Melodías de ultratumba
Un fenómeno paranormal registrado científicamente, abre la discusión sobre la comunicación con el más allá. En Punta Alta, una oscura experiencia lo prueba.
Fernando Quiroga / Especial para "La Nueva."
La descarga de la Tonomac, llenaba cada rincón de la madrugada puntaltense. Carmen, que se había dormido sobre la mesa; se despertó exaltada, con un profundo dolor en las cervicales. Las pequeñas cortinas de la cocina se agitaban con la brisa de afuera; entraba un frio persistente por el ventiluz que se abría encima de la bacha. Se respiraba el sopor invernal de una de las últimas madrugadas de mayo de 1968.
La radio, en el esquinero, debajo de las alacenas, parecía, con su débil luz intermitente, acaparar la atención del silencio:
…los miles de trabajadores metalúrgicos, a los que se le sumaron columnas de estudiantes universitarios que habían hecho retroceder a los destacamentos policiales, fueron finalmente doblegados por las fuerzas de la Gendarmería Nacional. En este proceso de reestructuración social, el excelentísimo Señor Presidente de la Nación, General Juan Carlos Onganía, expresó su profunda satisfacción frente al deber cumplido: restauración del orden, en su provincia natal…
Carmen se restregó los ojos con profunda lentitud, parpadeó varias veces antes de buscar con la vista el reloj de la pared; eran las tres de la madrugada. Los sueños persistían. El cierre de la herida abierta por la reciente pérdida de su padre, era aún impensado.
El velatorio de Don Norberto había sido a cajón cerrado. La usanza de la época era otra, pero el dolor de Carmen y el respeto a la última voluntad del Viejo, primaron. Con alma arrabalera, sentimiento de gotán desmesurado, mucha gomina y tabaco negro (verdugo de sus días) el padre de Carmen, lo había pedido expresamente.
-Carmencita, cuando me muera, más vale que me velen a cajón cerrado…no confío en ninguno de la funeraria que me pueda peinar como se debe– ironizaba ocurrentemente el alegre viudo querido por todos; cantante de tango del club de barrio, picaflor de los kioscos, quien el verse contra las cuerdas por un inesperado cáncer de pulmón, se tomaba el destino, como bien decía, con soda.
Lo que Carmen no sabía, era que esa noche recién comenzaba para ella. Impensadas e increíbles manifestaciones del más allá, esperaban, no sólo para sorprenderla, sino para cambiar su vida para siempre.
Señales del Inframundo
El siglo XX, abundante en avances tecnológicos, puso sobre la mesa algunas discusiones que, si bien en origen parecieron bizantinas, terminaron siendo fuertes “disparadores” que cambiarían cosmovisiones consolidadas por dudas constructivas.
El extraño fenómeno conocido como Transcomunicación Instrumental, lejos de parecer brujería, es hoy, a 60 años de su primera experiencia práctica, una indiscutible manifestación de lo sobrenatural.
Voces y sonidos registrados en ámbitos donde reinaba el más profundo de los silencios al momento de la grabación, abre otro debate no menor: el de la concreta percepción humana del entorno. De la misma manera que los perros responden a ultrasonidos que son imposibles de captar por nuestros oídos, y los obturadores de las cámaras de fotos determinan objetos voladores no identificados en exposiciones donde sólo vemos cielo azul, las cintas magnetofónicas de los años 50, se ufanaron en registrar conversaciones que, según quienes la realizaron, no ocurrieron allí; por lo menos al tiempo en que el micrófono captaba (o pretendía captar) otra cosa.
Friedrich Jürgenson y Konstantin Raudive fueron pioneros. En los años 50 y 60, descubrieron, no sin poderoso asombro, que los rudimentarios sistemas de grabación, registraban eventos que en apariencia “no sucedían” en esos momentos. La formidable revelación llegó por casualidad un 12 de junio 1959 en Estocolmo, cuando Jürgenson, quien tomaba sonidos de la naturaleza en una campiña lindante a su hogar, y en un profundo silencio, recogió lo mencionado; sumándole una escalofriante certeza: el científico individualizó multiplicidad de voces de personas fallecidas conocidas por él.
¿Cómo funciona? Simple, los medios de captación o transmisión de las expresiones del más allá, son nuestros elementos personales de comunicación cotidiana; hoy, celulares, tablets, etc. pero ayer, lo fueron cintas abiertas, cassettes o también la persistente descarga de una radio mal sintonizada...
Oír para creer
Carmen oteó la oscuridad del descampado por la ventana mal cerrada, ahuecó las manos para contener el vapor del aliento, cerró la celosía y se apoyó contra ésta en silencio. No podía creer que se había hecho tan tarde. Se sentía avergonzada por haberse dormido en la mesa; la soledad era mala consejera, tenía razón doña Fermina
-Ahora que no está tu papá, tendrías que casarte Nena...
Carmen cerró los ojos y sonrió por primera vez en la larga jornada. Más valía que fuese tarde (para reír, por supuesto) antes de no lograrlo.
Lo que no le hubiese causado la más mínima risa, era haber sabido de la sombra jadeante que la miraba entre la maleza del campito, a solo 20 metros de la ventana.
