Entre el vaivén y el impulso de volar
Nina gozaba cada noche con un sencillo ritual: una copa de vino, mirar las estrellas mientras se balanceaba en la silla mecedora que heredó de su abuela. Al compás del movimiento se sucedían imágenes, repasaba el día que terminaba y esbozaba la rutina del día siguiente. Entre sorbo y sorbo, entre vaivén y vaivén surgían preguntas y buscaba respuestas. Cuando la razón primaba por sobre la pasión surgían ruidos e inquietudes que encendían con cada estrella. Dar y recibir, dar y recibir, parecía rechinar la silla en cada oscilación.
¿Hay relaciones que como silla mecedora dan placer, pero no llevan a ningún lado?
Relaciones de pareja y simpleza no van de la mano, por el contrario, dinamismo, complejidad y estilos de vínculos son los componentes de toda relación. Cambian las circunstancias, mutan las condiciones, varía el contexto y también se alteran los sentimientos. Lazos que parecieran inmutables se tensan, se enroscan, se afinan, a veces también se engrosan y fortalecen, aunque duela, también se cortan.
¿Qué decisión tomar cuando se entrega mucho, todo y no hay reciprocidad? ¿Dar y recibir son las acciones en las cuales se debe mecer una relación?
Es sumamente difícil medir sentimientos y cuantificar emociones, en cambio son tangibles las precepciones y las respuestas, aunque claras son individuales. Podríamos enumerar amor, pasión, entrega, contención, cuidado, fidelidad, tiempo, sostén, también dinero, detalles materiales, deseos- los hombres hablan de ganas-, comprensión, escucha, estos y algunos más que seguramente mi querido lector usted podrá enunciar, se constituyen en el soporte de una relación.
Dar y recibir debiera ser equilibrado para que haya placer, pero especialmente gratificaciones repartidas; pues cuando uno de los integrantes de la pareja percibe, siente, experimenta que entrega más de lo que recoge, la balanza se inclina hacia la insatisfacción y en el peor de los casos la indiferencia, surge el deterioro y en ocasiones la relación queda sumida a la inercia.
¿Cómo salir de esa situación de silla mecedora? Habrá que examinar expectativas y registrar sentimientos de forma realista, expresarse serenamente a sabiendas que la respuesta no suela ser la esperada, será momento de replantear de ajustar expectativas o… usted decide.
Preguntar qué se espera a cambio permite que el otro pueda expresar y reformular; aunque el diálogo con uno mismo siempre abre caminos; preguntas tales como: ¿Es solidario y ayuda cuando más lo necesito? ¿Responde a mis pedidos con frecuencia? ¿Me dedica tiempo? ¿Recibo atenciones y cuidados? ¿Reconoce sus sentimientos y actúa en consecuencia? ¿Hay deseos?
Si las respuestas son afirmativas y prima la insatisfacción tal vez hay una demanda excesiva, si prevalecen los “no” tal vez es momento de dejar atrás los vaivenes de la silla mecedora que anestesia y aunque sea doloroso el despertar culminar la relación.
De niña me fascinaban las hamacas, siempre verificaba que las sogas estuvieran sanas, sabía que si estaban enredadas no podría balancearme, si estaban tensas podrían cortarse y caerme, si estaban desniveladas el movimiento no sería equilibrado. Como Nina me gusta mecerme en la silla de mi abuela, como a usted me gusta la reciprocidad, le aseguro que, así como en el día y el lugar más inesperados llegó Rodolfo, de repente “llega alguien que repara tu viejo columpio, lo pinta de colores, le asegura las cadenas y deja de hacer ruidos… entonces vuelves a volar”.