Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

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En épocas de pandemia, la vida de los camioneros contada en 5 historias

Dicen que el coronavirus les cambió las costumbres, a la vez que admiten que la gente no reconoce el esfuerzo que hacen.

Fotos: Jano Rueda-La Nueva y Albums familiares

Por Pablo Andrés Alvarez / [email protected]

   Las complicaciones de los choferes de camiones, a raíz de la pandemia por el coronavirus, parece agudizarse cada vez más. 

   Las autoridades municipales y provinciales endurecen sus medidas contra los trabajadores del transporte ante el temor de que puedan ser portadores del virus, ya que recorren todo el país, y esto se ve reflejado en la gran cantidad de controles que deben afrontar cada que vez salen a la ruta.

   “Es un atropello lo que hacen con los compañeros. No estamos pidiendo que nos regalen nada, sólo tener acceso a un baño digno y a comida”, manifestó uno de los cinco consultados por “La Nueva”.

   Y todos admitieron sentir impotencia por el temor que le tiene la población, que no reconoce el esfuerzo que realizan en lo personal y la importancia de la labor que desarrollan.

Genaro y sus 20 años arriba de un camión

   Genaro Néstor Rodríguez tiene 38 años, de los cuales 20 los pasó dentro de una cabina.

   “Empecé en 1998, como acompañante de mi padre, llevando alimentos perecedores, como frutas y verduras. Pero a los 6 meses ya me largué solo. Arranqué con un mini camión, que era una F100 modelo 1993 y un carro de dos ejes, para hacer Bahía Blanca-Mar del Plata día por medio”.

   Se mantuvo con ese tipo de mercaderías hasta 2001, año en el que rotó a cargas generales.

   “En 2005 empecé a ir al Sur, haciendo Buenos Aires-Ushuaia. Y en 2016 ingresé con cargas peligrosas, para YPF, haciendo Comodoro-Tierra del Fuego”, contó.

   Admitió que sintió en carne propia la llegada de la pandemia.

   “Disminuyeron mucho los viajes, ya que la venta de combustibles cayó abruptamente. Yo estuve 65 días parado en mi casa. Y eso repercutió en lo económico”.

   Señaló que en tierras sureñas, los controles son exhaustivos y que el temor le causó varios inconvenientes.

   “Hay muchos. Al principio era un caos, porque en muchos lugares directamente no nos dejaban parar. En Sierra Grande, por ejemplo, no se podía parar por ningún motivo. O en otros pueblos, la policía te acompañaba desde que ingresabas a descargar hasta que te ibas”.

   Y añadió: “Volví a Tierra del Fuego hace pocos días y en la frontera con Chile te piden declaración jurada y te realizan varios controles de salud. Antes era un trámite de 20 minutos y hoy dura casi hora y media”.
Genaro reconoció que la soledad lo está afectando.

   “Básicamente, este trabajo te aísla mucho. Ya no podemos sentarnos a compartir una comida o un mate con otros transportistas. Pasás prácticamente todo el día solo, porque es complicado mantener un protocolo. Y los riesgos son muchos, más allá que desinfectamos permanentemente la cabina y utilizo barbijo y alcohol en gel”. 

   Manifestó que muchas estaciones de servicio cerraron sus baños.

   “Es difícil conseguir un lugar donde ducharse o cambiarse. Me da bronca, porque la gente no se da cuenta que si el transporte se para, a los pocos días ya hay desabastecimiento. No reconocen la importancia de los choferes de camiones”. 
Trabaja 24 días corridos y tiene 6 de descanso en mi casa. 

   “Veo muy poco a mi familia y todo el peso recae en mi señora Romina. Para hacer este trabajo tiene que haber una gran familia detrás. Cada vez que salgo de mi casa, quedan mis hijas Cristal (15 años), Quimei (7) y Francesca, quien nació el 8 de abril de este año”.

"Cada viaje son 10 días fuera de casa"

    Daniel Guillarmen se crió en una familia de camioneros (sus abuelos, tíos y su padre fueron choferes), por lo que desde hace 9 años se sumó a la tradición.

   “Tengo 30 años, pero desde que tengo uso de razón que estoy arriba de un camión. A los 21, ni bien pude sacar el carnet, me largué solo”, contó.

