Bahía Blanca | Viernes, 04 de julio

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La entrevista de Guayaquil

San Martín entró en Lima en julio de 1821 y proclamó la independencia del Perú el día 28. Designado Protector, convocó un Congreso Constituyente. Pocos días antes, el 24 de junio, Bolívar había obtenido un importante triunfo en Carabobo, tras el cual reunió el Congreso de Cúcuta, que constituyó la República de Colombia, que reunía a Venezuela y Nueva Granada. El 24 de mayo de 1822, el joven general Antonio José de Sucre, tras su triunfo en Pichincha, logró la incorporación de Quito a la Gran Colombia.

Ricardo de Titto / Especial para "La Nueva."

   El 26 y 27 de julio de ese año se realizó en Guayaquil la famosa entrevista que reunió a los dos máximos jefes de la independencia americana. Acordados los pasos siguientes, San Martín convocó al congreso peruano, renunció al mando en septiembre de 1822 y partió de regreso a Mendoza, desde donde marchó al exilio en Europa, decepcionado por las rencillas internas de su país, en las que prefirió no intervenir.

   Una y otra vez los historiadores han intentado dilucidar qué sucedió en aquel encuentro de los dos grandes americanos de la época. Me anticipo a comentar a los lectores que, como la reunión fue secreta sin otros participantes y ellos jamás declararon nada al respecto –alguna mención suelta nomás—lo que vemos a relatar es a partir de las consecuencias del encuentro que, nos parece, son más que elocuentes.

El Perú, entre dos Libertadores

   Digamos, para comenzar que los peruanos, en un principio, profesaban simpatía hacia el Libertador colombiano. Durante las últimas victorias la presencia de tropas auxiliares peruanas al mando de Andrés Santa Cruz había sido importante. Pero, si hasta entonces la opinión pública apoyaba la política de San Martín y veía con buenos ojos las gestiones de Diego Paroissien y Juan García del Río en Europa porque les aseguraba un lugar privilegiado en América –ser la capital sucesora del régimen virreinal–, desde hace un tiempo se inclinaba porque cualquier proyecto se acordara con Bolívar y los colombianos. Se pensaba que solo él podría efectivizar un plan de acción que terminara con la presencia española que se refugiaba aún en el interior y el Alto Perú. La necesidad de un entendimiento con Bolívar se acelera cuando, en 1822, por propia impericia el ejército peruano es derrotado, con numerosas bajas, a manos de Canterac en la hacienda de La Macacona, en Ica.

   En mayo de 1822 un enviado de Bolívar llega a Lima. San Martín le solicita el envío de unos 4.000 soldados. Estima que con esa fuerza pondría fin a los realistas en tres meses. El delegado firma a nombre de Colombia un Tratado de Defensa, Alianza y Amistad con el Perú. La necesidad de construir una Confederación de Estados Soberanos en América Meridional se renueva. Sin embargo Bolívar no oculta que no está dispuesto a compartir el poder con el general argentino.

   Los peruanos comienzan a desconfiar de ambos Libertadores y el Plan Continental que los anima en el que ven un concepto hegemónico. Cuando Bolívar concreta la incorporación de Guayaquil a Colombia el 11 de julio de 1822, los recelos se acrecientan: los peruanos se consideran con derechos sobre el territorio. Guayaquil es uno de los más importantes apostaderos navales e históricamente había pertenecido a su virreinato aunque administrativamente dependiera de la Audiencia de Quito. El Protector envía al general José de La Mar a felicitar a Bolívar pero decide partir él mismo a la brevedad.

La entrevista

   San Martín se traslada en la goleta Macedonia y desembarca en Guayaquil el 26 de julio. Bernardo de Monteagudo –principal asesor del Libertador– le había anticipado que la perspectiva era desfavorable y no se equivocó. Tanto era así que él mismo –en ausencia de San Martín– es depuesto por una revolución. Un signo inequívoco de cuál será el resultado de la reunión se deja ver desde el primer momento: la ciudad está en poder de los partidarios de Bolívar, los miembros del gobierno guayaquileño simpatizantes de San Martín y proclives a la unión con el Perú son embarcados en la goleta Prueba de bandera peruana.

   Los dos Libertadores de América del Sur se abrazan. El anfitrión acompaña a su ilustre huésped a la casa que le tiene asignada. Durante una hora y media quedan a solas. La entrevista no tiene testigos. Cuando se abre la puerta del salón San Martín, con gesto cordial, acompaña a un Bolívar adusto. En la misma tarde el correntino devuelve la cortesía y visita por media hora al caraqueño. La mañana del 27 San Martín ordena embarcar sus pertenencias y, durante el mediodía se realiza una nueva reunión de cuatro horas.

