Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Un paso promisorio para los desafíos que se vienen

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva. y NA

   El acuerdo con los tenedores de bonos de la deuda externa supone un gran alivio para el presidente Alberto Fernández, obsesionado ahora en buscar la salida en medio de una economía destruida pero también con desafíos pendientes, como el avance imparable de la pandemia, las primeras piedras en el camino que encuentra el plan de reforma judicial, el aumento galopante de la inseguridad y hasta la infaltable pelea política por las elecciones legislativas del año que viene que, por donde se lo mire, ya ha comenzado. El fin de los buenos modales entre Alberto y Horacio Rodríguez Larreta y no solo por diferencias pandémica pinta el cuadro.

   Con esperable optimismo el Gobierno plantó en la agenda el acuerdo por la deuda. Lo hizo con gestos estentóreos como el aplauso de todo el gabinete al ministro de Economía, Martín Guzmán, factótum central de todas las tratativas que finalizaron con éxito en la madrugada del martes. Pero también con una febril actividad presidencial para poner en marcha en medio tantas vicisitudes el famoso plan, o como quiera llamársele, para la pospandemia. 

   Los actos para presentar el nuevo plan Procrear de construcción de 25.000 viviendas en los próximos dos años y el mega plan de obras públicas en al menos cinco provincias en una etapa inicial son parte de esa estrategia.

   La letra chica del acuerdo con los bonistas, que empezó a develar detalles imaginados pero nunca explicitados sobre “la herencia” que el acuerdo le dejará a quien se siente en el sillón de Rivadavia a partir de 2027, porque la Argentina no pagará nada a los acreedores hasta fines de ese año, no es algo que le quite el sueño al presidente y menos al kirchnerismo dominante en el Frente de Todos. 

   “Ahora estamos listos para hablar de futuro”, fue una de las frases de Fernández para graficar el momento actual, sin entrar a considerar lo que para algunos opositores supondría barrer parte de ese acuerdo bajo la alfombra. 

   Una dimensión de la importancia del acuerdo con los bonistas lo dio esta semana el fuerte apoyo que el presidente y todo el ala económica del Gobierno recibieron no solo desde el oficialismo sino de un arco mucho más amplio que incluyó a especialistas locales y externos y a las principales figuras de la oposición, incluidos el vapuleado Mauricio Macri y Rodríguez Larreta. No es poco, y resalta en solitario el rechazo de los “lilitos” de Elisa Carrió.

   “Ahora sí podemos empezar a instrumentar un programa de salida. Nos sacamos de encima el primer gran desafío que planteó Alberto cuando asumió que era arreglar el tema de la deuda”, dijo Santiago Cafiero. La discusión que se viene ahora por la deuda que contrajo Macri con el FMI es otro desafío, pero en un escenario mucho más calmo adentro y afuera como se vio, por caso, con la disparada de los precios de las acciones argentinas en Wall Street. 

   Los desafíos que debe todavía enfrentar el Gobierno están ahí. Y conviene hacer un repaso de esas asignaturas que de algún modo acotan aquel festejo oficial. Empezando por la pandemia de coronavirus, que no da tregua y pareciera estar lejos del pico de contagios. 

   Las cifras récords de esta semana apenas son anticipo de premociones de algunos infectólogos que hablan con el Gobierno que sostienen que en un par de semanas, si no antes, el país podría llegar a la cifra de los 10 mil contagiados por día. 

   El dato en sí mismo es dramático porque, como reconocen en el Gobierno, el Estado deberá seguir exprimiendo las máquinas de la Casa de Moneda, que ya sobrepaso los $ 2 billones sólo hasta fines de junio, de modo de solventar la montaña de subsidios y de ayuda social que el presidente ha comprometido para los millones de personas de los sectores sociales más postergados, y de cerca de 300 mil empresas que hoy pagan sus sueldos con fondos del Tesoro, según datos oficiales.

   La escala de inseguridad es otra de las cuestiones que ocupan la agenda del presidente y que ha tenido más problemas de vedetismo interno que de cabezas dedicadas a pensar soluciones. Hay perplejidad por el nivel de enfrentamiento entre Sabina Frederic y Sergio Berni. Un sainete que impacta de llenó en el malhumor social por la pandemia. Justo cuando la inseguridad se subió esta semana al tope de las preocupaciones ciudadanas en las encuestas.

   Es probable, por cuerda separada, que el Gobierno haya comenzado a “sufrir” el avance del proyecto de reforma judicial con probable aumento de miembros de la Corte que impulsa el presidente, pero que tiene claramente la firma de la vicepresidenta al pie. Dato este en el que seriamente no discreparía ningún integrante del Gobierno. El fantasma de una reiteración del derrotero del caso Vicentín sobrevuela los despachos abocados al tema.

   Al previsible rechazo de parte de cámaras, jueces y fiscales, y del grueso de la oposición, se sumó esta semana una clara postura de Sergio Massa en desmedro del aumento de miembros de la Corte. No es menor: el tigrense ha construido junto a Máximo Kirchner uno de los polos de poder dentro del oficialismo. Por caso, hay quienes resaltan el rol clave que cumplió en las negociaciones subterráneas  que culminaron con el acuerdo por la deuda.

   En medio de esos enjuagues se ha lanzado ahora mismo la campaña electoral por las estratégicas elecciones del año que viene. No es solo algunos amagos internos como el posicionamiento de Berni para una posible candidatura en 2021, o la andanada combinada entre cristinistas y albertistas contra Macri en medio del esperpéntico viaje del ingeniero, sino en mayor medida los ataques desde el oficialismo hacia Larreta. 

    Una jugada de manual que sin embargo no logra por ahora sacar al alcalde porteño de su modo zen.