Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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La que se victimiza para manipular

Con la algarabía propia del carnaval, madres ultiman detalles de los disfraces de las niñas; la comparsa está próxima a iniciar el desfile: mezcla de colores, texturas y brillos, risas y un repaso exhaustivo de la coreografía al son de la legendaria Celia Cruz: “… Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval, es más bello vivir cantando…”. Paradójicamente, en un extremo del camarín, se encuentra Magdalena, “letanía” de lamentos y quejas: “nunca me consultan… siempre me dejan afuera de todo, a mi hija le tocó ir al final de la comparsa…”.

¿Hay personas que se victimizan permanentemente? ¿Existen “víctimas” sin victimarios? ¿Lo hacen por comodidad? ¿Es un círculo sin fin del que se obtienen beneficios?

La definición de víctima hace referencia a ese ser que recibe tanto ataques o maltrato físico, verbal y psicológico, como así también indiferencia por parte de los otros, situación en la que es posible identificar así víctimas y victimarios. No obstante, el concepto que hoy nos convoca se aleja de la definición de víctima puesto que supone una dosis elevada de exageración en la condición que una persona determina de sí misma para considerarse “damnificada” en casos que no necesariamente lo suponen.

Expertos de la psicología sostienen que la autovictimización es un estado de la salud mental en la que el sujeto tiende a llamar la atención, se percibe a sí mismo como blanco de todos los ataques y persecuciones transitando por la vida “con el mundo en su contra”. Situaciones de esta índole dejan por fuera la díada víctima-victimario, pues quien se victimiza de forma recurrente lo hace por una percepción distorsionada de sí y su contexto y ve “conspiradores” donde verdaderamente no los hay.

De acuerdo con distintas estadísticas e investigaciones, esta tendencia se da mayormente en mujeres, y es un modelo de conducta que tiende a repetirse e instalarse porque generalmente quien “anda por la vida llorando por los rincones” obtiene grandes beneficios aunque no siempre duraderos, pues con el tiempo quienes rodean a estos seres se cansan de las quejas.

He conocido mujeres que hacen de la autovictimización un estilo de vida; habilidosas para la manipulación “secan sus lágrimas” con el apoyo, el afecto, el dinero, los ascensos laborales y las consideraciones extras de los corazones solidarios a los que saben conmover. Manejan con maestría la culpa de los otros y el miedo, emociones que enlazan como araña que teje su tela con actitudes morales y éticas, a tal punto que en la mayoría de los casos quedan enredadas en “su propia red”. De ahí a perder la dignidad hay un solo paso.

Si bien existen víctimas en todo el mundo como consecuencia de distintos factores y con un abanico de verdugos, las mismas resurgen del dolor y marchan por la vida con la frente en alto, tragándose las lágrimas y creando soluciones para sus problemas. Si no creyera en el cambio no escribiría estas columnas, y considero que no hay peor situación que la de quedar atrapado en un rol. Se requiere de imaginación para visualizar nuevos caminos y esbozar respuestas diferentes, entender que el entorno no es tan hostil y que no hay enemigos al acecho deparará gratas sorpresas. Conocí una mujer para la que en verdad la vida no era una carnaval y fue víctima, Rigoberta Menchu tuvo la valentía de no victimizarse y alcanzó el Premio Nobel. Su testimonio inspira a miles de seres: "Una mujer con imaginación es una mujer que no solo sabe proyectar la vida de una familia y la de una sociedad, sino también el futuro de un milenio".