Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Avances y retrocesos en medio de la pandemia

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   Observadores y analistas de todas las tendencias rescataron esta semana dos gestos claramente visibles en la actitud y el accionar del presidente Alberto Fernández, que podrían suponer hasta poco disimulados volantazos en su modo de gestionar la pandemia de coronavirus que avanza sobre estas playas.

   Por un lado, se hace hincapié en el comprobable cambio de rumbo del presidente desde aquel hombre moderado, alejado de la grieta y del discurso de barricada que lo caracterizó desde que se inició la pandemia hasta el momento en que le tocó anunciar la extensión de la reclusión social obligatoria, a este otro más duro, pendenciero por momentos, que trató de “miserables” a los empresarios sin hacer ningún tipo de distingos, aunque en los hechos la gestión del gobierno y sus medidas de aliento a la pequeña y mediana empresa, y a los trabajadores del sector informal, parecieron corregir en parte esa disparada verbal.

   El siguiente cambio sobre la actitud presidencial que nadie dejó de puntualizar, hacia ambas direccion fue la pomposa reivindicación que Fernández hizo del dirigente Hugo Moyano durante la inauguración del sanatorio Antártida, en el barrio porteño de Caballito.

   En el gobierno hay funcionarios siempre dispuestos a brindar explicaciones que justifiquen las actitudes de su jefe, que pueden no ser entendidas salvo por quienes están acostumbrados a leer del derecho y del revés los entramados dela política. Para empezar rechazan de plano que el cambio de moderado a duro del presidente (desaparecieron las fotos con la oposición) haya tenido que ver con el regreso de Cristina Fernández desde Cuba. 

   Aunque si bien se mira, las fechas coinciden. Aseguran que ambos hablan todos los días varias veces, y que cada medida la conversan. Revelan que hubo una sola discrepancia. La vice no estaba tan de acuerdo en extender sin más la cuarentena, pensando en el derrumbe de la economía, tal como lo había escuchado antes casi a modo de ruego de boca de Axel Kicillof. En esa Alberto no cedió. Aunque después las medidas de salvataje a sectores determinados fueron apareciendo.

   Los inusitados elogios que Alberto le ofreció a Moyano y que levantaron tanta polvareda también tienen una explicación para los voceros. “El presidente no se enamoró de Hugo, lo necesita”, es el argumento más escuchado que merece una aclaración de manual. 

   El líder camionero tiene en sus manos el poder que le otorga comandar un gremio que transporta medicamentos, alimentos, insumos, granos, combustibles, plata para reaprovisionar cajeros, entre otros menesteres, que resultan vitales para que no peligre el abastecimiento en estos días cruciales en las que el gobierno busca denodadamente que la curva de los contagios y muertes se aplane lo más posible, previsiblemente hasta la segunda quincena de mayo. No son precisamente, dirán pragmáticos los confidentes, momentos para tener al líder camionero en la vereda opuesta.

   Podría generar en el gobierno algún tipo de alerta, aunque no hay funcionario que reconozca que tal cosa haya sucedido o pueda estar sucediendo, el hecho también comprobable de que el presidente había sido más que bendecido por las encuestas de imagen desde que ostensiblemente se puso la lucha contra la pandemia al hombro. 

   Fernández según el promedio de varios sondeos sumó entre 15 y 30 puntos de aceptación desde que el coronavirus comenzó a expandirse, justamente porque “la calle” lo observó como un presidente preocupado y ocupado por la pandemia. 

   Dicho esto porque en aquel cambio de moderado a duro el presidente fue objeto de críticas por parte de aquellos mismos que hasta un rato antes lo exaltaban. Especialmente cientos de pequeños y medianos empresarios y emprendedores informales o monotributistas que se sintieron ofendidos por aquella descalificación, que el gobierno acomodó como pudo y aclaró que sólo estaba dirigida a grandes grupos. 

    El presidente ha tenido que lidiar en ese tránsito entre la moderación y la dureza, esto también hay que decirlo, con internas y malpasos de su propia tropa. Primero saltó a la luz pública la pelea entre el ministro de la Producción, Matías Kulfas, y el titular del Banco Central, Miguel Pesce, por las facilidades que se le reclamaron para otorgar créditos a tasa blanda a los sectores que no pueden pagar los sueldos de marzo, y menos los de abril. Pesce, que suele referenciarse en el cristinismo puro, blandió la Carta Orgánica del BCRA para defender su reticencia. Kulfas, albertista de la primera hora, se apoyó en su jefe para que las medidas empiecen a caminar. Los dos, al menos es la queja que se escucha en la cima, finalmente le sacaron horas de sueño, que no le sobran, al presidente. 

   Otro respingo le provocó al presidente una nueva metida de pata de González García. Hay quienes dicen en privado que el ministro de Salud ya no debería estar en el cargo y no sólo por esta última y malograda patinada sobre un DNU, que nunca existió salvo en algún borrador primario, para virtualmente intervenir la medicina privada.

   Alberto deberá procesar los costos y beneficios de aquel volantazo. Pero si hay algo que no necesita en el medio es tener que atajar los penales de sus propios colaboradores. O el penoso calvario de los jubilados para cobrar sus haberes. Un enojoso despropósito que debiera cobrarse alguna cabeza.