Bahía Blanca | Jueves, 10 de julio

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La enigmática fotografía de la Mujer Fantasma

Una fuente más que confiable advirtió en la redacción de “La Nueva.” la existencia del archivo digital. ¿Error visual, historia sobrenatural o escalofriante confirmación de Vida después de la Muerte? 

Fernando Quiroga / Especial para “La Nueva.”
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   -“Hasta que tuve oportunidad de ver bien la imagen, había pensado que se trataba de un error –asegura Eugenio Lakich– sin embargo, una vez peritada no tuve dudas; la imagen que se asoma es una figura antropomórfica, con volumen y movimiento. Quien la tomó, asegura no haberla visto en el momento que fotografiaba el palco, pero sí que el movimiento de los pesados cortinados era incómodo”.

   Lakich nació en Sierra de la Ventana. Reside actualmente en Barcelona. Una nutrida carrera periodística lo llevó desde estas pampas familiares a importantes círculos del mundo. París, New York, Oslo, Estonia, Atenas, Marruecos, Palermo (Sicilia) y las tierras de Kenia, en el corazón de África, fueron los últimos destinos de una carrera como fotógrafo cuyo origen se remonta a comienzos de los años ‘90. Sin embargo, en 1996 y 1998, trabajó como asistente de una sesión con trajes de época que se realizó en el Teatro Municipal. Un privado contrató a un grupo de fotógrafos y otros artistas, para una puesta multimedia en la que se conjugaban diferentes estilos audiovisuales. Eugenio, por aquel entonces un joven de 27 años, trabajó en las locaciones del odeón en horarios cuando éste permanecía cerrado al público, optimizando de esta manera, el trabajo de los profesionales de la imagen. En su paso por nuestra ciudad, donde reside parte de su familia, charló con “La Nueva.” y contó, por primera vez, algo que jamás pensó contar, y menos públicamente.

   -“Siempre he tratado de buscarle la explicación racional a los fenómenos ‘extraños’; en una oportunidad haciendo una recorrida por las instalaciones, pasaba del primero al segundo hall del teatro, las luces estaban difusas, era un día que no había evento pautado y el personal del teatro estaba ocupado en el exhaustivo mantenimiento. La luz que ingresaba naturalmente por la calle era tenue, sin embargo, colaboraba claramente para la visión. Detrás de una de las puertas principales, en la penumbra hueca y descolorida de la tarde, vi lo que me impresionó: un ‘orbe’ del tamaño de un puño, escapaba velozmente hacia una de las puertas de la sala. De todas maneras, eso no fue lo impresionante, sino lo que vendría después; la aparición que se manifestó al tiempo”.

   La Real Academia Española otorga la denominación “orbe” a la anomalía visual inesperada, con forma esférica, que aparece en fotografías, filmaciones o (en muy raros casos) frente a testigos incautos. De todas maneras, se considera una expresión lumínica errante y de procedencia inexplicable. Julio Adelmo, en Apuntes sobre lo efímero (Ed.  Sigmar, 1966) afirma que “Los orbes preceden a las apariciones metafísicas. Estos, ya lo son por definición; sin embargo, por alguna razón que desconocemos, ofician como cohorte luminosa de expresiones fantasmagóricas con forma humana”.

   -La bola de luz tenía el tamaño y la consistencia de un puño –el fotógrafo frunce el entrecejo y parece revivir la situación-. Cruzó el segundo hall del teatro, el que antecede al ingreso de la sala y se perdió entre las puertas que dan a uno de los balcones laterales. Me quedé helado y lo comenté entre mis colegas. Recuerdo que una chica, Casandra, una actriz platense que había trabajado en un elenco nacional y por lo tanto ya había visitado en varias oportunidades el coliseo, me confirmó que, no sólo había observado lo mismo en zona de camarines, sino que cada vez que se veía algo así, era porque ‘algo más’ llegaría después. 

    Eugenio Lakich me invita un cigarrillo; pregunta si fumo; disiento con respeto y lo acompaño afuera del café donde quedamos en charlar. Apenas enciende el mentolado, retoma el relato con vehemencia. 