Alonso Juárez, era (o se creía que era por aquellos años) un muchacho con grado de deficiencia mental que sus contemporáneos catalogaban de inofensivo. Como tantas otras víctimas sociales de la discriminación y el olvido, Alonsito vivía entre el abandono y la suciedad. Decían que pernoctaba en las afueras, en un rancho improvisado sobre la línea de basurales. El pobre diablo, adalid de la discriminación extrema, era tristemente, un personaje marcado por la burla y el escarnio. Cuando Don Norberto estaba con vida, lo conminaba a bañarse; de hecho, solía llevarlo a la comisaría para tal fin. Se dejaba cuidar por el viejo, porque sabía que el viudo no dudaba en ponerlo en vereda. Al muchacho le encantaba escuchar cantar en el club a “Don Norbed”, como él lo llamaba en su jerigonza irreconciliable, porque tristemente, una parálisis facial de la niñez, le impedía pronunciar correctamente.
Siempre bromeaba con que alguna vez iban a ser familia, porque se manifestaba fiel admirador de la belleza de Carmencita; expresión que a Don Norberto no le parecía para nada graciosa; vos andá a bañarte le decía al muchacho, tirando por tierra la simple y aparentemente ingenua declaración. Y si bien lo había sorprendido en varias oportunidades mirando embobado a su hija por la calle, nunca había pasado de esto; admiración y silencio. Pero hoy, todo cambiaría.
Carmen intentaba sintonizar bien la radio, una descarga muy pronunciada coronaba la noche. La empleada de la Base Naval de Puerto Belgrano, quien había perdido a su papá a escasas 72 horas, no podía conciliar el sueño. Si entraba trabajar a las seis de la mañana, no iba acostarse por menos de dos horas; prefirió arreglar el mate, y dejarse arrullar por las melodías que, sabía que, a esa hora, venían de las radios internacionales.
Andrea Ricciardi, investigadora transcomunicacional, habla de la importancia de los avances tecnológicos frente a las manifestaciones: “No es que sólo la comunicación se da en espacios elegidos y bajo profundo silencio; lo que tenemos que entender - afirma con vehemencia - es que de haber tenido la posibilidad de contar con mejor tecnología, en los años del descubrimiento del fenómeno, éste hubiera sido indiscutible. La calidad del sonido de más simple de los celulares de hoy, es superior a cualquier registro magnetofónico de aquellos años; sobre todo porque en la actualidad contamos con programas y filtros de recuperación sonora. Pero hablemos de las tantas transcomunicaciones que se manifestaron a través de ondas de radio de amplitud modulada; muchas de éstas no quedaron registradas, y solo sabemos de sus existencia por el testimonio de los testigos”.
La manifestación
Todo fue muy rápido, el ruido de los goznes de puerta de calle; la madera resquebrajada, la enorme osatura de la mano sucia de Alonsito sobre el grito ahogado de Carmen; los ojos inyectados en fragor demencial; la respiración animal, la mano que pretendía arrancar torpemente la enagua, el resbalo de ambos sobre la mesada y el golpe en la frente del muchacho, el aturdimiento, la sangre, los gritos. Decidido a tenerla, Alonsito se incorporó bañado en su propia sangre por el corte en la frente.
…Yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno…- una extraña y familiar versión acapella del tango del Morocho del Abasto, comenzó a sonar entre las descargas de la radio. Como una pulsión hipnótica, el muchacho abandonó su objetivo y se quedó en silencio, mirando el aparato de sonido con gula bestial. Carmencita, envuelta en lágrimas, se acurrucó contra las sombras del esquinero de la cocina, mientras tanteaba en la oscuridad la silueta tosca de la vieja plancha de carbón, que se había caído en el desmadre producido por ambos al resbalar.
Alonso levantó los brazos en una posición grotesca, como si imitase un baile; uno en alto y otro sobre el pecho, mientras los ojos parecían ver más allá.
…Volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo, platearon mi sien…- la voz más que familiar parecía arrullar al muchacho. De repente, embargado por una profunda conciencia, abrió los ojos y miró desesperado hacia cada rincón de la habitación, pero no buscando a la pequeña muchacha – Don Norbed, ¡volvió! Es usté…– empezó a decir a viva voz, al tiempo que la radio callaba. Sin ver que Carmen, transfigurada y en silencio, levantaba la plancha a sus espaldas, Alonsito notó el silencio en la señal, la descarga subió el volumen y éste, torpemente, se acercó a la mesada, tropezando con los pantalones bajos. Mirando fijamente la Tonomac, el muchacho comenzó a temblar.
Pibe, -se escuchó claramente- te dije que te vayas a bañar…- El muchacho sonrió, abrió los brazos y dejó escapar un hilo de baba sobre la mesada, antes de caer fulminado por el peso de la plancha sobre su cabeza.
Todo fue muy rápido, la policía entrando desde la calle; la madera resquebrajada sobre el zaguán, las manos de los oficiales levantando el cuerpo exánime de Alonso Juárez, las efigies de los vecinos en bata colmando la entrada, y la visión de Carmencita, acurrucada contra el rincón, llorando y riendo a la vez, abrazando inmóvil una radio Tonomac que, aún desenchufada, seguía emitiendo descarga.