Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Allende: "Las mujeres han sido un tejido solidario en el cual he podido abrigarme toda mi vida"

"¿Por qué se habla de la guerra contra las drogas, de la guerra contra el crimen o contra el narcotráfico y no se habla de la guerra contra la violencia hacia las mujeres?", se pregunta la escritora chilena.

Fotos: Télam

   En Mujeres del alma mía, la escritora chilena Isabel Allende construye una memoria íntima que hilvana a partir del vínculo con mujeres claves de su vida pero también con tantas otras que sufren la desigualdad y la injusticia, variantes de una violencia de género que define como "la gran crisis humanitaria", al tiempo que cuestiona su presencia sesgada en la agenda social.

   "¿Por qué se habla de la guerra contra las drogas, de la guerra contra el crimen o contra el narcotráfico y no se habla de la guerra contra la violencia hacia las mujeres?", dice en entrevista con Télam.

   Del otro lado del teléfono, la tonada chilena de Isabel Allende se cruza con el canto latino que adoptó su voz después de tantos años de vivir en Estados Unidos, porque desde 1987 vive en California, luego de otras residencias y el exilio con el golpe militar de Chile. A pesar de la distancia temporal con el país en el que pasó su infancia y con la región que fue morada a lo largo de su vida —nació en Perú, vivió en Venezuela— la escritora no pierde la conexión con América Latina.

   A sus 78 años, Allende es la escritora en español más vendida, traducida y leída, con más de 70 millones de ejemplares en todo el mundo, reconocida por novelas como La casa de los espíritus o Eva Luna, entre más de una veintena de títulos que por ritual empieza a escribir cada 8 de enero. El título del último libro Mujeres del alma mía (Plaza & Janés) anticipa el color afectivo que tomarán sus páginas: la narradora retoma el pasado para hacer una reflexión apasionada y esperanzada sobre el futuro.

   "Yo vivo al día, no sé lo que voy a escribir el próximo año, no tengo planes para el futuro. Mis deseos son para el mundo, lo que quiero es el fin del patriarcado. Pero si tengo que elegir en lo personal, si pidiera algo, te diría morirme con las botas puestas", dice desde su casa, donde está confinada hace largos meses con su tercer marido, Roger, y sus dos perros.

   Aunque por cábala falta poco para largarse a escribir un nuevo libro, la chilena anda por estos días entusiasmada con Mujeres del alma mía, donde construye un relato sobre su relación con las mujeres, no solo desde un vínculo personal como pueden ser su mamá Panchita, fallecida hace poco, o su agente literaria Carmen Balcells —la mujer que la acompañó e impulsó durante su carrera literaria—, sino también las mujeres en su condición genérica: las que conoce y las que no, y de las que aprende en la fundación que lleva su nombre cuya misión es trabajar y empoderar a las niñas y mujeres para garantizar los derechos reproductivos, la independencia económica y la protección contra la violencia.

   —En este libro lo que queda claro es que Isabel Allende existe en tanto existen otras mujeres que acompañaron y convocaron a lo largo de la vida, ¿cómo se explica este tejido que hacen las mujeres en lo colectivo?

   —Yo no podría haber hecho nada en la vida sin haber tenido esa solidaridad. Si saco la cuenta de quiénes me han ayudado en la vida, me han impulsado y me han protegido son todas mujeres. Excepto, posiblemente, mi abuelo y mi padrastro, el tío Ramón. Yo he trabajado con y para mujeres toda mi vida. Entonces, no creo en este cuento de la rivalidad, he tenido la experiencia contraria: las mujeres han sido un tejido solidario en el cual he podido abrigarme toda mi vida.

   —El libro comienza con una declaración, "soy feminista desde el kindergarten". Esa afirmación asume el reconocimiento de la desigualdad y la injusticia desde muy pequeña, ¿te costó caro?

   —Fue una ganga comparado con todo lo que obtuve. Me costó poquísimo. Sí me costó llevar la contra, ser rebelde, que me agredieran de vez en cuando, pero para todo lo que he obtenido pagué un precio mínimo. Se lo dije a mi madre una vez porque ella vivía asustada de que yo hiciera esto porque lo entendía racionalmente, pero me decía "¿para que te vas a meter entre las patas de los caballos? Te van a destruir". Bueno, no pasó así. Mi mamá me decía "todo se puede hacer pero con elegancia y sin bulla". ¡Imagínate si vas hacer una revolución sin bulla!

