1833: Inglaterra se apodera de las Islas Malvinas
Ricardo De Titto
Especial para La Nueva
Los grandes imperios mundiales tuvieron tres etapas de desarrollo. La primera y más extensa en el tiempo se basó en la expansión territorial y la dominación colonial. En ese período, además de la ocupación física de territorios por todo el orbe, el control se aseguraba instalando autoridades políticas como, en nuestro caso, los virreyes, gobernadores y capitanes generales. Justamente entonces es cuando los capitanes de los barcos son las autoridades supremas “ambulantes” y los piratas y corsarios sus agentes de vanguardia. España y Portugal llegaron a construir imperios “donde no se ponía el sol”, que abarcaban desde las Filipinas a México y desde Europa central al norte de África, los primeros y desde Brasil a la India, pasando por Angola y Mozambique los segundos. Las “casas reales”, como los Borbones, los Habsburgo, o los imperios como el prusiano o el de los zares rusos son los símbolos de ese poder sin fronteras.
Luego, la revolución industrial --acompañada por las revoluciones democráticas y republicanas en algunos casos-- favoreció a la “mundialización” del comercio. Las potencias --como Inglaterra, Francia, los Países Bajos, Prusia, y también los nacientes Estados Unidos-- dominaron el mercado mundial con sus mercancías y se potenciaron en base a un intercambio favorable de productos manufacturados a cambio de materias primas. Por último, hacia finales del siglo XIX, la exportación de capital financiero aseguró el dominio político y económico de esos estados metropolitanos en base al control de los principales conglomerados industrial y bancario.
Inglaterra en Buenos Aires
La gran penetración de capitales ingleses bajo el gobierno del grupo rivadaviano entre 1820 y 1825 fue, esencialmente, financiera, basado en inversiones y préstamos. Hacia fines de la década del '20 culmina esa furia inversionista y los ingleses se centran en avanzar lo más posible sobre el mapa mundial con sus mercaderías. Aunque la gran revolución industrial no ha llegado todavía a su momento de máxima expansión, que se producirá hacia mediados de siglo --con el ferrocarril y los barcos a vapor--, las flotas mercantes británicas surcan los mares para vender manufacturas y comprar materias primas y la marina de guerra está atenta para que nada impida el fluir del “librecomercio”. Sir Woodbine Parish, cónsul inglés en Buenos Aires y amigo de Juan Manuel de Rosas, escribía en 1838 una pintura de la invasión de productos ingleses en el Río de la Plata: “Tómense todas las piezas de su ropa; examínese todo lo que le rodea; y exceptuando lo que sea cuero, ¿qué cosa habrá que no sea inglesa? Si su mujer tiene una pollera hay diez probabilidades contra una de que será manufacturada en Manchester. La caldera de ella en que cocina su comida, la taza de loza ordinaria en la que come, su cuchillo, sus espuelas, el freno, el poncho que lo cubre, todos son efectos llevados de Inglaterra”.
Francia tenía también un sostenido desarrollo capitalista y comenzaba a disputar mercados. Su cabecera de puente en el Río de la Plata era Montevideo, donde vivían 18.000 vascos franceses. La capital oriental apreciaba mucho la cultura de la Ilustración y el romanticismo socialista sansimoniano.
Por entonces, ambas potencias recurrieron a todos sus recursos diplomáticos, comerciales y militares en su disputa por dominar el comercio rioplatense. Y, también, actuaron de común acuerdo cuando los “argentinos” les opusieron resistencia. Dominar la boca del Plata tenía el objetivo de ganar la “libre navegabilidad de los ríos” y, desde los puertos fluviales de aguas arriba, dominar también el comercio con el Paraguay --penetrar en el Mato Groso--, Bolivia y el interior de Argentina. Téngase en cuenta que en la época del bloqueo, la exportación de lana empezaba a superar en importancia a la de cueros y carnes saladas y que buena parte de ese negocio estaba en manos de colonos o empresas británicas: “40 irlandeses, 19 ingleses y 23 escoceses poseían majadas. Mac Cann, viajero inglés, habla de una familia británica que poseía en Entre Ríos más de 36.000 hectáreas y cargaba directamente su lana a Europa”. Las provincias del Litoral y las praderas uruguayas eran uno de los principales polos de desarrollo del ganado ovino. No se equivocaron. Años después, mejorada la calidad de las ovejas, habrá en el país un verdadera “fiebre de la lana”, que se convierte en el principal producto de exportación.
Entre ambas alternativas, la posición del gobierno argentino fue clara. Así como en la época de Rivadavia se habían abierto las puertas al capital financiero británico, bajo el de Rosas lo que predomina es el comercio con Inglaterra. Los representantes británicos, Parish y Mandeville --segundo esposo de Mariquita Sánchez-- tienen una estrecha relación con el Restaurador con quién, éste último, en más de una oportunidad señaló que “le hablé en mi carácter oficial de ministro británico y en mi condición privada de amigo”.
