Opinión: 30 de Octubre de 1983, "hemos ganado pero no hemos derrotado a nadie"
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Por Pablo Daguerre (*)
El 30 de octubre de 1983 Raúl Alfonsín dijo: “Yo les pido que comprendan que iniciamos una nueva etapa en la Argentina. Es necesario, absolutamente necesario, que todos comprendamos que este día en el que inauguramos una etapa nueva en la Argentina, inauguramos un largo período de paz, de prosperidad y de respeto por la dignidad del hombre y de los argentinos. Este día en que recibimos el saludo alborozado de las democracias del mundo y muy particularmente de las democracias de los países de América Latina. Este día debe ser reconocido por los argentinos como el día de todos. Acá hemos ido a una elección, hemos ganado, pero no hemos derrotado a nadie, porque todos hemos recuperado nuestros derechos”.
En esa fecha, los argentinos produjimos un quiebre en nuestra trágica historia reciente y comenzamos a escribir un capítulo nuevo; un capítulo destinado a transformarse en la obra maestra y perdurable de un pueblo civilizado. Quien nos mostró que la historia podía ser escrita con una pluma distinta y nos ayudó a ver que era posible dar una definitiva vuelta de página, fue el doctor Raúl Ricardo Alfonsín. Sí, fue él quien con pasión republicana rearmó la Unión Cívica Radical, renovó sus contenidos democráticos, los ofreció a todos —sin diferencias de banderías políticas— y transformó a la Constitución Nacional en el estandarte de la recuperación argentina. Vivíamos en aquel entonces momentos muy difíciles: la Dictadura Militar acababa de fracasar en su intento por permanecer en el poder luego de la tragedia que ocasionó la tentativa de recuperación de nuestras queridas Malvinas; el país había entrado en default; la industria nacional estaba destruida como consecuencia de la aplicación de las más recalcitrantes recetas del liberalismo económico; los militares comenzaban a entrever que los horrores cometidos por ellos no quedarían impunes y dictaban su propia amnistía, mientras el pueblo marchaba pidiendo “paz, pan y trabajo”. La denominada “Multipartidaria” ganaba las calles y los libros políticos volvían de los sótanos a poblar las vidrieras de las librerías.
Las elecciones de 1983 iniciaron el período más largo de continuidad democrática de la historia argentina, no interrumpido desde entonces. El gobierno de Raúl Alfonsín, a los tres días de haber comenzado, decretó lo que sería otro de los hechos históricos más movilizantes de la Argentina: el juicio a los miembros de las juntas militares que usurparon el poder en 1976. Si bien, a partir de entonces, la Argentina comenzaría a recorrer un difícil camino de recuperación, con una hiperinflación a finales del mandato de Alfonsín, lo más importante estaba cumplido: la consolidación de la democracia estaba en marcha. Que marchamos, que luchamos... “para constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino", reza el fragmento del preámbulo de la Constitución Nacional con el que finalizaron los actos de campaña Raúl Alfonsín en 1983.
Aquel día se le dijo adiós a una corriente de pensamiento que basaba la planificación y la práctica de la política en la concepción del adversario como un enemigo al que había que suprimir. Ese día marcó la revalorización del disenso y la definitiva incorporación de la tolerancia como valor fundamental para la convivencia social. Lo dijo claramente el propio Raúl Alfonsín durante el acto realizado en la Casa Rosada con motivo de la inauguración de la escultura que lo recuerda como Presidente de la Nación: “Era necesario buscar un consenso fundamental: la democracia aspira a la coexistencia de las diversas clases y sectores sociales, de las diversas ideologías y de diferentes concepciones de vida. La democracia es previsible, y esa previsibilidad indica la existencia de un orden mucho más profundo que aquel asentado sobre el miedo o el silencio de los ciudadanos. La previsibilidad de la democracia implica elaboración y diálogo que no excluirá, sin duda, tempestuosos debates y agrios enfrentamientos de coyuntura que nutrirán al estilo republicano triunfante ya en el país”.
