospechados?

   --No puedo hablar con precisión sobre lo que sucede en otros países. Hay algunos trazos comunes pero acá, todo se potencia. Somos especialistas en la exageración.

   --¿Cuánto tiempo le llevó escribir Py? ¿Cuáles son sus fuentes para contar con tanto detalle toda esa maquinaria judicial?

   --El nudo de la historia me llevó algo más de un año. No se olvide que soy abogado litigante y profesor de derecho penal. El tiempo no me sobra. Las fuentes han sido lo que veo todos los días, desde que comencé a litigar 1993. A mí no me lo contaron. Lo vi. A nosotros, los abogados litigantes, los protagonistas de la justicia real nos cuentan la verdad. A los jueces y a los fiscales se les miente todo el tiempo. Ellos creen que saben (y que “se las saben todas”) pero saben muy poco. A nosotros, los abogados, sí que nos cuentan la verdad, tanto los clientes, como los colegas, periodistas e incluso los jueces y fiscales cuando entran en confianza. Y le aseguro una cosa. La verdad es muy lejana a lo que se muestra todos los días en la televisión.

   --¿Cuál ha sido su objetivo al escribir Py? ¿Qué mensaje le gustaría que los lectores tomaran?

   --Mi objetivo fue escribir una novela y creo haberlo conseguido y por eso fue publicada por una prestigiosa editorial. Me gustaría que los lectores se entretengan porque, en mi opinión, la principal función de la ficción es entretener. Si además puedo aportar un granito de arena para mostrar cosas que no se ven, bienvenido sea. Y cuando digo “cosas que no se ven” no me refiero a lo que muchos suponen pasa dentro de Comodoro Py. Me refiero a lo que de verdad pasa y muy pocos imaginan.

Al margen

  El lugar. En el edificio de Comodoro Py 2002 funcionan doce juzgados federales, distintos tribunales orales, defensoría, cámara de apelaciones y fiscalías donde se investigan delitos de cohecho, negociaciones incompatibles con la función pública, enriquecimiento ilícito, defraudaciones al Estado, narcotráfico, asociación ilícita, secuestro extorsivo, trata de personas, lavado de dinero, lesa humanidad, falsificación de moneda, delitos financieros, terrorismo, entre otros. Allí trabajan 60 jueces y camaristas, parte de un plantel estimado de 1.500 empleados.

   Un marino. Siete letras alcanzan para nombrar a Luis Py, cuyo nombre lleva la avenida donde se ubican los juzgados federales. Nacido en Barcelona en 1819, se desempeñó en la marina argentina, siendo clave su accionar en la defensa de la Patagonia para la Argentina, ante los intereses chilenos. Con 60 años de edad fue ascendido al grado de comodoro. Falleció en Buenos Aires, el 22 de febrero de 1884.