Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Pigüé: 50 años después, construyó un autogiro para cumplir el sueño de volar

De chico, Paulo Alvarez fantaseaba con fabricar un avión. Medio siglo más tarde, le está dando los últimos retoques a su aeronave, antes de animarse a levantar vuelo.

Fotos: Gentileza Paulo Alvarez

   Nueva Helvecia, Uruguay, año 1969. Un chico juega en el patio de su casa, junto a un viejo hangar aeronáutico, donde hay varios aviones estacionados. Se queda horas mirándolos, curioseando, imaginando los viajes y aventuras que podría vivir sobre uno de ellos. Un día, encuentra un viejo Escarabajo Volkswagen desarmado y piensa que ese motor es muy similar al que usan los aviones: “Alguna vez, voy a construir un avión con un motor así”, promete al viento.

   Pigüé, Argentina, año 2021. Ese mismo niño, ya un poco más alto, más curtido, con menos pelo, canas y algunas arrugas en la piel, hace un ajuste más en el autogiro que está fabricando con un viejo motor VW. Da dos pasos atrás y pone los brazos en jarra: mira, curiosea y se imagina sobre él, a varios metros de altura. Cree (está seguro) que en pocas semanas podrá volarlo.

   En su interior, el chico de Nueva Helvecia sonríe de oreja a oreja.

* * *

   Casi medio siglo le tomó a Paulo Alvarez, aquel pequeño uruguayo que soñaba con aviones y motores VW Beetle, decidirse a cumplir su sueño. Mudado y afincado en este rincón de la provincia de Buenos Aires casi cuatro décadas atrás, hace siete años decidió que era tiempo de jubilarse y en su taller de reparación de máquinas agrícolas y viales comenzó a darle forma a su proyecto de niño.

   No terminó siendo un avión, es cierto; pero ¿dónde está escrito que los sueños que tenemos de pequeños no pueden tener ligeras alteraciones con el paso del tiempo?

   El cambio se debió, en principio, a una cuestión práctica: le pareció que iba a ser más sencillo construir un autogiro que un avión. En todo ese tiempo leyó, estudió, se informó y viajó a distintos puntos del país para ver cómo eran los que se encontraban en funcionamiento. A saber, en Argentina debe haber unos 30, entre los que están volando y los que están construyéndose. “Destruidos, debe haber muchos más”, asegura.

   Lo fue armando y dándole forma de la manera que pudo: usó la fibra de vidrio de un kayak para construir la parte de la cabina y el frente; para la estructura utilizó acero inoxidable; para la suspensión y las ruedas, elementos de bicicletas y de motos, y hasta consiguió partes de descarte de una calesita para dar forma a los guardabarros.

   Las hélices también las hizo él, por más que en los controles de construcción que frecuentemente hacen desde la Administración Nacional de Aviación Civil le pedían que las comprara. Las construyó de madera y miden 7,5 metros de punta a punta. Cuando vieron lo que había hecho, desde la ANAC aprobaron las aspas sin problemas.

   El motor no terminó siendo de un Escarabajo, pero por muy poco. Ya con el proyecto en marcha y el metejón de niño de usar un Volkswagen, consiguió una vieja VW Kombi (NdR: el clásico modelo de la marca alemana) y la desarmó. Rebajando la tapa de cilindros, alcanzó los 80HP necesarios para que el aparato vuele. Funciona con nafta de venta libre, obviamente, pero él va a utilizar la que se usa en aeronáutica, ya que permite una mejor refrigeración.

   Paulo no sabe cuánto dinero lleva ya invertido, o por lo menos eso dice; tal vez ni quiera imaginarlo. Pero sabe que no ha sido poco dinero. Si solo se piensa en el combustible, asegura que recorrió más de 10 mil kilómetros para ver otros autogiros en funcionamiento y que hasta hizo tres viajes a Montevideo en busca de repuestos.

   “Es imposible saber cuánta plata gasté. Si sirve un ejemplo, ya construí siete hélices de empuje, en forma artesanal. Mi hijo siempre me dice que trabaje y que compre un autogiro nuevo, pero yo le digo que no, que mi meta es otra”, cuenta.

   Aunque en un principio a sus familiares les parecía un hobby excéntrico el que tenía, cuando vieron que el aparato iba tomando forma, comenzó una suerte de resistencia a que el proyecto continuara avanzando, más por una cuestión de seguridad que de economía. “Estuve dos meses pidiéndole a mi hijo que me soldara unas partes, pero no me daba bolilla. Al final, le terminé diciendo que si no lo hacía él, le pagaba a otra persona para que lo hiciera. Lo terminó haciendo, sí, pero tuve que ponerme firme”, recuerda Paulo.

   Lo cierto es que, hasta el momento, El Oriental -bautizado así por su creador- ya tiene algunas pruebas de carreteo en el Aero Club de Pigüé y hasta una matrícula provisoria provista por la ANAC: X-725. Todavía falta para verlo elevarse del suelo y volar, aunque a Alvarez le gustaría levantar vuelo con él antes de fin de mes.

   “Lo tengo prácticamente listo, pero aún hay que aprender a manejarlo. Soy piloto civil, tengo algunas horas de vuelo, pero esto es algo diferente: es un 80% de helicóptero y un 20% de avión. Entonces, me tendré que ir adaptando a él”, comenta.

   Solo le quedan algunos detalles de pintura y “cosas pequeñas” para que esté en pleno funcionamiento. Paulo ve que su finalización está cerca, y los nervios y la ansiedad lo consumen por dentro.

   “Creo que está apto para volar y quiero probarlo. Quiero hacerlo, más allá que vuele bien, vuele mal o lo que sea”, asegura.

   Todavía encerrado en un galpón, El Oriental X-725 aguarda pacientemente la hora de cumplirle el sueño a un pequeño uruguayo. El Paulo adulto trata de calmarlo y le dice que todavía restan algunas pruebas por hacer, pero lo cierto es que ninguno de los dos tiene ganas de seguir esperando.

  Cuando piensan en cómo será ese primer vuelo, a ambos se les dibuja la misma sonrisa: bien grande, de oreja a oreja.