"Debo a Bahía Blanca el aprendizaje que me condujo a integrar Les Luthiers", dijo Jorge Maronna
Vuelve a nuestra ciudad el grupo humorístico y se presentará con cuatro funciones en el Teatro Gran Plaza (Alsina 170).
Les Luthiers vuelve a nuestra ciudad para presentar la antología Gran Reserva. Eso será el próximo viernes 6, sábado 7 y domingo 8 en el Teatro Gran Plaza (Alsina 170).
Serán cuatro funciones y las entradas se pueden conseguir desde la comodidad de tu casa a través de la web Ticketbahia
En la previa, charlamos con el bahiense Jorge Maronna, uno de los integrantes del grupo de amigos que fundó hace ya más de 50 años el grupo humorístico.
“Gran Reserva es una antología divertidísima que incluye mucha música de géneros variados: barroca, de películas de vaqueros, polinesia, romántica, marchas militares, boleros, blues, etc. Las piezas que la integran fueron escritas en su mayoría en los años ’80 y ’90, y luego revisadas y renovadas. En mi opinión es la mejor de todas las que hicimos en los últimos años; el público y nosotros la disfrutamos enormemente”, cuenta Maronna.
El gran banquete
Hace más de 50 años que Jorge se fue de nuestra ciudad, sin embargo tiene muchos argumentos para estar feliz de volver al menos una vez por temporada.
“Cada reencuentro con Bahía, donde viví mis primeros quince años, me emociona. Tengo allí muchos queridos primos que en cada visita de Les Luthiers tienen la generosidad de preparar un banquete cariñoso y pantagruélico al que invitan a todo nuestro grupo, razón principal por la que mis compañeros Luthiers esperan la gira bahiense tan ansiosos como yo”, explica Jorge.
—¿Aprovechás para dar una vuelta por la ciudad?
—Suelo hacer el recorrido por los lugares de mi infancia y adolescencia, paseo que empieza por mi la que fue mi casa, en Colón al 400, y continúa en la Escuela Nº2; luego por la hermosa Biblioteca Rivadavia, en la que cada semana devolvía un libro y retiraba otro; el Club Argentino, donde aprendí a nadar a pesar del severo profesor que sin piedad nos hundía la cabeza en el agua; los grandes cines de la calle Chiclana, lamentablemente reconvertidos hoy para otros fines; el Parque de Mayo, donde al hacer tai chi chuán en un sitio que suponía tranquilo sufrí las crueles burlas de unos ferroviarios que, mientras se transportaban en silencio sobre una zorra de mano, se manifestaron dudosos de mi virilidad.
—¿Qué sensaciones te encontrás en cada viaje?
El instrumento más difícil de afinar no es una creación nuestra sino un sitar importado de la India: `Así hablaba Sali Baba`; tiene una interminable cantidad de cuerdas, que ponen a prueba la paciencia y los nervios de quien lo afina, aunque éste sea un imperturbable monje de la India".
—Debo a Bahía los aprendizajes que me condujeron a integrar Les Luthiers. Tuve la suerte de nacer en una familia interesada por la cultura y en una ciudad que me ofreció oportunidades valiosas: fui asiduo espectador de los conciertos clásicos en el Teatro Municipal, más tarde integrante de un conjunto folklórico en el Colegio Nacional, alumno de un maestro de guitarra de buena escuela, y barítono en el Coro Popular Universitario, agrupación que me dio mil placeres y fue el nexo que me llevó, ya en Buenos Aires, a inscribirme en el coro de la Facultad de Ingeniería, donde conocí a mis futuros compañeros de Les Luthiers.
“Me siento agradecido por lo que me dio la ciudad y feliz de comprobar cuánto gusta allí nuestro trabajo; en nuestras últimas visitas vi disfrutar a mis compañeros por la efusividad y el cariño del público bahiense. ¡Me tranquilizó saber que ellos no me acompañan a Bahía solamente por el banquete de mis primos!”, bromeó Maronna.
Comenzó como broma
—Al inicio ¿eran conscientes del monstruo que estaban creando?
