Bahía Blanca | Jueves, 10 de julio

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El viaje de Agustina: la surfista de Monte Hermoso que sueña con un verano eterno

Es bahiense y lleva cinco años viviendo en el balneario. Amante del mar, radióloga y profesora de yoga, cumplió su sueño de viajar sin relojes por América y compartió su inspiradora experiencia. Un romance eterno con las olas.

   Anahí González
   [email protected]

   Los planetas se alinearon definitivamente para la bahiense Agustina Spurio (31) el 4 de abril de 2019 cuando subió al avión que la llevaría a San Salvador de Jujuy para iniciar la aventura de vivir sus sueños. 

   Claro que, para lograrlo, primero tuvo que renunciar a su trabajo como técnica radióloga en el Hospital de la Asociación Médica (HAM), en Bahía Blanca, y a una vida tranquila en Monte Hermoso.

   Foto: gentileza clickmontehermoso.

   “Las vacaciones de 15 días no me alcanzaban. De a poco fui soltando mi trabajo en el hospital. Ganaba bien, trabajaba poco y había un grupo humano hermoso. Me costó, pero gracias a eso encontré otra Agus”, reveló.

   Siempre había imaginado cómo sería vivir un verano eterno y conocer lugares sin que te corra el tiempo. 

   Finalmente se animó a dar el salto y recorrió cuatro países con la mochila y la tabla de surf bajo el brazo. Aunque no hizo dedo porque “allá el transporte es muy económico”. Por eso no se considera mochilera.

   Tenía ahorros, pero buscó generar ingresos en el camino para prolongar las estadías. Antes de partir, ya la sostenían dos pilares importantísimos: el surf y el yoga. 

   El surf había llegado a su vida de la mano de una ex pareja. Cuando empezó a practicar no sabía nadar, solo flotar. 

  “Desde que conocí el surf se volvió una pasión y mi vida empezó a girar en torno a las olas”, confesó.

    “No hay nada imposible si uno tiene voluntad y ganas. Nunca voy a olvidar esa sensación, cuando me paré en la tabla por primera vez en una espuma de Quequén. Es la misma que siento hoy.  Esa emoción, esa euforia: libertad y felicidad”, señaló.

   El yoga había llegado un poco antes. 

   "Desde muy chica soy vegetariana y siempre tuve cierta consciencia corporal. Muchas personas me decían que tenía que practicarlo. Primero me reía, juzgué al yoga, pero me gusta escuchar a la gente y terminé aprendiendo mucho de ese hermoso mundo”, dijo. 

   Estas dos pasiones la acompañaron en la travesía que inició en Buenos Aires con su amiga Carolina y que, unos meses más, tarde continuó sola.

   Los primeros pasos los dieron por Pueblos de Salta y Jujuy.

   "Ya conocía el Norte Argentino y quise volver por sus paisajes increíbles y porque nuestras raíces están muy fuertes ahí, está la historia viva”, dijo.

   A Bolivia cruzaron por Villazón, visitaron el Salar de Uyuni y se fueron en pocas horas de La Paz para disfrutar de la Isla del Sol, en Copacabana. En 10 días, cruzaron el país de sur a norte y llegaron a Perú. 

   "Cuando se cumplió un mes lejos del mar, mi gran amor, empecé a desesperarme”, contó.

   Haciendo yoga en el Salar de Uyuni.

   Entonces, partieron a Perú, con miras a llegar al Pacífico pasando antes por Cuzco, Aguas Calientes y Machu Picchu.

   A las famosas ruinas incas llegaron costeando las vías del tren por un camino selvático.

   “El viaje fue todo lindo. Hay momentos puntuales, porque la felicidad, como la tristeza, es un estado. Machu Picchu fue muy emocionante y también la primera ola más grande que agarré hasta hoy”, contó.

   “Me hizo muy feliz que mis alumnitas de yoga de Perú, una nenas que amé, me digan que me extrañan, me pregunten cuándo vuelvo y me hagan videollamadas, es hermoso. ¡Y  también conocer tantas historias!”, añadió.

  Con sus alumnas de yoga de Máncora, en Perú.

