Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Macri, Alberto y los estados alterados...

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   En algún sentido --han tomado nota esta semana no pocos observadores y analistas-- la campaña electoral hacia la elección presidencial del 27 de octubre que ingresa en su tramo final deja a la vista un escenario en el que Mauricio Macri pareciera el retador y Alberto Fernández el defensor del título, para graficar en términos boxísticos a esta pelea a la que le restan con toda la furia un par de round.

   Para el presidente en ejercicio, solo una inmensa profesión de fe cristiana, y ahí están sus repentinas y reiteradas apelaciones a la ayuda de Dios para escalar la empinada cuesta, mueve sus actos y el de unos pocos creyentes que lo rodean. Mientras una buena legión de esa grey ya busca otros destinos laborales después del 10 de diciembre, o intenta terminar de la manera más prolija posible la tarea que le corresponde dentro de un gabinete con mas sombras que luces.

   El frenesí que le imprime Macri a su desesperada campaña del "Sí, se puede", sostenía uno de aquellos observadores, no es sólo producto de la impresión generalizada en el gobierno de que no habrá milagro el 27 de octubre. Es también una sensación que expresa el movimiento de alguien que quiere llegar, no de un presidente que "ya está" y que busca quedarse otros cuatro años.

   Para seguir con las alegorías, podría afirmarse que Macri es el nadador que redobla esfuerzos para alcanzar una meta cada vez más lejana, mientras Fernández, que es cierto que tiene algunas inconsistencias hacia el interior de la fuerza peronista multisectorial que lo tiene como candidato de todos, que deberá zanjar, hace tranquilamente la plancha.

   Otro ejemplo que clarifica todavía más aquellas impresiones, es el de los debates que se realizarán el 13 y el 20 de octubre en Santa Fe y la Ciudad de Buenos Aires. En los campamentos de Macri creen tener allí una tabla salvadora, tal vez la última oportunidad de dar vuelta la historia al menos para acceder a la segunda vuelta de noviembre. El presidente tiene una legión de asesores trabajando ahora mismo en busca del imprevisto, impensado, golpe de nocaut salvador antes del campanazo final.

   En sus diarias reuniones con su equipo de asesores en el bunker de la calle México, que comanda Santiago Cafiero, el candidato del Frente de Todos apenas si muestra interés por someterse a esos dos debates con los otros cinco postulantes. "Si no fuese porque lo manda una ley, Alberto cree que a estas alturas no aporta nada debatir", dicen sus confidentes. Abonan, claro, aunque no lo dirán en público, a la vieja máxima de la política en este tipo de cuestiones que sostiene lo elemental: el que va ganando no debate.

   "Ya está, la campaña está terminada", le dijo esta semana Alberto F. a Cafiero y su equipo. Fue luego decidir que de aquí al domingo 27 de octubre casi no hará actos en público, a lo sumo visitas muy puntuales y charlas con los factores de poder a los que todavía necesita convencer de sus bondades presidenciales alejadas del populismo histórico de su partido, en sus versiones peronista o cristikirchnerista.

   De hecho se preocupó en aclarar que el absolutamente regresivo programa de cien puntos que le entregó esta semana José Luis Gioja en nombre del peronismo "son solo ideas", avisado del espanto que provocó en empresarios e inversores o en simples dueños de propiedades de alto valor adquisitivo. Alberto, para redondear, por ahora se anotó solo en el acto del 17 de octubre en La Pampa, por el Día de la Lealtad, junto a Cristina, y analiza un cierre de campaña todavía sin escenario definido. Puede ser Rosario, o el Obelisco.

   A diferencia de Macri, que tiene que remarla todos los días, Fernández dedica sus horas a armar el que será su gabinete de ministros, mientras consulta especialmente con Guillermo Nielsen, Cecilia Todesca y Matías Kulfas los detalles del programa de reprogramación de los pagos de la deuda, a "la uruguaya", sin quitas pero con plazos más largos, que deberá encarar con el FMI si llega a la Casa Rosada.

   Una frase del candidato hizo ruido en las últimas horas y alimentó impensadas especulaciones. "Quiero un ministro de Economía fuerte", lanzó. ¿Le ofrecería Fernández ese ministerio fortalecido a Roberto Lavagna? Un vocero habitual pero siempre bajo el resguardo del anonimato respondió la inquietud, aunque dejó flotar la duda. "Puede ser, puede no ser, el armado del gabinete por ahora sólo lo tiene Alberto en la cabeza", dijo el hombre que integrará el gabinete del albertismo si todo se confirma y queda "clavado" el triunfo en las primarias del 11 de agosto.