—Nuestro origen fue una broma estudiantil, un pequeño concierto para el cierre de un festival de coros. En ese momento ninguno de nosotros tenía la fantasía de hacer una carrera artística, idea que nos habría parecido delirante; nuestro futuro parecía estar en la arquitectura, la ingeniería, la medicina, el derecho. Sin embargo, a partir de ese modesto comienzo fuimos dando pasos paulatinos y aprendiendo el oficio, en una curva que creció suave pero constante hasta que nos vimos obligados a dejar nuestros trabajos y dedicarnos de lleno a Les Luthiers. Pero tampoco en ese momento de cambio de aficionados a profesionales, que ocurrió en los comienzos de los ’70, pudimos imaginar que seguiríamos adelante medio siglo más. Y, dadas nuestras edades, tampoco lo podemos imaginar hoy...
—Juegan con el lenguaje, el ritmo y la música como si fueran ajedrecistas. ¿qué importancia tiene un guión en sus espectáculos?
En 1968 acompañé en guitarra a María Elena Walsh durante una larga temporada de su Recital para Ejecutivos y en su obra de teatro para niños Doña Disparate y Bambuco. Era un verdadero lujo".
—Los guiones suelen ser lo primero; trabajamos mucho en ellos, y salvo excepciones, la música la componemos más tarde. Antes de llegar a su estreno oficial, nuestras piezas pasan por una larga serie de pruebas piloto ante el público y necesitan sucesivas reescrituras. Por otra parte, nunca podemos saber cuánta gracia va a causar al público aquello que tanto nos divierte cuando escribimos; lo normal es que siempre haya un porcentaje de chistes que no funcionan y deben ser reemplazados, y en algunos casos extremos (pocos, por fortuna) la obra no tiene cura y debe ser descartada.
El recuerdo de Daniel Rabinovich
Uno suele pensar que los humoristas hacen reír porque son desfachatados, desvergonzados y hasta algo irresponsables. Sin embargo Les Luthiers da la sensación de que trabajan mucho (leen, estudian, ensayan) para lograr el aplauso y la risa.
“Nuestro trabajo es de un cuidado esmerado y detallista. No somos improvisadores; sí lo era el inolvidable Daniel Rabinovich, que disponía en cada show de algunos momentos en los que podía salirse del libreto, y lo hacía con desparpajo y enorme eficacia humorística. Pero Daniel tenía una intuicion y un arrojo realmente exepcionales”, recordó Jorge Maronna.
La curiosidad de sus instrumentos
Entre la gran variedad de instrumentos que fabricó Les Luthiers, Maronna cuenta que el más difícil de hacer fue la ferrocalíope, creación de Carlos Iraldi, un psicoanalista. Se trataba de una caldera con agua hirviendo, que hacía sonar una serie de ensordecedores silbatos de locomotora y arrojaba enormes chorros de vapor.
"Creo que es un milagro que ninguno de nosotros haya terminado escaldado al ejecutarla", cuenta Maronna.
"El nomeolbidet es fácil de afinar porque tiene una sola cuerda, tan delgada que parece invisible, y da la impresión de que el sonido se produce mágicamente al deslizar los dedos sobre un caño. El barríltono tiene cuatro cuerdas, que se afinan como las de un contrabajo; lo más difícil para el ejecutante es entrar en el barril, que debe ser levantado entre dos asistentes musculosos para poder colarse por debajo de él. De todos los instrumentos que utilizamos, el más difícil de afinar no es una creación nuestra sino un sitar importado de la India, Así hablaba Sali Baba; tiene una interminable cantidad de cuerdas, que ponen a prueba la paciencia y los nervios de quien lo afina, aunque éste sea un imperturbable monje de la India", cuenta.
—¿Qué recuerda de la época en la que compartió proyecto con María Elena Walsh?
—En 1968, y en compañía de dos excelentes músicos, el baterista Néstor Astarita y el contrabajista Jorge López Ruiz, acompañé en guitarra a María Elena durante una larga temporada de su Recital para Ejecutivos y en su obra de teatro para niños Doña Disparate y Bambuco. Yo tenía solo 20 años y estaba orgulloso de tener el privilegio de haber sido elegido por una artista de su nivel y poder disfrutar escuchando por la noche sus canciones para adultos y por la tarde las infantiles. Era una verdadero lujo.