Desde entonces los argentinos nos hemos ido acostumbrado a vivir en democracia, a que las diferencias se resuelven dialogando, a que las instituciones parlamentarias funcionen con sus más y con sus menos, a que los partidos políticos se renueven y comprendan que el alcance de su representación no es absoluto sino parcial o limitado. Claro que en estos 39 años hubo –y sigue habiendo– tentaciones y acechanzas regresivas de grupos o facciones que creen que la democracia les pertenece en exclusiva y que la ley del número es suficiente para imponer su particular “verdad” en desmedro de las minorías e intentando clausurar todo canal de diálogo. Hoy gozamos de derechos que —por tan elementales— parecieran tener valor relativo, cuando en realidad los hemos incorporado como inalienables, legítimos e indiscutibles.
Raúl Alfonsín nos enseñó a los argentinos que es posible construir un país unido, con libertad y justicia, y nos formó para tener un futuro. Su pensamiento seguirá vivo en la conciencia de los argentinos porque buscó siempre bases de encuentro no excluyentes y estuvo siempre dispuesto a encontrar una y otra forma de avanzar para proyectar el país hacia una mayor integración política, económica y social. Nunca declinó la idea de imaginar la Patria como un patrimonio común, basado en un compromiso colectivo, capaz de superar la fragmentación de la sociedad y trascender los proyectos de acumulación de poder excluyentes. Tampoco quiso resignar la concepción de la Nación Argentina como una sociedad abierta, que ha sabido incorporar la cultura del trabajo, del espíritu emprendedor, de la fe en la razón y la Justicia.
Siendo tan radical como pocos, terminó siendo de todos, como reconocieron sus adversarios políticos. Porque Alfonsín tuvo siempre en perspectiva un nuevo diseño de sociedad y la convicción de que había que promover cambios en la cultura cívica. Y lo hizo con un espíritu sabiamente moderno, capaz de alzar la mirada hacia tiempos más largos.
Hoy son patrimonio de la democracia argentina muchas medidas que se adoptaron desde el inicio mismo de la transición y que nos permiten comprender la envergadura del proyecto que encarnó Raúl Alfonsín y su vocación republicana.
Basta recordar algunas, como la creación de la CONADEP y el Nunca Más, el Juicio a la Juntas Militares, la derogación de la ley militar de auto amnistía, la incorporación de numerosos tratados y convenciones de derechos humanos a nuestra legislación interna, la igualación de mujeres y hombres en el ejercicio de la patria potestad.
Se promovió eficazmente la integración regional, la paz y la vigencia de los derechos humanos en el mundo; se impulsaron planes nacionales de alimentación y alfabetización dirigidos a los sectores más desprotegidos junto al impulso del cooperativismo.
Se incentivó la participación política en todos los niveles y se respetó como nunca antes la libertad de expresión. A pesar de un sinnúmero de vicisitudes, entre ellas levantamientos militares y presiones de diversa índole, Alfonsín pudo entregar el gobierno a otro presidente elegido en elecciones libres, algo que no había acontecido en más de medio siglo.
Poco tiempo antes de su fallecimiento, la por entonces Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, le rindió homenaje a Alfonsín inaugurando un busto en la Casa Rosada y lo identificó como el “Padre de la Democracia”. En aquel acto Raúl Alfonsín recordó : “En esta galería de presidentes, conviven aquellos que expresaron e interpretaron esa voluntad del pueblo de forjar un destino propio, con aquellos que fueron impuestos o se impusieron por la fuerza… Si los contáramos, todavía encontraremos seguramente más presidentes de facto que presidentes elegidos por el pueblo. Esto es lo que notablemente ha cambiado a partir de 1983; no hubo ni habrá aquí más presidentes de facto”.
Luego con humildad dijo: “El objetivo de toda mi vida ha sido que los hombres y las mujeres que habitamos este suelo podamos vivir, amar, trabajar y morir en Democracia”. Es justo que en el 39 aniversario de la recuperación de la democracia argentina con el triunfo de Raúl Alfonsín, honremos su obra de gobierno, su prédica sin claudicaciones y su esforzada labor en el ámbito de los derechos humanos, que tendrán siempre un sitial de honor en la vida pública Argentina.
(*) Concejal de Bahía Blanca y dirigente de la UCR