Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Al calor de la pandemia, la grieta se ahonda

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   Sería un reduccionismo afirmar que el Gobierno ha puesto recién ahora en la mira como su enemigo a vencer a Horacio Rodríguez Larreta. En la Casa Rosada, a fin de cuentas, es al único dirigente de Juntos por el Cambio que visualizan como “presidenciable” para cuando llegue 2023. 

   El Frente de Todos -en su amplia expresión, pero en el cristinismo en particular- eligió al alcalde porteño como el blanco predilecto de sus ataques ya cuando en aquel 12 de diciembre de 2019, apenas dos días después de que Alberto Fernández se sentara en el Sillón de Rivadavia,  Cristina Fernández se quejó de que en la ciudad de Buenos Aires “hasta los helechos tienen luz y agua”. 

   Hubo después otros hitos de esa misma estrategia, como cuando desde un discurso en el sur del país el propio Alberto Fernández dijo que le daba pena que la Capital Federal “sea una ciudad tan opulenta”, frente a las desigualdades en otros vastos territorios del país. 

   Axel Kicillof se encargó en más de una oportunidad, luego de aquel breve idilio tripartito de comienzos de la pandemia en marzo de 2020, de alimentar la tirria del gobierno nacional con Larreta. Más acá en el tiempo, el presidente le quitó a la ciudad por DNU unos 3 puntos de la Coparticipación Federal, con la excusa en aquel momento de hacer frente a  los reclamos salariales de la policía bonaerense.

   En estos días al calor del ensanchamiento de la grieta política, el Gobierno y Larreta se han trenzado en una guerra sin cuartel en medio de las disputas por el cierre de las escuelas que fue judicializado por ambas partes a la espera de un pronunciamiento de la Corte Suprema. O los reproches que van y vienen a ambos lados de la General Paz por el plan de vacunación y  el origen de los contagios, que según Kicillof provienen de la Ciudad y alimentan las altísimas cifras diarias que muestra el conurbano bonaerense.

   Cabría decir para poner en su justo contexto la pelea política que tiene a Fernández y el intendente de la ciudad de Buenos Aires como sus principales contendientes sobre el ring, que también Larreta ha decidido confrontar directamente con el Ejecutivo nacional. Y lo hace convencido de que efectivamente las presidenciales de 2023 serán su turno de buscar el boleto hacia la Casa Rosada.

   Ni Macri, ni Vidal, ni ningún “tapado” que pueda surgir del radicalismo. No es sólo un análisis de los últimos movimientos del jefe de gobierno porteño: lo dicen a su lado quienes trabajan a tiempo completo para ensanchar antes que acortar esa grieta convertida por momentos en guerra desatada entre unos y otros, desplegada generosamente en las redes y los medios a ambos lados de la trinchera. 

    Rodríguez Larreta está decidido a mostrarse ahora como un duro entre los duros dentro de Juntos por el Cambio. Abandonó la moderación que lo caracterizó durante estos dos años largos de gobierno de Fernández, un distintivo que puede decirse que lo acompañó a lo largo de su carrera política, un hombre de consensos y de construir gestión.

    En la útima semana no sólo desafió a la Justicia al desestimar el reclamo de un juez federal para que mantenga cerradas las aulas sino que retrucó a las acusaciones del dúo Alberto-Kicillof sobre la pobreza de los números de vacunación en el personal docente porteño. “Si me enviaran más vacunas ya tendría a todos los maestros vacunados”, les devolvió el golpe.

    ¿Qué hará Larreta? Era la pregunta que se hacían el viernes en el palacio Uspallata, sede del gobierno porteño, mientras esperaban con inquietud el fallo de la Corte sobre la presencialidad en las escuelas de la Ciudad. ”A partir de ahora va a doblar la apuesta siempre, porque además necesita posicionarse en la interna, mostrarse más halcón que Mauricio y Patricia juntos”, decía por aquellas horas una fuente porteña.

   Del otro lado del mostrador, el presidente Fernández ha aprovechado la pelea para mostrar algunos gestos de autoridad más dirigidos hacia la interna de la coalición que integra que hacia los cuarteles de la oposición. Se adjudicó personalmente la decisión de impulsar en la justicia el fin de la presencialidad escolar, más allá de que dejó en offside a los ministros de Educación, Nicolás Trotta, y de Salud, Carla Vizzotti, que apenas unas horas antes habían dicho lo contrario. 

   Alberto auténtico a fin de cuentas, corrigió después aquel primer paso y morigeró su dureza,  tomando un plan de “presencialidad administrada” que le acercó Trotta, un funcionario que aclara a quien quiera escucharlo que jamás renunció a su cargo. Del mismo modo que ocurrió con los trabajadores sanitarios: quiso mostrarse en línea con las quejas por el aumento de contagios y fallecidos y hablo de “un relajamiento” del personal médico. Levantó una ola de indignación que suavizó al anunciar un bono de $ 6.500 durante tres meses para ese sector esencial. 

    Fernández pareció sacar pecho en medio de la pelea con Larreta ante las promisorias informaciones de esta semana sobre la posibilidad de un laboratorio local de fabricar la vacuna rusa, y así fue celebrado en las redes, sin disimulos, por la mayoría de sus ministros.

   Desde el Instituto Patria, infaltables y atentos a lo que ocurre en la escena nacional, salieron luego a difundir generosamente que en verdad fue la mano de Cristina la que operó para que ese proyecto avance, incluso si fuese necesario con generoso financiamiento oficial. 

   La postergación de las elecciones para septiembre (PASO) y noviembre (generales) supondría un bálsamo de paz con la oposición. No habría tal cosa. El principio de acuerdo con Juntos por el Cambio reconocería no tanto el deseo de recomponer la convivencia como la herejía de la realidad: Sergio Massa y Máximo Kirchner le avisaron a Mario Negri y Cristian Ritondo, que en Diputados el oficialismo tenía el número entre propios y aliados para directamente anular las primarias. No postergarlas. Juntos por el Cambio, pragmático, eligió el mal menor.