Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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"Cuando me decían que iba a volver a la Liga, pensaba: ¡Naaa! ¿Quién va a buscar a un tipo en silla de ruedas?"

Daniel Jaule sufrió un accidente en 1995. Su reacción, la reinserción en el básquetbol, las dudas y el humor que le pone a diferentes situaciones.

Fotos: Emmanuel Briane-La Nueva.

Por Fernando Rodríguez / ferodriguez@lanueva.com

(Nota publicada en la edición impresa)

 

   “784.800 minutos antes de volver. Para mí ese tiene que ser el título”, sugiere Daniel Jaule, en referencia al libro -de 247 páginas- que escribió con su historia Juan José Becerra y que espera publicarlo en 2020.

   El reloj se puso en marcha el 8 de marzo de 1995, a las 20.30.

   Daniel tenía 30 años y viajaba rumbo a Mendoza en su flamante Renault 19. En un momento paró, cargó combustible y retomó el camino.

   “Por esas cosas de la vida, no volví a ponerme el cinturón”, confiesa.

   Una decisión a la que, probablemente, nunca le encontrará respuesta. O sí. Es que, a la altura de Tunuyán, reventó la rueda delantera derecha. Iba solo, a 160 kilómetros por hora.

   ¿Consecuencias?

   “El auto se cruzó y fui a la banquina contraria, con tanta mala suerte que se clavó de punta en una especie de zanja y empezó a dar tumbos a lo largo de unos 100 metros”, detalla.

   En la última vuelta lo despidió por la ventanilla del acompañante y el auto se le cayó encima.

   “Me salvaron dos camioneros. Uno levantó el auto y el otro me sacó. De lo contrario -asume- hubiera muerto aplastado".

   ¿Resultado? Fractura de columna, con un orificio de dos centímetros en la médula.

   “Pensé que no me había pasado nada, porque me tocaba y no tenía ni un raspón. Tomé conciencia de la gravedad cuando llegué al hospital de Tunuyán y ví que corrían los médicos”, recuerda.

   A partir ese momento, según cuenta, le sucedieron cosas muy extrañas.

   “A veces imagino hasta que me eligieron, porque podía soportarlo, pero al principio me sentí un NN, que se había terminado todo. Inmediatamente me pregunté, ¿cómo? ¿y qué voy a hacer?”, repasa Daniel.

   Su entorno, en el afán de calmarle el dolor, le decía que podía ser periodista deportivo, oficinista y cuanta actividad se les ocurriera.

   “Todo bien, pero yo quería ser técnico. Ahora sí, tenía que recuperarme. Y un año y medio después, cuando me decían que iba a volver a la Liga, pensaba: ¡Naaa... Ni en pedo! ¿Quién va a buscar a un tipo en silla de ruedas...?

   Lo cierto fue que el técnico Flor Meléndez se enteró que Daniel estaba de visita en Pico, donde había dirigido y ascendido con Pico Football.

   “Dicen quienes me conocen, que mis ojos brillaron”, asegura el actual técnico de Del Progreso, en la Liga Argentina de básquetbol.

   Y llegó la primera práctica. “Lo recuerdo como si fuera hoy: estaban Cortijo, Chuni Merlo, Tourn, Melvin Johnson, Ruiz Moreno... Flor estaba en Puerto Rico y no llegaba hasta la segunda fecha. Cuando bajé por primera vez a la cancha, en la que construyeron una rampa, sentí absoluto respeto de los jugadores. Eso me dio una tranquilidad absoluta. Ahí entendí que la cabeza era más importante que cualquier otra cosa”, asegura.

   Las agujas marcaron 784.800 minutos y Jaule volvió a ponerse el traje de técnico, en el debut de Independiente, en la Liga '96-97.

   “Debo ser el único entrenador en silla de ruedas, en el mundo, que dirige un equipo convencional. Y no deja ser una motivación. Eso sí, no tengo porqué sentirme un pobrecito”, aclara.

   Completamente asumida su limitación, Daniel cuenta y hasta deja enseñanzas en cada frase.

   “Todo lo que pasó me quedó grabado, porque jamás perdí la conciencia”, cuenta.

   “Al principio -admite- me pregunté porqué me pasó esto a mí. Jamás imaginás que te puede pasar algo así. En un segundo te cambia la vida”.

   Son situaciones para las que, lógicamente, uno nunca parece estar preparado.

   “Si me decías antes del accidente: 'a vos te va a pasar esto, esto y esto, pero lo vas a superar', te decía 'ni en pedo'. Antes preferiría no vivir más... Pero la mente te lleva a lugares que no tenés idea. Lo vivo así. Para mí, tenemos un animal interno desconocido, que en una situación límite te aflora de una u otra manera”, enfatiza el padre de Guillermina (33 años) y en pareja, desde hace cinco años, con Yami, una cordobesa de Villa Rosario.

   El primer destino de Daniel fue el Instituto Nacional de Rehabilitación, donde le asignaron un número y lo pusieron en un pabellón con otros 19 hombres.

   “Cuando hablé con el psicólogo le dije: `usted de qué identidad me viene a hablar si me pusieron un número'. Me dijo `vaya, vaya...'".

   En Cuba, donde permaneció tres meses, la experiencia resultó diferente.

