Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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El recordado malón del 19 de mayo de 1859

El Cacique Calfucurá y sus capitanejos, al mando de tres mil lanzas, hicieron temblar la tierra con sus caballos en su avanzada hacia la Fortaleza Argentina.
El recordado malón del 19 de mayo de 1859. Domingo. La Nueva. Bahía Blanca

Textos: Roberto Pedro Sahores

La memoria elige lo que olvida, decía Borges, y creo que la sentencia vale para la fecha del 19 de mayo del año 1859, cuando ocurrió uno de los último malones que asolaron estas tierras. Salvo contadas excepciones, la fecha pasa desapercibida y tal parece que el olvido fuera deliberado, como si no quisiéramos recordar nuestra historia. Es un error, nada se construye sino a partir de la verdad. De poco vale ignorar los hechos. La pereza es peligrosa si se trata de escribir la historia.

Los pueblos deben recordar y conocer su historia porque ello hace a su identidad y también, ¿porqué no?, para no repetir los errores. Aquí vale aquello que dijo Ortega y Gasset: “Un historiador es un profeta al revés”.

Pero volvamos a lo nuestro. Aquella fría madrugada del 19 de mayo el Cacique Calfucurá y sus capitanejos Guayaquil y Antenef, al mando de tres mil lanzas hicieron temblar la tierra con sus caballos lanzados al galope en su avanzada hacia la Fortaleza Argentina. Lo hicieron cruzando el Napostá por el bañado de Giménez (nuestro actual Parque de Mayo) y desde ahí se abatieron sobre la fortaleza y las pocas casas o ranchos que en esos tiempos rodeaban el fuerte.

La guarnición de este último alzó sus puentes levadizos para guarecerse junto con los pobladores que consiguieron llegar a tiempo y, como forma de intimidar a los salvajes y alertar a la tropa y vecinos, se efectuaron tres cañonazos.

Simultáneamente se peleaba en los alrededores, al tiempo que varias viviendas eran incendiadas. Donde la batalla fue más intensa fue en el boliche de Francisco Iturra (hoy esquina Zelarrayán y 19 de Mayo), lugar donde los pampas saqueaban los víveres y el alcohol del almacén.

La circunstancia de que los invasores dieran cuenta de la bebida que robaban y que la lucha se desarrollaba cuerpo a cuerpo, significó una clara ventaja para los lugareños y soldados armados de fusiles y bayonetas contra indios desmontados, que así no podían utilizar sus lanzas.

También, y no hay que dejar de apuntarlo, la intervención de la Legión Italiana jugó un papel decisivo para rechazar la invasión. Los Bersaglieri (por entonces alojados en barracas construidas muy cerca de la Fortaleza) al mando del Coronel Susini y los indios amigos repelieron el ataque.

Una deuda de Bahía Blanca para con aquellos bravos italianos que soñaron con la Nueva Roma y combatieron a la par de los criollos. El malogrado Coronel Olivieri habría celebrado la valentía de sus compatriotas. Los pampas se retiraron llevándose el magro botín obtenido y las haciendas que pudieron arrear. Algunos de ellos fueron alcanzados por la caballería de Charlone y los indios amigos al mando de Linares y Ancalao en la zanja de Rosas.

Así terminó el malón en aquella fría mañana de 1859. Los incendios fueron apagándose y comenzó el recuento de heridos y bajas. El resultado difiere según las fuentes, pero varía entre sesenta o doscientos indios y uno o dos soldados y demuestra la disparidad de fuerzas que se enfrentaron.

Más o menos a mediodía el Mayor Orquera, a la sazón comandante de la fortaleza, ordenó apilar chañar seco en la ahora plaza Rivadavia. Allí se llevaron los cadáveres indígenas para ser quemados. Esos bravos pampas, de rostros curtidos por el viento y el sol, parecían gesticular en la hoguera donde eran incendiados.

Un humo denso y negro se alzó en volutas escribiendo en el cielo un acto cruel y salvaje. Me hago cargo que hay que juzgar los hechos en su contexto y que no se podía pretender que nuestros soldados fueran señoritas tomando el té, ni olvidar las tropelías de los indígenas asolando el campo, pero también es verdad que la bandera que alzaban los primeros era la de la Civilización y el episodio poco tuvo que ver con ello.

Esto no implica adherir al simplismo del genocidio de los llamados pueblos originarios o la condena a las campañas del Desierto. Cada cosa en su lugar. Al día siguiente la pira seguía encendida y, a pedido de los propios pobladores, fue retirada del lugar.

Todo esto sucedió (narrado en prieta síntesis) aquí en Bahía Blanca un 19 de mayo de 1859. Es bueno, y necesario, recordarlo.