Bahía Blanca | Miércoles, 08 de mayo

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El G20, un lustroso paréntesis que no despeja incógnitas

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Fotos Reuters y NA

   El macrismo es entre otras varias cosas un conjunto de funcionarios dados a la tarea de generarse siempre expectativas a veces desmesuradas sobre un futuro promisorio que estaría a la vuelta de la esquina, por no decir de un trimestre o un semestre, aunque la realidad pura y dura se les caiga encima la mayor parte de las veces.

   Tanto, que la reunión del G20 y la presencia en Buenos Aires por primera vez en la historia y al mismo tiempo de los líderes mundiales, incluidos los de las grandes potencias que no dudaron en trasladar a la Argentina sus problemas personales o globales, sirvió para que optimistas sempiternos engancharan este breve cambio de aire, esta bocanada de aire fresco en medio de las penurias locales, con las mejores chances sobre las que saldría parado Mauricio Macri para convertir en luces las sombras que hoy rodean su intento de conseguir la reelección el año que viene.

   Valdrían apenas dos detalles, aunque hay otros, para no convalidar esa visión extremadamente propositiva de los principales estrategas. Algunos de los cuales hasta resaltaron como el hito mayor de esa estrategia hacia la obtención de un nuevo mandato en 2019 el llanto del presidente al cierre de la gala de honor en el Teatro Colón.

   Aunque pueda pensarse que Macri soltó finalmente esas lagrimas que tenía contenidas desde que todo comenzó a derrumbarse a su alrededor con la corrida cambiaria de abril, que abrió paso a siete meses de tensiones y caídas sin remedio en las encuestas de imagen y sobre intención de voto. Que hoy perduran pese a las mieles de la cumbre y los consabidos mensajes de apoyo de Trump, Putin, Macron, Merkel, May y Xi.

   En medio de la cumbre, Cristine Lagarde dejó caer una frase que provocó un cimbronazo en el gabinete de Macri. Dijo la titular del Fondo Monetario que pese a que el gobierno está haciendo bien los deberes, vienen meses duros para los argentinos. Un calvario que, estimó, podría empezar a aflojar al final del primer semestre del año que viene. En criollo, la francesa anotició a los ciudadanos de a pie que ya sufren por la alta inflación y el aumento del desempleo, que les seguirá yendo mal.

   Nicolás Dujovne, que claramente no integra aquel batallón de entusiastas a ultranza, metió el dedo en la llaga que tal vez más moleste a Macri y a Marcos Peña, preocupado como estuvo en la cumbre en pronosticar que el beneplácito de los líderes mundiales por los esfuerzos que está haciendo Macri para enderezar el rumbo de la nave alcanza para pensar en un futuro promisorio.

   El ministro aprovechó una reunión del Consejo de las Américas para advertir que el problema a resolver no es la marcha de la economía, que de hecho sigue ofreciendo los mismos interrogantes que antes del desembarco del mundo desarrollado en estas playas, sino las incógnitas que entrega la política.

   Traducido, significa que inversores o influyentes del mundo de los negocios y de las finanzas seguirán mañana con los mismos temores que los arropaba antes de aterrizar en Ezeiza: las nefastas consecuencias que tendría para el país un regreso al poder del populismo chavista que encarna Cristina Fernández de Kirchner.

   De hecho, hay probanzas a la mano sobre ese sentimiento sombrío: la mayoría de las consultas de hombres de negocios y funcionarios políticos extranjeros a sus pares argentinos durante las reuniones en Costa Salguero y otros escenarios porteños fue una por encima de todas: si la doctora de El Calafate tiene chances de volver a la Casa Rosada en diciembre del año que viene.

   "Ellos no están viendo ahora mismo un riesgo financiero, están viendo un riesgo político de un regreso al pasado", lo reconoció en diálogos reservados con visitantes extranjeros el secretario de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo.

   En ese plano es donde, más allá de los buenos sabores que le dejará al presidente y al gobierno el paso por lo general laudatorio de los líderes mundiales por Buenos Aires, todo está por hacerse, voluntarismos aparte. Macri, dicen los observadores, deberá lograr bastante más que una buena campaña publicitaria para mostrar a los sufridos ciudadanos locales que la Argentina ha vuelto definitivamente al mundo tras años de un aislamiento nefasto. Y que eso, para mejor, se traducirá en bonanza para los bolsillos de los trabajadores y de las clases menos pudientes que hoy sufren las consecuencias del ajuste que impone el Fondo en medio de un clima altamente recesivo.

  Ocurre que en los pasillos del G20 se corroboraron dos datos: uno, la vigencia de aquel temor de los inversores a que Cristina gane las elecciones del año que viene.

   El otro, que justamente las últimas encuestas parecerían abonar ese escenario: la expresidenta se mantiene firme como la opositora que mejor mide y hasta en algunos sondeos en medio de la profundización del malhumor social hacia el gobierno, supera en intención de voto a Macri en un eventual balotaje. Por si fuese poco, se reafirma como tercer elemento el crecimiento del peronismo no kirchnerista como fuerza capaz de captar el hartazgo de la sociedad hacia Macri, pero también hacia la abogada exitosa.

   Como todas las cumbres, queda sabor a poco. Macron le corrió otra vez el arco a Macri sobre el acuerdo UE-Mercosur: ahora el problema es Bolsonaro; la británica May, en visita histórica, dejó buenos deseos de una mejor relación, pero de soberanía no se habla. El tan esperado anuncio del ingreso a la OCDE deberá seguir esperando. Y Trump lo hizo de nuevo, embretando a Macri en su guerra comercial con China. Nada nuevo bajo el sol.