   En la actualidad es chofer de una empresa que hace habitualmente la ruta Buenos Aires-Tierra del Fuego. 

   “Llevamos polietileno y volvemos con el producto terminado, que serían los silos bolsa y rollos de film para envolturas industriales, por citar algunos productos. Si la vuelta es rápida y no surgen problemas, cada viaje dura 10 días. Descanso tres en mi casa y arranco de nuevo, por lo que en el mes suelo estar poco más de una semana con mi familia”.

   Para que le rinda en lo económico, afirma que tiene que hacer dos vueltas de ese tipo por mes. 

   “El sacrificio es enorme. Y esa es la bronca que tiene la mayoría de los choferes, porque la gente no se da cuenta del esfuerzo que hacemos para que no haya desabastecimiento de ningún tipo”.

   En estos tiempos, es aún más visible el temor de la comunidad hacia este tipo de actividad.

   “Cuando paramos en algún lado, parece que llegó la luz mala. Incluso, aún hay muchas localidades que no nos permiten bajarnos. Hubo muchas estaciones de servicios que clausuraron las duchas para que no entremos. Es doloroso vivir esas cosas y sentir ese rechazo, porque cumplimos con todos los protocolos para trabajar seguros”.

   En su último viaje, contó que en Sierra Grande y en Comodoro Rivadavia no le permitieron parar a dormir. 

   “En cuanto a lo alimenticio, trato de llevarme todo desde Bahía para llegar sin problemas hasta la frontera. Y cuando vuelvo, entro en Río Grande y me abastezco”.

   Dijo que el protocolo le impide levantar personas o auxiliar autos que han sufrido algún desperfecto. 

   “Todo el viaje es sin acompañante y se hace largo hacer 16-17 horas diarias arriba del camión. Es la única manera de hacer 1.200-1.300 kilómetros por día. Y la familia lo sufre, porque está con el corazón en la boca desde que salgo hasta que retorno”, señaló.

   En Bahía quedan Cristina, su señora, y sus tres hijos: Marcos (12), Micaela (9) y Bautista (de un año y medio).

Zwenger y un premio a a la trayectoria

   Ricardo Alberto Zwenger tiene 62 años, nació en Carhué pero está radicado hace varios años en Bahía.

   En 2015 recibió un premio a la trayectoria de la International Road Transport Unión y actualmente es chofer encargado e instructor de una de las principales empresas de nuestra ciudad.

   “Ya llevo 40 años arriba de los camiones. Empecé a los 22 años y sigo aprendiendo cosas permanentemente, más que nada por el avance de la tecnología”, abrió el diálogo. 

   Y enseguida afirmó que la pandemia le cambió las costumbres en la ruta.

   “En todos estos años he hecho muchísimas amistades en la ruta y ahora sólo nos podemos saludar con un bocinazo. Yo extraño mucho las juntadas para tomar mate o cenar o simplemente conversar para intercambiar experiencias. No nos podemos confiar y por eso seguimos protocolos muy estrictos cada vez que bajamos del camión, ya sea para cargar combustible o comprar comida. Incluso tratamos de parar lo menos posible en los viajes”, dijo.

   Y añadió: “En mi caso, al llevar cargas peligrosas, prácticamente no ingreso a las ciudades, por lo que no tenemos demasiado contacto con la gente”.

   Ha andado por casi toda la Argentina, pero actualmente transporta crudo desde Neuquén y Río Negro hasta la planta de combustible de Bahía Blanca. 

   “En estos momentos estoy llevando asfalto para Campana, pero veces salen viajes para Misiones o Salta y hay que hacerlos. Y la verdad que nos hacen muchos controles, donde te toman la fiebre y te preguntan si tenés algún tipo de síntoma. Y cada vez que entramos a cargar o descargar, las empresas ya tienen un protocolo de control. Incluso, en varios sitios te derivan hacia un túnel para desinfectar el camión”.

   Los cuidados se extienden hasta su propia casa.