   Ambos jefes hicieron honor a su compromiso de mantener en reserva lo conversado. En carta de abril de 1827, San Martín le relata una síntesis a su amigo Guillermo Miller: “En cuanto a mi viaje a Guayaquil, él no tuvo otro objeto que el de reclamar del general Bolívar los auxilios que pudiera prestar para terminar la guerra del Perú: auxilio que una justa retribución (prescindiendo de los intereses generales de América) lo exigía por los que el Perú tan generosamente había prestado para liberar el territorio de Colombia. Mi confianza en el buen resultado estaba tanto más fundada, cuanto el ejército de Colombia después de la batalla de Pichincha, se había aumentado con los prisioneros y contaba 9.600 bayonetas; pero mis esperanzas fueron burladas al ver que en mi primera conferencia con el Libertador me declaró que haciendo todos los esfuerzos posibles sólo podría desprenderse de tres batallones con la fuerza de 1.070 plazas. Estos auxilios no me parecieron suficientes para terminar la guerra, pues estaba convencido que el buen éxito de ella no podía esperarse sin la activa y eficaz cooperación de todas las fuerzas de Colombia: así es que mi resolución fue tomada en el acto creyendo de mi deber hacer el último sacrificio en beneficio del país.

   ”Al siguiente día y a presencia del vicealmirante Blanco, dije al Libertador que habiendo convocado al Congreso para el próximo mes, el día de su instalación sería el último de mi permanencia en el Perú, añadiendo: ‘Ahora le queda a Usted general, un nuevo campo de gloria en el que va usted a poner el último sello a la libertad de la América. Yo autorizo y ruego a usted escriba al general Blanco a fin de ratificar este hecho. A las dos de la mañana del siguiente día, me embarqué habiéndome acompañado Bolívar hasta el bote, y entregándome su retrato con una memoria de lo sincero de su amistad. Mi estadía en Guayaquil no fue más que de cuarenta horas, tiempo suficiente para el objeto que llevaba.”

   El tema de la “pertenencia” de Guayaquil estaba naturalmente fuera de agenda, era un hecho consumado. Solo tenía sentido discutir el futuro de la guerra. Bolívar escatimó el apoyo, ya sea porque estimaba riesgoso un “Gran Perú” lindante con su “Gran Colombia” para el proyecto de la unidad americana, bien porque le resultaba inaceptable aceptar un segundo plano, como auxiliar de otro ejército. Por eso tampoco había lugar para que aceptara al protector del Perú bajo su mando.

   “Los resultados de nuestra entrevista –dice San Martín– no han sido los que me proponía para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente yo estoy firmemente convencido, o de que usted no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con la fuerza de mi mando, o que mi persona le es embarazosa. [...] Para mi hubiera sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América del Sur debe su libertad. El destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse.”

Una imposible coexistencia

   Precipitar una coexistencia entre dos jefes de Estado y de fuerzas militares importantes, a juicio de San Martín, solo concluiría en estériles enfrentamientos de los que sacarían partido los “maturrangos”. No se trata de una cuestión de laureles, apellidos con gloria o nacionalidades; uno de ellos debía dar un paso al costado y la dinámica de la lucha continental –y tal vez también una personalidad menos ambiciosa– indicaba quién era el indicado. Tampoco San Martín, inmerso en una crisis política, podía regresar a Lima sin exhibir algún logro significativo.

   Tal y como se lo había prometido a Bolívar, el 20 de septiembre San Martín renuncia ante el Congreso del Perú y se embarca hacia Chile, donde permanece tres meses.

   Poco antes de ese encuentro se había firmado un tratado con Colombia para constituir una Confederación de Estados Soberanos en América Meridional, que ratificó a los peruanos sobre los riesgos de la política continental que compartían ambos libertadores.

   Como señalan Floria y García Belsunce en su Historia de los Argentinos, “los resultados de la entrevista eran previsibles. Obedeciese a cálculo político o a temperamento, la posición de Bolívar hacia el Perú no era la de compartir poderes con otro, sino la de concurrir cuando se le llamase como indispensable. Había escrito a sus colaboradores que no iría al Perú, “si la gloria no me ha de seguir” y “ni quiero que San Martín me vea si no es como corresponde al hijo predilecto”. Esta posición iba a definir su postura en la entrevista de Guayaquil. (…) Es de presumir que Bolívar no tenía demasiado interés en la constitución de un Perú poderoso a la vera de la Gran Colombia, pues serían dos potencias difícilmente avenibles a una unidad. Y para Bolívar, igual que para San Martín, la unidad continental era el norte de su acción”. La decisión de San Martín de “dar un paso al costado” fue sabia, evitó, como dicen estos autores que se viera “el escándalo de los dos libertadores riñendo entre sí. San Martín dio otro paso: ponerse a las órdenes de Bolívar y actuar en la campaña juntos pero subordinándosele. Bolívar no parece haber recogido con entusiasmo la propuesta, limitándose a comentar después que la oferta de San Martín “de sus servicios y amistad es ilimitada”.

   Entonces San Martín se decidió. Lo importante era terminar la guerra de la independencia y no quién lo haría. Si Bolívar reclamaba ese honor, sería feliz de ver en la tarea a un hombre excepcionalmente dotado para la obra, a quien llamaría un día “el hombre más asombroso que ha conocido la América del Sur”. Bolívar admiró el gesto de San Martín y lo aceptó como una sana solución, a la vez que se preparó para la difícil tarea de jugar bajo su entera responsabilidad el acto final de la independencia americana. En cuanto a su juicio sobre San Martín lo expuso a Santander: “El Perú ha perdido un buen capitán y un bienhechor”.