Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Las dos obsesiones de Alberto Fernández

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    Quienes lo han escuchado en los últimos días, entre colaboradores, hombres de negocios y periodistas, asumen que el presidente Alberto Fernández tiene dos grandes obsesiones. Que no son de ahora ni mucho menos, sino que lo atosigan incluso desde antes de calzarse la banda presidencial el 10 de diciembre y poner el carro en movimiento.

     De menor a mayor por una cuestión de urgencias pero también de necesidad política, podría afirmarse que esas dos obsesiones presidenciales pasan primero por enderezar la crisis económica que heredó de Mauricio Macri. Y si bien ni él ni sus colaboradores harían pronósticos del tipo de los malogrados "segundos semestres" del macrismo, ninguno de ellos oculta que más allá de marzo y con el paquete de medidas adoptadas en el marco de la mega ley que le proporcionó el Congreso en tiempo récord podrían empezar a notarse algunos alivios. En ese tránsito, el anuncio de Alberto de que habrá nomás aumento a jubilados en marzo, junio y septiembre, aunque no por la ley de movilidad  del gobierno anterior, ayudó a calmar algunos nervios internos.

     La siguiente obsesión del presidente, que por momentos se convirtió en una verdadera persecución, es el rol de Cristina Fernández. Alberto necesita desterrar de la escena pública y de la imaginería popular cualquier suposición de que su administración es "cristinadependiente". O que cada decisión que tome en el marco de la gestión tiene que estar sujeta al visto bueno de la doctora, y hasta se rumorea en los mentideros que de su hijo Máximo. Se lo han escuchado decir: va a demostrar que no hay sombra de injerencia de la vicepresidente en la toma de decisiones de gobierno. Que Cristina "es y será una dirigente de consulta permanente de Alberto",  lo ha reconocido él mismo y lo repiten sus colaboradores. Pero la última palabra siempre será suya.

      Vale repasar los por menores de cada obsesión, en los que Alberto, especialmente en la relación con la vicepresidente, por ahí le cuesta salir bien parado. En el primer caso, el presidente busca mostrarse ahora mismo, desde el primer minuto de su mandato, enfrascado en la "gestión dura", como la llaman, en referencia a los grandes temas que deberá encarar sin derecho a luna de miel alguna para salir de la grave crisis heredada. Recuerdan que un caso puntual fue la sanción en tiempo récord de la ley de Emergencia Social y Reactivación Productiva. Los congelamientos de las tarifas de los servicios públicos, y la marcha atrás con el aumento de los combustibles, como también el reclamo de racionalidad a los dirigentes sindicales para que no pidan aumentos siderales, pero a la vez, la amenaza a los supermercadistas de aplicarles por DNU la ley de Góndolas, que aguarda obtener media sanción en la Cámara de Senadores.

     Hay un dato que podría parecer mundano, pero que no lo es si de entender aquellas urgencias presidenciales por salir lo más rápido del pozo se trata.  El presidente literalmente prohibió a sus funcionarios tomarse vacaciones. La orden vale para ministros y toda la línea ejecutiva. Por si alguno no lo entendió, Alberto advirtió que no quiere tampoco "escapaditas" de fin de semana a la costa atlántica, un clásico de la política de todos los veranos y de todos los gobiernos. Pateó para más adelante y todavía sin fecha los viajes al exterior. No irá la semana que viene a la cumbre de la CELAC en Ciudad de México, tampoco a Santiago de Chile para hablar con Sebastián Piñera. Quedó asimismo en carpeta sin resolución el tantas veces prometido viaje a Houston, Washington y Nueva York. Menos todavía viajará a fines de enero al Foro Económico de Davos. Si hay viajes, dicen a su lado, será al interior del país para poner en marcha el prometido gabinete federal.

     En donde Alberto pareciera todavía no encontrar el punto justo de dónde pararse es en el de la relación con Cristina. Y los que preguntan sobre el tema lo hacen para saber si esa indefinición es propia o ajena. Es decir si aquella obsesión por "jubilar desde adentro" a su mentora tropieza con los mandatos de la doctora de ser consultada para todo antes de poner la firma, o se trata nomás de algún resquemor de Alberto. Pesaría, para algunos, aquel teorema que esgrimía el propio Alberto y muchos otros en el peronismo anti K cuando se armaban los primeros planes de unidad: "con Cristina sola no alcanza, pero sin Cristina no se puede...".