   Durante sus estadías, solo alguna que otra vez tuvo que pagar un hostel. Casi siempre intercambió trabajo por hospedaje.

   “No me encasillé en mi título de técnica radióloga. Descubrí que puedo estar en recepción, dar clases de yoga, ser moza, vender alfajores y trufas en la playa o limpiar un lugar; y me encanta cocinar”, dijo.

   De excursión en la Isla del Sol, Copacabana.

   “Hoy me siento capaz de sobrellevar cualquier cosa, de arreglármelas. Hay que disfrutar de lo que tenemos y aprender a ser feliz con lo básico”, reflexionó.

   Antes de hacer un viaje -subrayó- hay que soltar los temores.

"Las ruinas son muy hermosas. Más allá de que son construcciones de otras civilizaciones hay una energía super fuerte; hay que vivirlo, no se puede describir", dijo.

   “No hay que tener miedo de que nos falte techo o para comer. Nunca estamos solos, siempre hay alguien que nos ayuda”, aseguró.

   En Lobitos, el primer destino surfero que visitó en Perú, encontró “un pueblo muy pequeño de pescadores con olas perfectas”.

   Una postal de su estadía en Lobitos.

   De allí partieron a Máncora tras realizar un voluntariado en las cabañas de Neto. En este pueblo encontró gente amable, las mejores olas y un sitio donde todo el tiempo hay sol. ¡El paraíso para cualquier surfista!

   “Me enamoré. Es muy simple ¡pero hay una energía! Tiene una ola hermosa. Está lleno de extranjeros”, dijo.

   En Canca, una playa de Máncora.

   Allí su amiga siguió sola hacia Ecuador.

   “Mejoré mi surf, hice un montón de amistades y di clases de yoga a niños, siempre a voluntad”, dijo.

 “Miedos tenemos todos, pero una cosa es paralizarse y otra es hacer algo para que lo que deseamos suceda”, dijo.

   Cuando empezó a vibrar el momento de partir surgió el último destino: Brasil. Tardó cinco días en llegar en colectivo desde Lima a Sao Paulo.

   “Vendí una heladera en Argentina y con eso me fui a la costa paulista. Hice unos amigos increíbles; si vas en avión no lo vivís. se crean vínculos super fuertes, es muy intenso”, contó.

   “En este viaje aprendí que nosotros solos nos limitamos, sea porque pensamos que si tenemos familia o hijos no podemos viajar o por temor a quedarnos sin plata o a trabajar de otra cosa de la que uno no estudió”,dijo.

"Todo el tiempo me entrego a que todo va a suceder como tenga que suceder para vivir determinadas situaciones", dijo.

   "Al sistema siempre se puede volver. Se puede salir un ratito y después volver”, dijo.

   Otro aprendizaje fue perder los miedos al que dirán y a confiar en sí misma y en su potencial.

   “Si sos mujer, si viajás sola, no pasa nada. El ser humano es una especie que puede hacer mucho daño pero también somos seres extraordinarios con capacidad de comunicarnos y ayudarnos entre nosotros. Hay gente muy hermosa en todo el mundo”, subrayó.

   Hoy, en perspectiva, agradece a sus padres.

   “Educaron una mujer fuerte y sin miedos. A mi mamá la perdí hace unos cuantos años y, para mi papá, esto era una locura pero confió en mí y me dio alas. Siempre me dice 'no sé a quién saliste pero si vos sos feliz, yo soy feliz'”, dijo.

   En Brasil, pasó un hermoso mes y medio pero estuvo nostálgica.

   “Empecé a extrañar la costumbre argentina del mate, lo amigueros que somos. Si bien nunca me gustó el patriotismo ni las fronteras, me gusta la forma aguerrida de luchar y de reclamar que tenemos los argentinos cuando algo no nos gusta”, dijo.

   De repente se encontró en una playa paradisíaca pero sola y llorando.

   “Ese punto fue fuerte. Uno puede estar en el paraíso pero los lugares los hacen las personas”, expresó.

   Al regresar a Argentina volvió a instalarse en Monte Hermoso.

