Bahía Blanca | Martes, 30 de abril

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“Somos la inseguridad, estúpidos”

Personas vinculadas a las fuerzas de seguridad le preguntaron al periodista Jorge Fernández Díaz, autor de El puñal, una novela sobre el submundo de la droga, la política, la corrupción, los servicios y demás mugres en la Argentina, cómo se había enterado de cierto crimen mafioso del que nadie sabía nada y que él describía en su novela. Fernández Díaz no se había enterado, sino que lo imaginó, pero como tenía elementos para imaginar bien, narró algo muy similar a un hecho real. La ficción, cuando es verosímil, siempre es posible.

En este caso, imaginamos la historia de un robo a un grupo de amigos que festejan un cumpleaños en un quincho de una zona oscura y solitaria de un barrio residencial. Hay unas treinta víctimas con buen poder adquisitivo. Los ladrones roban lo que pueden, pero en vez de irse tras los veinte minutos necesarios para conseguir el dinero y las alhajas, se quedan dos horas para pesadilla de las víctimas. Ocurren acciones humillantes, presión psicológica, pero nada que en verdad les reditúe algo a los delincuentes.

Sin una explicación verosímil para esa hora y cuarenta minutos nuestra historia está condenada al fracaso. Nadie va a creer que los delincuentes se quedaron por que sí.

La tentación inicial, entonces, es buscar un motivo racional. Por ejemplo, todo el asunto no es más que una operación para mandar un mensaje. ¿A quién y qué mensaje? Es una zona muy gris. No se entiende bien el mensaje ni el destinatario. "¿Nadie está a salvo de la inseguridad?". Todo el mundo lo sabe, no era necesario tanto circo.

Entonces, imaginamos algo diferente. Se quedaron porque no pudieron irse. Ahora, nuestra historia empieza con los delincuentes recorriendo el barrio. Es una linda noche de sábado y en ese sector siempre hay eventos que ofrecen buenas víctimas, todas juntas, distendidas (es verosímil, en el Conurbano ocurre siempre). De pronto, descubren varios autos de alta gama estacionados en el mismo sitio. Dos de los ladrones se hunden en la noche, vigilan, planean y, al final, entran. La idea es robar e irse, pero algo sale mal (¿se rompe el auto?) y tienen que esperar. Y aquí se nos plantea otro problema de verosimilitud. ¿Qué delincuentes son capaces de contener a 15 hombres adultos y 15 mujeres dos horas sin que todo se desmadre? No pueden ser ladrones comunes. Los ladrones comunes están borrachos o drogados para darse ánimo y dos horas es una eternidad. Tiene que ser alguien acostumbrado a manejar gente en situación de estrés. Seamos verosímiles. Decidimos que nuestros delincuentes trabajan o trabajaron en cárceles, hay varias por la zona. Son tipos capaces de mantener a raya a todos, sin pasarse tanto de la raya como para generar una reacción o llevar las cosas a un punto de no retorno para sus víctimas o para ellos. Saben las técnicas: la tensión no puede ceder nunca para que nadie piense. Hacen y dicen cosas parecidas a las que hacen o hacían, dicen o decían en sus trabajos. Al final, todo sale bien, y pueden huir de allí con su botín, de regreso a su lugar de origen. Al otro día y en los que siguen, se divierten leyendo y oyendo sobre las distintas versiones de ellos mismos. Les dan ganas de gritarles a los analistas. "¡Somos la inseguridad!, estúpidos".