Bahía Blanca | Martes, 19 de marzo

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Luciano Lamberti: "El horror puede ser muy tangible si lo que está en riesgo es la vida"

"La masacre de Kruguer", la nueva novela de horror del escritor cordobés, "debería llevar la advertencia: esto puede ocurrir".

Fotos: Télam

   La masacre de Kruguer, la nueva novela de horror de Luciano Lamberti, "debería llevar la advertencia: esto puede ocurrir", afirmó su autor, quien imaginó un pequeño apocalipsis homicida en un pintoresco pueblo del sur argentino y armó la narrativa como un policial crudo con testimonios, reconstrucciones, notas de diarios y un comisario vencido por la verdad.

   Seres espectrales que se arrastran en cuatro patas entre las sombras de un bosque (probablemente muertos del pueblo), una piedra extraña derrite la nieve y quema el pasto y a los animales de alrededor, voces infantiles invitan a hacer daño.

   Nacido en San Francisco, Córdoba, en 1978, Lamberti es autor de libros como El asesino de chanchos, Los campos magnéticos, El loro que podía adivinar el futuro y La casa de los eucaliptus.

   Télam: Kruguer, el pueblo de la masacre, está en la nieve, apartado entre las montañas en algún lugar de Argentina. El pueblo al que llamás Los Primeros parece un juego de palabras con pueblos como Los Antiguos. ¿Cuánto de ficción y de realidad hay en esta historia?

   Luciano Lamberti: Las primeras ideas surgieron en 2013, vivía en la ciudad de Unquillo, en las sierras chicas de Córdoba, y los medios nos bombardeaban con el discurso de la inseguridad. Parecía que en cualquier momento alguien podía entrar por la ventana y clavarte un cuchillo en el pecho. Ahí empezaron las imágenes de lo que sería la novela, pero tardé en entenderlo porque así trabajo, con imágenes que poco a poco voy entendiendo. El escenario viene de mi imaginación, un poco mezcla de Bariloche con La Cumbrecita, lugares donde me gustaría vivir: fríos, solitarios, prolijos. Y la locura ahí se nota más. Lo importante no es si la masacre ocurrió, sino que podría ocurrir. Debería haber puesto esa advertencia al principio de la novela: "estos hechos podrían ser reales".

   T: La historia se estructura en la extrañeza de los días previos a la masacre y en los testimonios posteriores, al tiempo que advierte, en boca del excomisario Dut, que no hay explicación para lo que ocurrió.

   L.L: En toda narración de horror hay un trabajo con el narcisismo de los personajes: el horror proviene de sus propias mentes, la radiación del meteorito lo único que hace es liberar algo que ya estaba ahí. Y si pensamos la novela como un policial, veremos que está construida para que el lector tenga más acceso a la verdad que el propio detective, como una tragedia anunciada: todos se dan cuenta de que algo horrible está por pasar y, por inoperancia o racionalismo, no hacen nada. Más que en la sorpresa, pensé en el efecto suspenso: desde el título el lector tiene todos los datos y lo que se juega es la aproximación a ese núcleo oscuro.

   T: El pánico, aquí, sugiere algo más centrado en el espíritu que en los actos gore extensamente narrados. En la matanza no está lo tenebroso, el pavor se inscribe en el dolor físico y psíquico posterior y en "eso que aún no tiene nombre" anterior. ¿Qué es el miedo para un escritor de horror?

   L.L: Trabajé con la idea freudiana de lo siniestro: da menos miedo algo monstruoso que algo familiar que revela un costado desconocido. Un relato de terror debería ser lo suficientemente específico como para trabajar un miedo en particular y lo suficientemente general para trabajar el miedo de un lector anónimo. Si hay una filosofía del terror, es la misma que la del fantástico: la posibilidad muy cercana de la locura, de perder los límites de lo real, que se verifica en cualquier película del género, sobre todo en las buenas (pienso en Hereditary, de Ari Aster por ejemplo). Como dice Stephen King: el terror es la oportunidad que tiene lo social de generar símbolos que sean una vía de escape. El exorcista era la forma en que los padres veían a sus hijos en esa época: endemoniados, incomprensibles.

   T: En este relato el gore pareciera la parte infantil de lo infame. Lo más inocente y sencillo, lo menos nocivo: asco e impacto: sangre, sesos, espectáculo. Como si fuera cosa del cuerpo, ni de la mente ni del espíritu.

   L.L: Una larga tradición de literatura política argentina recurre al gore o al trabajo con el cuerpo pensándolo como símbolo, desde El matadero de Echeverría a los cuentos de Mariana Enriquez, pasando por Walsh y Lamborghini. Lo que pasó con las manos robadas de Perón. El devenir del cuerpo de Evita. Los desaparecidos por la dictadura. Hay muchos ejemplos. El terror puede ser abstracto, misterioso e invisible, pero también tangible cuando es tu vida lo que corre un riesgo.

   T: Y a veces la literatura de horror funciona como una tabla de comportamientos monstruosos, dándole un dimensión metafísica a acciones tipificadas en códigos penales ¿Ves algo de eso en esta historia?

   L.L: Los habitantes de Kruguer se vuelven zombis, funcionan como manada, pierden la dimensión individual. No tienen un objetivo claro más que hacer el mal y dejar salir todo eso que tuvieron tanto tiempo encerrado. El mal (las entidades) se disfraza de lo que aman o de sus temores más profundos, el terror pone en juego luchas internas que adquieren formas externas. (Télam)