   “Me saco la ropa en una pieza que no usamos, me ducho y me cambio. Me cuido y cuido a los más cercanos, porque este virus es difícil de controlar. Y la familia en este tipo de trabajo es trascendental. No cualquier mujer puede estar con un chofer de camiones. Pero también es duro para nosotros, porque sabemos cuándo salimos, pero casi nunca sabemos cuándo volvemos. Realmente es un oficio en el que hay que tener muchísima vocación”.

   Ricardo contó que empezó manejando un 1114 desde Mendoza, cargado con vino Resero, hasta Comodoro Rivadavia. 

   “Tardábamos una semana para ir y volver. Ahora ese mismo viaje se hace en la mitad del tiempo. Y hoy tenemos muchísimas más comodidades. Por ejemplo, no hay cabina que no tenga calefacción o aire acondicionado”.

   Y agregó: “También cambiaron los mecanismos de seguridad. Hoy es imposible que se te pinche o reviente una goma en la ruta”. 

   En pareja con Silvia hace 5 años, en Carhué están radicados sus tres hijos: Camila, Eric y César.

   “Mucha gente no toma dimensión de la importancia que tiene el transportista en la vida diaria. Nosotros proveemos de combustibles y cargas generales a todo el país. Casi el 80 por ciento de la mercadería se mueve por camiones”. 

   A los 62 años, la jubilación está cerca de concretarse.

   “Sé que va a llegar el momento de bajarme del camión. Me da incertidumbre pensarlo, porque no me imagino estar todo el día en mi casa. Y no sé hacer otra cosa más que manejar”. 

“La gente no termina de valorar el esfuerzo"

   Walter Martínez es nativo de Tornquist, donde jugó en la Primera de Automoto, y ya lleva más de 34 años arriba de los camiones.

   “Tengo 51 y a los 17 me subí por primera vez para acompañar a un primo, que llevaba hacienda al mercado de Liniers. A los 18 saqué el carnet, mi primo se retiró y me hice cargo de los traslados. Mi primeros pasos fueron con jaula y con algo de cereal”.

   Hace ya 15 años que trabaja en una empresa transportista de esa localidad, que tiene como principal cliente a la papelera de Tornquist. 

   “Llevamos bobinas de cartulina a Buenos Aires y traemos el papel reciclado de diario y cartón. Pero también tenemos viajes a Mendoza, Santa Fe, Rosario, Córdoba y San Luis, aunque el 80 por ciento de los viajes es a Capital. Los viajes son rápidos. Como máximo estoy dos días fuera de mi casa y suelo hacer dos viajes por semana”.

   Aunque muchas cosas volvieron a la normalidad, Walter afirmó que varias otras cambiaron para no volver.

   “La gente sigue muy temerosa, pero los primeros 20 días de aislamiento fueron terribles, porque no teníamos lugar donde parar ni para comer ni para higienizarnos. La primera semana, cuando retornaba de Buenos Aires, tuve que tomar agua del tanque del camión porque no había nada abierto. Recién en Guaminí encontré una estación de servicio abierta”.

   “Tenemos muchos controles en la ruta. Hay varios lugares donde te controlan la fiebre, al igual que en los puestos de descarga”.

   Señaló que el mayor contraste lo percibió en San Luis.

   “En Buenos Aires ví muchísimo movimiento. Obviamente que no freno en ningún momento hasta llegar a destino para no tener contacto con nadie, pero prácticamente me pareció un día normal antes de la pandemia”.

   “Pero lo más curioso lo viví hace pocos días cuando viajé a Córdoba, donde descargué y desde ahí me mandaron a San Juan. Y cuando pasé por San Luis me encontré con controles muy estrictos; a tal punto que tuve que esperar casi una hora y media para ingresar a la provincia, tuve que llenar una declaración jurada, me tomaron la fiebre y me dieron un lapso de 6 horas para salir de su territorio”.

   Estos momentos, dice, lo aíslan bastante. 

   “Antes compartíamos almuerzos o mateadas con otros choferes, pero ahora ya no podemos. Todo lo que nos venden es para llevar y consumir arriba del camión”.

   Nació en 1969 en Tornquist y nunca se fue. Allí están sus hijos Lucía, que lo hizo abuelo de Ema y Franco, y Gabriel.