Usurpación
“El gobierno inglés se da cuenta de la importancia creciente de estas islas” dicen las instrucciones del gabinete inglés a Parish, del 8 de agosto de 1829. “Los cambios políticos y la naturaleza de nuestras relaciones con los diversos estados de que se compone unido a nuestra extenso comercio en el Pacífico hacen altamente deseable la posesión de algún punto seguro donde los buques puedan abastecerse y, si es necesario, ser carenados. Frente a la posibilidad de estar empeñados en guerra en el Hemisferio Occidental, tal estación sería casi indispensable, si es que quisiéramos proseguir esa lucha con probabilidades de éxito.”
Como parte de la política expansionista británica el Almirantazgo, en agosto de 1832 elaboró un proyecto “para ejercer el derecho de soberanía de Su Majestad en las islas Falklands”. De hecho, el año anterior, la fragata de guerra U.S.S. Lexington, de Estados Unidos, había saqueado Puerto Soledad y apresado a los subordinados del gobernador Vernet. A pesar de los reclamos, el gobierno de Washington respaldó a su capitán Silas Duncan. Las islas se convierten en un botín codiciado.
Desde el 10 de julio de 1829 el gobierno bonaerense había creado la Comandancia Militar de las Malvinas. Y en 1832, ante las reiteradas amenazas de intervención extranjera se dispuso el envío de la goleta Sarandí que puso al mando de José María Pinedo porque el comandante de las Islas, el inmigrante alemán Luis Vernet se encontraba en Buenos Aires. El sargento mayor Esteban José Mestivier debía constituir un gobierno interino pero, a poco de llegar a las islas, fue asesinado en un motín. Pinedo se topó con la presencia de la fragata Clío, que llegó a Puerto Egmont el 20 de diciembre de 1832. La Clío contaba con 120 hombres y 18 cañones mientras que la Sarandí tenía 56 hombres y 8 cañones. Pero Pinedo --contra sus instrucciones-- se negó a combatir, se limitó a recibir la bandera argentina arriada por Onslow y el 3 de enero optó por zarpar. John James Onslow, capitán de la nave inglesa, tomó posesión de las “Falklands” y comenzó la ocupación británica por medio de una compañía.
Cuando Pinedo regresó fue separado de la marina. El almirante Brown --el primer irlandés nacionalizado argentino, curiosamente-- se ofreció para ir a combatir pero el gobierno porteño no realizó ninguna acción por fuera de las protestas diplomáticas.
Posesiones ultramarinas
El movimiento sobre las Malvinas fue parte de un plan. Como destaca R. R. Caillet-Bois el Almirantazgo trataba de “extender por el mundo una verdadera red de estaciones navales desde las cuales se dominasen rutas de navegación”. Las Malvinas adquirían una importancia estratégica abriendo el camino hacia el Cabo de Hornos y el estrecho de Magallanes en momentos que se producía la colonización de Tasmania y de Australia.
El Reino Unido, entre 1820 y 1860, siguió la orientación que le fijaron tres grandes estadistas, Robert Castlereagh, George Canning y Henry Palmerston, que, en conjunto, diseñaron cuatro décadas de política imperial. Mediante los acuerdos celebrados por la caída de Napoleón, conservó el Cabo de la Buena Esperanza y obtuvo de Holanda las provincias marítimas de Ceilán, Mauricio, Malta de los Caballeros de San Juan; de Francia, las Seychelles y algunas islas de Indias Occidentales de Francia y España. En 1833 ocupa las Islas Malvinas, época en la que extiende sus derechos de soberanía sobre toda Australia y, después, también en Nueva Zelanda. Consolida también su presencia en la India tutelando los Estados Principescos, invade Afganistán y compra Singapur (1819), Malaca (1824), Natal (1843), Labuán (1846), Baja Birmania (1852) y Lagos (1861). Además, mantiene una sistemática presencia política en Grecia y los Balcanes limitando las aspiraciones del Imperio Turco en el Mediterráneo. Entre 1840 y 1842 penetró en China y dio lugar a la “Guerra del Opio” que finalizó con la paz de Nanking por la cual China cedió Hong Kong. La Reina Victoria, que asume en 1837, termina por darle forma al gran imperio colonial británico durante la segunda mitad del siglo, con la gestión de los ministros Benjamin Disraeli y William Gladstone.
Aunque, teóricamente, Inglaterra no quería dominios coloniales, su joya más preciada era la India y estaba dispuesta a cualquier tipo de intervención política o militar directa si se afectaban sus rutas marítimas comerciales. Con Francia sostuvo un equilibrio de fuerzas siempre favorable a los ingleses. Con esa luz debe iluminarse el análisis de los doce años de conflicto en el Río de la Plata, que incluyeron dos bloqueos a su puerto y la ocupación de los tres archipiélagos del Atlántico Sur: Malvinas, Georgias y Sándwich.
Hacia 1838 los ingleses habían consolidado en las Malvinas la presencia de varias familias que sumaban, en total, unas cuarenta y cinco personas. Desde entonces se consumó la usurpación de esos territorios legítimamente argentinos, a excepción del breve período de reconquista en aquel recordado otoño de 1982 del que se cumplen ahora --ya-- treinta cinco años.