Bahía Blanca | Viernes, 04 de julio

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Qué decimos cuando “puteamos”

Cientos de modismos invaden nuestros decires, y entre ellos, los insultos, las “malas” palabras, asoman en lo cotidiano a flor de boca.

Héctor Alterio en "Caballos Salvajes". Foto: captura

Por Silvina B. Juárez

 

   El idioma es una de las bases de nuestra cultura. Va cambiando y aggiornándose lentamente, con el paso del tiempo. Cientos de modismos invaden nuestros decires, y entre ellos, los insultos, las “malas” palabras, asoman en lo cotidiano a flor de boca. Y hasta, a veces, pareciera que putear queda gauchito. ¿Pero, qué decimos en realidad?

   La frase “La puta que vale la pena estar vivo”, del recordado filme “Caballos Salvajes”, expresada como un símbolo de libertad por el personaje interpretado por Héctor Alterio, es un claro ejemplo de que las palabras encuentran giros múltiples.

   Jorge Cascallar, psicólogo Social, referente del Envión Saladero y docente Universitario, conversó del tema en el programa De Palabra, por CNN Radio Bahía Blanca (FM 96.3).

   “La misma palabra dicha de diferentes formas puede variar su significado. Depende de la intencionalidad que se le esté dando. Un ´te amo´ puede indicar tanto una gran declaración de amor, como una intimidación, una provocación de lástima, o un dejo de rencor”, comentó.

   Frases como “la puta que te parió”, en la que, directamente, se insulta a la madre de quien se quiere agredir, no al individuo por sí mismo, es un claro ejemplo de la raíz machista de muchos de los insultos que no sólo oímos, sino que también repetimos.  

  “Es importante el ejercicio de poder interpelar a las personas acerca de este tipo de discurso. Lo que hay que plantear es si ellas realmente asumen la corriente conservadora y patriarcal que implican algunos insultos. La mayoría no. Lo hace por costumbre.

    “El lenguaje es una manifestación directa de lo que la sociedad vive, siente y trata de pensar. Las malas palabras van a depender del contexto en el que se viva, con el sentido de herir, maltratar o demostrar que se tiene poder. No hay malas palabras preestablecidas. Cada uno se ofende por diferentes motivos. Pero el que las dice, sí sabe qué es lo que puede herir al otro. Siempre hay una intencionalidad del emisor de marcar una distancia de poder”.

   Entre varios de los planteos que surgen al intentar comprender el sentido de estas “puteadas”, aparece como primer disparador, justamente, el verbo “putear”.  Maldecir a alguien, descalificarlo, insultarlo, etc, es “putearlo”. Si se busca en el diccionario “putear”, se puede leer que se trata de un verbo intransitivo malsonante, que denota “hacer vida de puta”. Y el ejemplo que le sigue agrega “decían que de joven había puteado”.

   ¿Por qué a lo largo de la historia se han utilizado tantos insultos en donde la mujer es protagonista?

   “Porque venimos de una sociedad que acepta desde hace años la posibilidad de subestimar o menospreciar a la mujer de diferentes formas, incluso con insultos. Es una forma de agresión o violencia que parece hasta aceptada. En ocasiones se trata de manifestaciones de energía excesiva o malestar, para liberar algún tipo de emoción propia, sin pensar en el otro. Claramente se puede caer en la cosificación. Por ejemplo, cuando se pone a la mujer en un nivel de debilidad o cosa que se puede usar. Es un fenómeno histórico, con conceptos monárquicos que venimos arrastrando. La mujer se consideraba como tal si era madre. Era vista y considerada como un ser para procrear, quitándole libertad e identidad. Cosificándola.

   Siguiendo con enumeración de “malas” palabras, hay que detenerse en la tan usada “hijo/a de puta” y otorgarle un análisis adecuado.

   Según Felipe Pigna, esta “puteada” en particular es un poema al patriarcado. Descalifica a una persona frente a la imposibilidad de identificar a su padre, por lo tanto, máxime en viejas épocas, si no tenías padre, un apellido, una identificación genuina, no eras nadie en la sociedad. Un paria. Alguien destinado al fracaso.

   Para seguir reflexionando sobre la lengua, habría que reparar también utilización de poder y superioridad que implican algunos insultos. Se maldice a todo lo que no pertenece al humano hegemónico. Es decir, a lo que no es masculino, adulto, blanco, heterosexual.

   “Parecés un chico”, es utilizado, en muchas ocasiones, como una frase despectiva, otorgándole características inferiores a la persona por representar alguna característica típica de las infancias.

    Otros términos como “burro”, “ganzo”, “zorra”, someten a las personas a un subnivel en los que no se los considera humanos.

   Claro que existen también los que hacen referencias a minorías, así surgen agresiones sobre discapacitados, inmigrantes, clases populares.

   “Este tipo de agresiones se usaron de forma despectiva y se multiplicó. Es parte de lo que se llama constitución del discurso de odio. Se habla de un colectivo, en este caso de los paraguayos, y se los descalifica diciéndoles paraguas, o a los bolivianos, los bolitas, o a los africanos, monos. Es muy violento”.

    En este sentido, Cascallar aseguró que al plantear la utilización de nuestra lengua, de a poco, pero una manera profunda y continua, seguramente se irán encontrando nuevas formas de utilizarlo.

   “Cuando se banaliza la violencia, se pierden matices. Y todo se vuelve más concreto, más directo. Se abordan los extremos. Todo pasa a tener el mismo nivel de significancia, con poca profundidad argumental. Por eso son tan importantes los matices, porque generan posibilidades metafóricas que enriquecen la situación vincular de la sociedad”.