Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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El objetivo de una estrategia que deberá probarse en los hechos

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en la Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   Quienes manejan la estrategia política del presidente Alberto Fernández, entre ellos Gustavo Béliz y el jefe de asesores Juan Manuel Olmos, deslizan que no hubo una pizca de improvisación en el armado de la escena del jueves en la residencia de Olivos, cuando se presentó la osada oferta a los tenedores de bonos para renegociar la deuda externa argentina.

   Se buscó, tal vez por primera vez desde que Alberto asumió el Gobierno pero más todavía cuando la calamidad global del coronavirus puso al presidente al frente de esa batalla local, establecer un escenario que pretende ser inmodificable sobre la verdadera musculatura de quien está a cargo del ejercicio del poder.

   Sonaría un tanto osado ese planteo si no fuese porque aquella ceremonia en Olivos entregó más de una fotografía, y se insiste que no por casualidad, para empezar a entender toda la trama de la película y hasta el posible final de esa saga a la que aspiran en el albertismo incipiente, con su jefe incluido.

   Aunque habrá que hacerse preguntas impostergables, lo primero es lo primero: Alberto estuvo allí flanqueado por Cristina Fernández, en una actitud por momentos sumisa y humilde, rara en su personalidad explosiva, y por el jefe del gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, además de Martín Guzmán y Sergio Massa. 

   No es menor asimismo el gesto de los gobernadores, oficialistas y opositores, de haber prestado asistencia perfecta para escuchar el anuncio sobre la propuesta de renegociar la deuda. Los gobernadores radicales estuvieron todos, y uno de los díscolos del PJ como es el cordobés Juan Schiaretti, que no viajó por ser persona de riesgo, se apuró a difundir un generoso tuit de apoyo al anuncio y a la gestión del presidente.

   Fernández, según sus intérpretes, buscó con esa puesta en escena dar señales de dos aspectos centrales de la gestión que lo tiene ocupado en otros tantos frentes abiertos y complicados como la pandemia y la renegociación de la deuda. 

   Por un lado la idea de conducción, y hasta de liderazgo,  de que está al frente de la batalla, aspecto este sobre el que de todos modos no quedaban demasiadas dudas. Y por el otro, la demostración no solo de que cuenta con el apoyo de los gobernadores, del Congreso y de los intendentes, sino que en general la política propiamente dicha, no solo la de su propia tropa sino la de la oposición, están de su lado.

   Habrá que creer en una segunda lectura que se hace en los despachos oficiales sobre otras dos cuestiones que no son menores. La primera involucra a Rodríguez Larreta. 

   Su lugar en la foto junto al presidente, mientras el resto de los gobernadores se desparramaron por la larga mesa,  pareciera darle volumen a otra de las estrategias que persigue Alberto: convertir al alcalde porteño en el verdadero líder de la oposición macrista y hasta de todo Juntos por el Cambio. Esto más allá de la indisimulada comodidad en la que ambos dicen sentirse al trabajar codo a codo para derrotar a la pandemia de coronavirus. 

   Larreta, aunque no lo dirá en público, se siente cómodo en esa posición a la que busca elevarlo el presidente. Más todavía cuando se sabe que en el macrismo han saltado algunas térmicas y el espacio se ha dividido entre palomas, cercanos a la Casa Rosada en la lucha contra la pandemia, que encarnan el jefe de Gobierno porteño, María Eugenia Vidal y Jorge Macri, y halcones, que empiezan a poner palos en la rueda. Se referencian en Mauricio Macri, Patricia Bullrich y Miguel Pichetto. Nadie descubrirá la pólvora si sostiene que Alberto aplica en esa interna con la vieja trampa de dividir para reinar.

   La siguiente estrategia, toda una incógnita que deberá probarse en los hechos, involucra a la propia Cristina. La vice reapareció en público en un claro, y seguramente estudiado, segundo plano. No abrió la boca, lo que ya es mucho, y con algunos gestos mínimos dio a entender que aprueba una postura frente a la deuda que en el fondo se ubica más cerca de su posición y de la del kirchnerismo duro que la tiene como única líder de plantarse frente a los acreedores con un “tómalo o déjalo” que remite a su propia gestión y mejor todavía a la de Néstor Kirchner, como buscó endulzarla el presidente en su discurso.

   Debiera darse por sentado que antes de asistir a la escenificación de Olivos, aunque con ella nunca se sabe, la vice decidió enterrar por ahora las diferencias con quien ella puso allí donde está en materias como la estrategia para su paladar un tanto descontracturada del gobierno para atacar el derrumbe de la economía, algunas desatenciones que sufriría Axel Kicillof en beneficio de los intendentes para atacar el drama del conurbano en las que Alberto parece sentirse cómodo, y hasta el retraso del presidente para definirse en un último aliento a favor del impuesto a los ricos, con el que claramente disiente en privado.

   En suma, el presidente ha buscado centralidad, y vale reiterarlo, liderazgo frente a los dos desafíos que enfrenta. Los actores, incluida Cristina y el jefe del gobierno porteño, parecieron el jueves otorgarle esa chapa. La pandemia del coronavirus recién está en su etapa ascendente y nadie atina a asegurar que efectivamente para julio o agosto pueda empezar a ser historia, y eso en el mejor de los casos con prevenciones sanitarias que habrían llegado para quedarse un largo tiempo.

   La oferta a los acreedores es toda una apuesta, que puede terminar bien o muy mal para la economía de los argentinos. Acuerdo para algún día volver a crecer o default para hundirnos  todavía más, son las dos opciones.