   "No quiero vivir lejos del mar. Si no veo el mar por unos días me desespero. Me agarra una sensación hasta física”, comentó.

   “Monte me permite tener un grupo humano muy lindo y generar dinero en la temporada, se abren muchas puertas en verano. Y tengo cerca a mi familia”, dijo.

   Hoy elabora panes caseros y visita a Eneas, en Bahía Blanca, el bebé de su sobrina que le tocó el corazón. A los 31 años es tía abuela. 

   Algunas anécdotas del camino

   Fue fuerte llegar a Sao Paulo porque lo hizo de noche, sin batería en el celular y se tuvo que quedar a dormir en la terminal de trenes. 

   La gente que dormía allí estaba en situación de calle o no tenía óptimas su facultades mentales. Algunos aseguran que es la tercera ciudad más peligrosa del mundo. 

   "En un viaje, a veces se presentan estas circunstancias, pero no hay que asustarse porque se resuelven", dijo Agustina.

   "Yo estaba con la valijita y la tabla y hablaba otro idioma. En un momento miré a la gente que tenía alrededor y había un hombre y una señora que hablaban solos", contó.

   "Y yo entre ellos, ahí sentada, me vi a mí misma y me sentí una más. Ahí entendí como uno juzga y separa cuando, en realidad, somos todos parte de un mismo universo", dijo.

   Otra situación en Brasil. Hacía siete días que no dormía en una cama y estaba desesperada por encontrar dónde alojarse.

   Tenía un solo contacto de un brasilero que había conocido en Perú y quien le recomendó un barrio.

"Uno atrae lo que uno es, por eso hay que caminar por el lado del bien. Hubo gente que me ayudó mucho", dijo Agustina.

   "Entraba a los hoteles y les pedía una noche y me decían que no se podía, que era por hora, hasta que entendí que eran lugares para tener sexo", contó entre risas.

   Entró a un barcito de Sao Paulo a comer algo y cargar el celular y una pareja de ancianos ("otros padres que me mandó el universo que me protege") le comentó que ellos rentaban una habitación a unas pocas cuadras.

   "Los amé tanto que me quedé tres días en Sao Paulo. Él era profesor de inglés y de letras y me enseñó un montón", dijo.

   La viajera contó que en Bolivia le llamó la atención lo introvertida que era la gente y, en Perú, le chocaba ver que se colaban, te pasaban por encima sin respetar turnos.

   "Eso al principio me chocaba pero después aprendí que era su cultura. Entendí que somos una suma de estructuras,  contextos socio económicos y experiencias.  Aprendí a amar al otro como es sin juzgarlo", señaló.

A los 31 años, Agustina Spurio puede pasar jornadas enteras detrás de una ola. Su pasión la mueve a conocer más lugares.

   "Conocí desde gente en estadía ilegal, clandestinos, famosos de televisión como André, de Lima, y Thiago, de Brasil; surfistas y kitesurfistas,  campeones como Richard Navarrete y Paulo Ríos, y futuros campeones y al enfermero venezolano que  dio sus primeros auxilios a Gustavo Cerati", reveló.

   Estuvo con gente que viajaba a dedo, en moto, bici y hasta con un neozelandés que unió Ushuaia con La Quiaca en bici", contó.

   "Estaba en un momento perfecto para hacer este viaje pero si la vida me mandara un hijo, después de haber vivido esta experiencia, igual viajaría con él, seguramente. Le mostraría que hay un montón de posibilidades”, dijo.

   Contó que en cada frontera la situación era la misma: ¿Por qué venís? ¿Cuántos días te quedás?

   "Si lo pensás: ¿qué hemos hecho? La tierra es de todos. Un pie de un lado y una diferencia de un metro te dice que sos tal o cual cosa. No somos un nombre una nacionalidad o un DNI", dijo.

   "Surfeé con tortugas de mar y peces saltando alrededor. En infinidad de momentos  dije gracias a la vida. Me regaló playas perfectas con cascadas, postales adentro del agua con calor, lluvia torrencial y playas turquesas". Instantes increíbles”, destacó.