   “Ese año y medio que tardé en recuperarme fue durísimo, porque tenía golpes por todos lados. Me ayudó haber ido a Cuba, más que nada para desdramatizar que estaba en una silla. Y lo que logré después se lo debo al básquet -destaca-, porque te prepara a prueba de balas”.

   —Estabas mejor preparado que otros.

   —Exactamente. Porque en algún momento tuve la elección: te quedás encerrado entre cuatro paredes o salís. Lo que pasa que cuando elegí salir se me planteó, ¿Y ahora, adónde vamos...?

   —¿Y?

   —Y... Al principio perdí muchos trabajos por estar en silla.

   —¿Qué cambió en estos 24 años?

   —Lógicamente que no soy el mismo. Cuando volví de México, un amigo en un asado me preguntó: llevás 9 años, ¿Cuánto más vas a estar? Me iba nombrando todo lo material que había conseguido hasta que me dijo, ¿Y el tiempo de esto? ¿Cuánto vas a vivir, 120 años? Y me hizo un clic. Me volví y me llamó Petrolero, el mismo lugar donde me inicié como profesional, a los 22 años. Entendí que llega un momento que debés estar donde sos feliz. Y, también, de perder todos esos miedos que a veces tenemos los entrenadores, a que te vaya bien, mal o regular. Hay que ir y laburar. Ser tu mejor versión todo el tiempo. En eso cambié.

   —¿Cómo veías, previo al accidente, a las personas en silla de ruedas?

   —No les prestaba atención. Por ahí, porque en este país, cuando ves a una persona en silla ves a una víctima, porque está en un semáforo o lejos de desarrollar una actividad. Pero fijate que jamás sentí discriminación.

   —¿Victimizarse es natural?

   —No en mi caso. Yo pienso, ¿te tocó, lo superaste? Te felicito. Vamos para adelante. Eso sí, me preparé para esto, ¿eh?

   —¿Alguna experiencia desagradable por tu condición?

   —Mmm... No. Si querés ponerle, alguna vez que no me hayan contratado por estar en una silla. Pero es que el dirigente no sabe. Y yo trato de buscarle la otra parte a la situación. Si hay una escalera no me enojo, al contrario, pido que me ayuden “dos de acá (y se toma los hombros), dos de allá (y apunta las pieras) y vamos a subirme. Me cago de risa. Punto.

   —Es que las limitaciones son muchas.

   —Me encuentro muchas veces con la realidad que vas a un hotel espectacular y cuando querés entrar al baño no pasa la silla. Hay una ley, que para habilitar un hotel tiene que haber un baño para discapacitados. Hasta lo tomás como una lucha permanente para que cambien las cosas. Y hay algo simple: el 8% de la población argentina es discapacitada. En México, por ejemplo, jamás tuve problema en un estadio, un hotel, un restaurante o un cine.

   —¿Lo tienen en cuenta con el equipo a la hora de elegir alojamiento?

   —Trató de minimizarlo. Si voy a un hotel y no está preparado, la delegación se queda y yo me voy a otro. En eso mucho tiene que ver el cuerpo técnico. Son como mis hermanos.

 

Un toque de humor

   La naturalidad con que Daniel sobrelleva la limitación física, también le permiten desdramatizar situaciones y hasta reírse, como cuando Chuni Merlo lo ató a la mesa de control.

   “Un día se cortó la luz del Gigante -la cancha de Independiente de Pico- y Chuni empezó a gritar 'bueno, vamos, vamos... Se terminó la práctica'. Intenté mover la silla, no avanzaba y me pregunté: ¿qué mierda pasa? Cuando miré, Chuni me había atado a la mesa de control, je, je... Así un montón. Me he caído después de que un jugador se agarrara de mí saliendo de contraataque... Pero no pasa nada. Insisto, si te ponés en víctima, tenés cantidad de situaciones, pero no es así.

Raúl Merlo

Su lugar en el mundo

   Daniel nació y creció a tres cuadras de Sarmiento de Junín. Inclusive, llegó a jugar al fútbol en Tercera, de 5 o de 8.

   —¿Qué quedó del fogonero de Sarmiento?

   —Uuuyyy... ¡Qué linda época! Me pasa algo increíble. Soy fanático de Sarmiento, lloro... Con mis amigos tenemos un lugar asignado, atrás de un arco y veo un nene con toda la familia vestido de verde y me emociona. Sarmiento me hace poner maricón.

   —¿Junín es tu lugar en el mundo?

   —Sí. Es una ciudad rara, tiene equipo en Primera o Nacional B, Liga A, TNA, Turismo Carretera y tenemos 120 mil habitantes.

   —Gente pasional.

   —Totalmente. Y el mérito es que hace 30 años que pasa.

   —¿No fuiste profeta en tu tierra como técnico?

   —Ehhh... Me pasa que amo mi ciudad, pero reconozco que es demasiado exitista. He tenido ofertas y nunca elegí. A lo mejor, algún día dirija en Junín, pero no quiero que se termine el amor. Creo que pasa por ahí. Porque esto es muy injusto. Estás todo el tiempo expuesto. El riesgo que corrés dirigiendo afuera, en tu ciudad puede significar un costo alto.

   Cerca o lejos de su ciudad, adentro o afuera de una cancha de básquetbol, Daniel Jaule pregona con el ejemplo eso de que los límites se los pone uno mismo...