   -Sumidos en el ajetreo de las sesiones, el poco tiempo y las complicaciones técnicas, olvidamos ‘la cosa’. Pero en 1998, cuando el equipo volvió a reunirse en el teatro, y se amplió en recursos humanos, recuerdo a Don Carlos Márquez, un artista callejero de Río Tercero que, sumado al proyecto por sus características circenses, había tenido ‘algún roce sobrenatural en su haber’ -Eugenio sonríe ante la remembranza del cómico cordobés–. El pintoresco personaje nos contó que los famosos orbes aparecían para abrir caminos a las apariciones. Un correntino que lo secundaba, les decía ‘insondúes’ y contaba que en su pueblo acompañaban los cortejos de ánimas en el campo... como fuere, se instaló en la compañía de alegres artistas que, cada vez que apareciese una ‘lucecita danzante’, había que tener cuidado... algo más grande llegaría después...

La Dama del Miriñaque

   El fotógrafo serrano narra que al otro día (tal vez un sábado cercano al Día de todos los Santos) ocurrió un hecho inexplicable. Dos técnicos de escenografía vieron ascender, por la escalera que va al paraíso, a una figura humana blanca y etérea.

   -Recuerdo que pegaron el grito. Yo estaba mostrándole el obturador de la cámara a Marito Uriarte, el director del proyecto, en el piso de abajo. No dudamos un segundo y subimos la escalera rápidamente. Los dos testigos estaban desencajados, uno temblaba sentado en las cajas de iluminación que estábamos subiendo para un laburo; el otro (creo que se llamaba Federico) me gritó directamente: ¡Dale Ruso! ¡Que la agarrás!.

   En ese instante, Eugenio comprendió (con euforia inesperada), la gran oportunidad de fotografiar la aparición. Subió las escaleras secundado por Uriarte y accedió al paraíso. Con asombro y algo de escalofríos, se vio envuelto en decenas de orbes que iluminaban con infausta luz mortecina, el espacio más alto del teatro. Aturdido y temeroso, Eugenio Lakich disparó flashes al vacío. Detrás suyo, Marito Uriarte señaló a su izquierda, “¡Mirá Ruso!”, dijo antes de que se le quiebre la voz. 

   En el Paraíso, flotando entre los asientos, la imagen diáfana de una Mujer con Miriñaque se movía con cautela expectante. Eugenio apuntó la cámara hacia la imagen difusa; temblaba con pavura reverencial, pero llegó a poner en foco la efigie borrosa.

   -Recuerdo que fue solo un segundo, pero llegué a ver el detalle del vestido traslúcido, y lo más terrible... el rostro demacrado de la mujer. Un gesto mustio, sin ojos claros en las cuencas, una mirada vacía que me dirigió, y que no voy a olvidar jamás.

   Las fotos salieron veladas. La imagen se esfumó frente al estupor grabado en los ojos de los dos testigos atónitos.

Veintidós años después

   Entre las bambalinas del tiempo, y habiendo conocido la historia de Eugenio Lakich; a sabiendas de su estadía en nuestra ciudad, aprovechamos para consultarlo sobre la fotografía llegada a nuestra redacción. 

   En principio, las fuentes son más que confiables; nada más cercano y comprometido con el Teatro Municipal que su personal técnico. Agentes respetables, de gran trayectoria y seriedad, son celosos guardianes de una estructura que enorgullece a los bahienses. A lo largo del tiempo, muchos han sido testigos de misteriosos fenómenos que nunca, salvo hayan sido inquiridos al respecto, han revelado. El caso de la fotografía de la Dama del Miriñaque no fue una excepción. Prácticamente vitalizada a partir de una filtración, la imagen está desde unos años en posesión de un cerrado círculo que la preservó y que, gracias a ellos mismos, hoy podemos difundir.

   Eugenio Lakich, embargado por la emoción y la sorpresa, no pudo creer cuando la vio:

   -“Sentí lo mismo que sentí hace veintidós años, sin dudas, es exactamente el mismo espectro” -concluyó visiblemente movilizado el artista gráfico.

   ¿Será ésta dama la misma bailarina que se suicidó en camarines según la leyenda urbana? ¿Tendrá que ver con otros fantasmas, como el Ahorcado o con el Extraño Espectador de las plateas centrales? ¿Será la muerte una repetición de eventos ya acaecidos en la vida?

   Memoria sobrenatural de un tablado emblema, que recuerda las palabras de nuestro inmortal Federico Luppi, en el monólogo inolvidable de “El Espinazo del Diablo”, de Guillermo del Toro:

   "¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor quizás; algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar... Un fantasma, eso soy yo". 

   Juraría haber dicho estas palabras, en otra vida...