   —Reconocés que fuiste relegada del canon literario por ser una escritora que vende mucho, ¿cómo te afectó?

   —¡Eso no te lo perdonan! Si fueras un escritor que vende mucho es diferente, pero si sos escritora tu literatura no tiene valor. Es una tremenda subestimación de los lectores. Ya me lo advirtió mi agente Carmen Balcells cuando comencé a escribir: "Vas a tener que hacer el doble o el triple de esfuerzo para obtener la mitad del reconocimiento de un hombre". No me importa haber hecho el esfuerzo porque obtuve muy buenos resultados, pero me da un poco de pena por otras mujeres que tienen que hacerlo y muchas de ellas no logran el éxito que tuve yo, aunque muchas de ellas se lo merecen mucho más.

   —¿Te generó algún resentimiento esa omisión hace veinte años?

   —Me crea resentimiento contra el patriarcado, no contra esas expresiones: porque esos circuitos que no entregan premios porque eres mujer son también parte del sistema. ¿Cómo vas a pedirle que piensen distinto? Hay que cambiar tantas cosas antes de que a ellos les cambie la mentalidad. Y además la mayoría son gente mayor, uno puede esperar que los jóvenes cambien rápidamente. ¿Qué vas hacer? Esperá que se mueran nomás.

   —Este libro confía en las nuevas generaciones porque decís que "a muchas hijas nos ha tocado vivir las vidas que nuestras madres no pudieron vivir". Ese reconocimiento generacional de las experiencias de madres, abuelas, es un motor que atraviesa tu obra, ¿qué quisieras que vivan tus nietas que vos no pudiste?

   —No creo que mis nietas lleguen, pero quizá sí mis bisnietas, el fin del patriarcado: una civilización en la que haya paridad de género en la administración y gerencia del mundo. Y que los valores femeninos y masculinos tengan el mismo peso. Cuando eso ocurra, cuando haya un numero crítico de mujeres en el poder, la naturaleza del poder va a cambiar.

   —Entendés al feminismo desde una perspectiva interseccional.

   —El patriarcado divide, clasifica, pone nombre a las diferentes voces. Entonces, eres mujer, eres afroamericano, eres deshabilitado, cientos de subclases porque el patriarcado maneja las divisiones. Y en el fondo, el feminismo es una sublevación contra un sistema de opresión cultural, religioso, económico, militar. Es un sistema de opresión y las primeras víctimas de ese sistema de opresión son las mujeres pero no solamente ellas, muchos otros grupos lo son también: todos los que no están en el poder.

   —¿Por qué decís que la mayor crisis humanitaria es la violencia de género?

   —Es una guerra declarada. No sé por qué no se llama así. ¿Por qué se habla de la guerra contra las drogas, de la guerra contra el crimen o contra el narcotráfico y no se habla de la guerra contra la violencia hacia las mujeres? Si la forma de violencia más generalizada, aceptada y callada en el mundo. En algunas partes la mujer vale menos que una vaca, vale menos que el ganado. Con mi fundación la visión es invertir en mujeres y niñas, las más vulnerables en muchas partes.

   —Contás que hace tiempo te venís entrenando para ser una anciana apasionada, ¿cómo es eso?

   —Nadie se pone sabio porque llega a viejo. Llegas a viejo y te pones más loco nomás. Mira, aquí estoy en California encerrada hace ocho meses con la pandemia, con dos perros y mi marido, escribiendo todos los días en una guardilla. Pero cada día me ducho, me maquillo como si fuera a visitar a alguien, trato de mantenerme activa, viva y curiosa y en lo posible verme lo mejor que pueda a mi edad. Y cuando escribo la pasión es el entusiasmo alegre de contar. Y la pasión de saber más, cada vez que escojo un tema tengo que investigar, ir aprendiendo. La curiosidad de que el mundo está lleno de cosas que tengo que aprender e investigar me mantiene corriendo. (Télam)