Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Karen Arranz cosecha palmas, premios y reconocimientos

La cantante, guitarrista y compositora de El Perdido, hija adoptiva de Bahía Blanca, recibió ayer un premio como mujer destacada de la Provincia de Buenos Aires.

Karen Arranz siempre abrazando a su aliada, la guitarra criolla.

Franco Pignol / fpignol@lanueva.com

   Con más de 60 premios y reconocimientos  en su trayectoria Karen Arranz sigue adelante por el camino de la defensa del arte surero, de la canción de la pampa húmeda y el sur de la Provincia de Buenos Aires.

   Ayer recibió el premio de parte de la Academia Provincial de Folklore, un reconocimiento a las mujeres en el marco del Día Internacional de la Mujer. Fue en el Campo de Pato de Ensenada (La Montonera). Luego realizó su presentación, acompañada de su marido y compañero de ruta Alejandro Lavigne.

   “Estoy muy feliz, todo premio es un mimo para el alma y para el corazón. En diciembre me otorgaron también el Cóndor de Platino que era el único que me faltaba, así que estoy realmente feliz. Todo aquel que niegue un premio es una falacia. Es una energía extra para seguir adelante. Es un honor que llegue a través de la Academia Nacional del Folklore y que me tengan en cuenta después de tantos años de defender nuestra cultura”, aclaró Karen Arranz.

   —El premio llega en un momento en donde la mujer está reclamando cada vez más espacio e igualdad en todos los ámbitos. Vos la venís luchando sola desde hace décadas dentro de un ambiente acaparado por los hombres. Imagino que debés tener varias anécdotas a lo largo de tanto tiempo.

   —El camino del canto del sur es muy complicado para la mujer porque estamos muy solas. No hay referentes femeninas. Los grandes exponentes lamentablemente han fallecido como Alberto Merlo o Argentino Luna. Ya en aquel entonces el propio Atahualpa Yupanqui le decía a Suma Paz: “acostúmbrese a andar sola porque es un camino muy difícil para la mujer”.

   —Suma Paz fue una gran pionera dentro del folklore surero.

   —Claro que sí. Fue, entre comillas, la hija adoptiva de Atahualpa Yupanqui, artísticamente hablando. Fue quien heredó la obra yupanquiana y fue la que la reivindicó a ella como mujer, como artista y como exponente. Es la abanderada que tenemos dentro del canto criollo y surero.

   —¿Cuántos años llevás en el camino del canto y la guitarra surera?

   —Llevo más de 30 años de carrera. Grabé mi primer disco a los 8 años. Ahora tengo 44 a cuestas, no tengo problema en decir mi edad.

Ella y el mate

   —¿Qué significa el mate para un folklorista argentino? ¿Qué significa el mate para un folklorista de ley como es tu caso?

   —El mate es compartir. Sirve como compañía cuando estás solo, sirve para componer, para escribir, para crear. También es una buena compañía cuando estás solo y triste: con una guitarra y un buen mate amargo la paso mucho mejor. El mate dulce no lo tomamos nosotros, no porque nos hagamos los malos, sino porque para nosotros el mate criollo es el amargo, el que te deja sentirle bien el sabor a la yerba. Se comparte porque es una mancomunión de charlas necesarias, de miradas, de palabras. No sólo con la gente de campo. En la ciudad también, hoy en día falta el mate y no existimos.

   “El mate al principio era parte de la oligarquía. Pero como había tantas enfermedades que se transmitían de boca en boca se fue relegando a las clases bajas y populares. Fue cuando se adoptó como un modelo a seguir y como algo necesario y rico. Además, servía para el diálogo”.

   —El mate y la guitarra tienen en común que ambos son un imán generador de hermosas reuniones y experiencias compartidas.

   —Gracias a Dios siempre se sientan a escucharme en silencio. Mi público siempre me regaló esa posibilidad de mostrar las canciones prestándoles toda la atención. Quienes realmente me conocen saben que yo amo el silencio porque es parte de la música y muy necesario para la vida. El mejor aplauso es el silencio para mi, teniendo en cuenta que canto y toco con una guitarra criolla sin enchufe.

Ella y la guitarra

   —Ya no quedan mujeres que toquen música surera con la guitarra criolla...

   —Sigo sosteniendo que hay que seguir dando el mensaje. Ante tanto estrés y locura hay que saber que todo avance tecnológico es bueno pero hasta el punto en que nos empieza a afectar. Hay que tener cuidado con los celulares y las pantallas.

   “Muchos me dicen que escuchan mi música porque quieren bajar un cambio, quiere estar un ratito en una atmósfera de simplicidad, cotidiana y pura”.

   —Hace un par de semanas estuviste en El Perdido, tu tierra y pudiste actuar. Hubo muy buenos comentarios de la actuación, incluso se animaron a escribir que fuiste profeta en tu tierra.

   —Parece mentira, pero el tiempo pasa. Siempre voy a reencontrarme conmigo misma y mis afectos, por una cuestión de necesidad espiritual. En esta oportunidad, después de 20 años, pude volver a cantar en mi pueblo. Fue muy emocionante. La agrupación Los de Fierro organizaron una gran fiesta y me recibieron con muchísimo cariño y amor. Estuvimos una hora y media con Alejandro y nos pidieron cuatro veces que volviéramos.

   —¿Tenías idea de cómo te iban a recibir después de tantos años?

   —Sinceramente lo que pasó fue inesperado. Está siempre ese mito que dice: “¿qué va a cantar bien si vive a la vuelta de mi casa?” o “nadie es profeta en su tierra”. Es muy difícil que te reivindiquen cuando hay mucha gente que te conoce desde chica. Estoy muy agradecida.

   —¿Qué ocurrió con “El Sur se viste de Gala” y con tu programa en Radio Nacional después de tantos años de trabajo ininterrumpido?

   —Me los quitaron por una cuestión política. Yo tengo mi ideología, pero jamás hice política en el escenario. Eso sí, siempre conté las verdades. Hoy no hay cantores que digan realmente las cosas como son, que se jueguen, que tengan la dignidad en su canto. Yo lo tuve toda la vida, por eso nunca le debí nada ni a los políticos ni a los sellos discográficos ni a las fiestas. No cualquiera puede elegir el camino que ama y hacerlo con dignidad. Reivindico el conocimiento permanente. Hay que estudiar. Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.