   “Ahora estoy en pareja con Lorena, que vive en Buenos Aires, enfrente de la planta de San Justo. Con ella tuvimos a Leonel, de 3 años. El apoyo de la familia es indispensable para poder trabajar de ésto. Te perdés cumpleaños, comuniones, bautismos, actos de jardín y muchas fiestas de fin de año”, contó.

   “La gente no termina de valorar el esfuerzo que hacemos los choferes de camiones. Sin ir más lejos, ahora todos nos miran de reojo porque creen que llevamos el virus para todos lados, cuando nosotros nos cuidamos mucho más que quienes circulan por la calle”, cerró.

De Dorrego a Europa, el cambio de Adrián 

   Adrián Fernández tiene  41 años, es de Coronel Dorrego y tras desempeñarse por más de 15 años en nuestro país, desde septiembre de 2019 decidió probar suerte en España. 

   Y dice que “mal no le va”.

   “Conseguí trabajo como chofer de camión al mes de llegar. Es una labor que no muchos están dispuestos a hacer, por lo que se ve mucho sudamericano manejando camiones”.

   En una parada obligada antes de llegar a la frontera con Suiza, cerca de las 2 de la mañana de Europa, Adrián charló con “La Nueva”.

   “Acá se respeta a rajatabla el tacógrafo, que es el sistema que registra las horas de conducción y las que tenés que descansar, de acuerdo al plan de ruta establecido. Y hay mucha policía controlando que no haya excesos. En Argentina sólo lo tienen quienes transportan cargas peligrosas. Acá todos”.

   Actualmente transporta cargas generales. Viaja solo, aunque en Europa se estila ir acompañado.

   “El trabajo en sí no tiene mucha diferencia con lo que hacia en Argentina. La diferencia son los controles y la tecnología, ya que las flotas de camiones son nuevas”.

   Su papá Carlos Enrique, quien falleció hace 15 años, le enseñó los secretos del oficio y en 2002 se subió solo.

   En Bahía le faltaron dos años para recibirse de Ingeniero Mecánico. 

   “Estudié en la UTN hasta cuarto año, pero agarré una obra de asfalto en Calafate y dejé. Creí poder hacer las dos cosas simultáneamente, pero no pude. Después de ese trabajo me quedé un tiempo como colectivero y ya no pude retomar”.

   --¿Cuándo decidiste ir a Europa?

   --Se dio todo muy rápido. En 2017 logré comprar el acoplado y en 2018 pude comprar mi propio camión. Y justo en ese momento, después de 6 años de tramitarla, me salió la ciudadanía española. Y allí tuve que decidir si seguía apostando por Argentina o si me iba a buscar nuevos desafíos.

   Y decidió hacer las valijas.

   “Vendí todo, le dí su parte a mi ex señora, con quien estuve 22 años en pareja, y me vine a Europa con poco más de 2.500 dólares y sin conocer a nadie”. 

   En Dorrego quedaron sus tres hijos Lucas (21 años) y las gemelas Azul y Ailín (de 13).

   “Es lo que más extraño, pero ya tengo decidido radicarme acá. Si los vuelos internaciones se reanudan, en septiembre vuelvo para ver a mis hijos y a mi mamá (Delia Aurora González) y a mi hermana, quienes viven en Bahía”.

   Al llegar a Europa, hizo base en Valencia, aunque a los pocos días se mudó a Albacete, donde tiene la sede la empresa para la cual trabaja.

   “Habitualmente viajo a Francia, Alemania, Bélgica y Suiza, que son viajes relativamente cortos en comparación con los que hacía en Argentina. Y trabajo de lunes a viernes, por lo que casi todos los fines de semana estoy libre para descansar y conocer”.

   El coronavirus obligó a intensificar los controles.

   “Hubo casi un mes de parate absoluto. Tenemos que llevar mascarilla todo el tiempo y usar mucho alcohol en gel. Lo que no se hace aquí es fumigar a los camiones por fuera, porque lo creen innecesario. Obviamente que se toman recaudos, pero la paranoia ya pasó”.

   “Aquí la gente entiende la importancia del transportista. Incluso, las estaciones de servicio nos tienen que dar prioridad y si alguna está cerrada, tienen que abrirla para cargarnos combustible”.