Fue maestra rural en Tornquist y cuenta sus vivencias inéditas
Rosalina Bustamante reunió su experiencia en escuelas rurales del distrito en su libro Una tarea de privilegio, que se presentará el 1 de junio, en la recientemente inaugurada Casa de la Historia.
La primera experiencia de Rosalina Bustamante como maestra de un establecimiento rural fue en la Escuela Nº 18 del paraje La Esther, a 50 km de Tornquist.
Tenía 18 años y 16 alumnos de distintos grados.
"¡Era todo un reto! Siempre había vivido en la ciudad, conocía a los caballos en figurita y no había andado nunca en un sulky. ¡Era todo nuevo!", contó.
Debió instalarse en una casa de familia, en el campo, y desde allí manejar el sulky hasta la escuela, cada día, llevando alumnos por caminos que, a veces, se volvían intransitables.
"La comunidad me apoyó mucho. Era gente maravillosa, una gran familia. La escuela reunía a todos, era su punto de encuentro", contó.
Hasta entonces, Rosalina solo había estado lejos de su hogar dos años (para obtener el título de Maestra) viviendo como pupila en el Colegio La Inmaculada de Bahía Blanca, así es que, su vida en el campo le resultó tan sorprendente como desafiante.
Rosalina y sus alumnos de la Escuela Nº 18, Paraje La Esther.
"En esa época, hace 50 años, las maestras hacíamos también de porteras y hasta de asesoras de cooperadora. Fue una experiencia apasionante", dijo.
Tanto la marcaron sus vivencias en este y otros establecimientos educativos rurales del distrito que, a los 77 años, decidió reunirlas en su libro Una tarea de privilegio, que fue declarado de Interés Municipal y que será presentado por la autora el próximo 1 de junio, en la Casa de la Historia.
Allí, narra con exquisita pluma, anécdotas cargadas de emociones, esperanzas, inquietudes e incertidumbre y logra pintar al lector no solo los paisajes rurales, enmarcados por las sierras, en los que la bandera flameaba altiva casi en el medio de la nada, sino los paisajes interiores.
Rosalina describe con prosa pulida y gran sentido del humor, todo lo que le iba pasando por dentro a aquella muchachita amante de los libros, de la docencia y de sus "chiquitos", a medida que avanzaba en la noble tarea de enseñar.
La calidez de las anécdotas invita a los lectores a querer saber más sobre aquellas escuelitas en las que el Himno se cantaba a capella porque no había piano, ni tocadiscos. En las que los actos eran fiestas escolares a los que las mamás llegaban dos horas antes para preparar el chocolate y la mesa dulce para compartir con los niños.
Una tarea de privilegio nos recuerda que la rusticidad no es excusa para quienes trabajan con vocación y esmero, como Rosalina Bustamante, la maestra que supo "hacer patria", poniendo en acción, junto a sus alumnos y familias los valores más elevados de la comunidad.
Su trayectoria
Fue maestra en la Escuela Nº 18, en el paraje La Esther, en la Escuela Nº 14, en Sombra de Toro; en la Escuela Nº 13, Paula Albarracín de Sarmiento, en el Paraje La Querencia y en la Escuela Nº 10, del Paraje La Ventana.
También fue coordinadora de la Unión de Escuelas Rurales (UER).
"Mis alumnos venían en sulky o a caballo"
Rosalina comentó que hace 50 años la distancia era más difícil de sortear.
"Los que estaban más cerquita venían caminando. A muy pocos los traían los papás. Teníamos un alumno al que el papá le había hecho un carrito. No era tan fácil el tema de la distancia, pero nunca los vi ni renegados ni disconformes, al contrario venían siempre con buena onda, contentos", comentó.
La maestra regresaba a su hogar, en Tornquist cada 15 días. La llevaba siempre algún papá o miembro de la cooperadora un viernes y el lunes la buscaba alguien más, y regresaba al campo.
La Escuela Nº 13, otro de los destinos de la maestra rural.
"Siempre que me iba a Tornquist tenía terror de que lloviera el fin de semana. Me daba miedo que mis chiquitos se quedaran solos y a la deriva. Cuando había tormentas fuertes los papás veían a buscarlos antes a la escuela", recordó.
Rosalina asegura que nunca se sintió mamá de los alumnos, pero si una maestra con mucho cariño para ellos.
"Ellos tenían sus hogares bien conformados. El lugar de la mamá, es sagrado. Mi lugar era compartir con ellos", dijo.
"Tuve una vez un alumno cuya mamá se había ido y a él lo criaban su hermana y su papá. Ahí sí hice de mamá. No sé si él se acordará pero yo me daba cuenta de que necesitaba ese afecto y le daba un plus más que a los otros. Nunca me olvidé de su carita, travieso, divino. Cuando uno se da cuenta de esas cosas, trata de compensar en lo que pueda", señaló.
El origen
Rosalina asegura que nació para los papeles y que la literatura le fascina desde muy pequeña. No había libro que le alcanzara.
"Mi mamá, como buena mujer de aquella época, hubiera preferido que fuera peluquera o modista. Yo tenía permiso para ir todas las tardes a la biblioteca pero no sin antes hacer la labor que tenían que saber 'las nenas', como tejer a mano al crochet o bordar. ¡Y tenía que estar prolijo, si no, no iba!", rememoró.
Las primeras comuniones en la Escuela Nº 10, del Paraje La Ventana.
De adulta, Rosalina transitó 18 años por el Taller Literario coordinado por la Licenciada en Letras Elsa Calzetta, en Bahía Blanca, donde exploró su estilo, pulió sus escritos y los compartió con otros amantes de las letras.
Cada año, sus textos formaban parte de una Antología, espacio que compartía con otros talleristas.
En una de las oportunidades que estaba seleccionando material para participar de este libro, surgió un texto en el que narraba la primera fiesta escolar que vivió en la Escuela Nº 18.
Allí describía de pies a cabeza, no solo los nervios que sentía como novata (hasta se perdió en la letra entonando el Himno a capella) si no cuáles eran las labores de una maestra rural cincuenta años atrás.
Su escrito de carácter costumbrista y con un fino relato cronológico, encantó a sus compañeros. Y allí surgió la idea de seguir escribiendo sobre más experiencias del estilo.
Finalmente las compiló en Una tarea de privilegio, libro que contó con prólogo de Elsa Clazetta y palabras de su "hermana del alma", la gestora cultural Zulma Poliansky.
El diseño de tapa y diagramación del interior estuvieron a cargo de Diego Herlein.
El libro fue subvencionado por el Municipio de Tornquist y gracias a ello fue posible su impresión.
La Familia
Rosalina tiene 4 hijos biológicos y 3 más del corazón y 9 nietos que alegran su vida y le dan impulso para cumplir sueños nuevos.