Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Comida tabú

Cuando hablamos de la alimentación del hombre, es imprescindible hablar de su entorno, su evolución y su cultura. Con mucha simpatía hemos presenciado cómo extranjeros desprevenidos giran sus ojos en evidente sorpresa y desagrado al visualizar una parrilla argentina bien completa, con chinchulines, morcillas y entraña. Y es que cuando uno lo intenta explicar, sobretodo en otro idioma, el embrollo se nota.

Aquello que representa un manjar para una cultura, claramente puede resultar tabú en otra. Hay razones históricas y sobre todo contextuales para esta negación a determinado tipo de alimentos y son tan variadas como culturas, historias, religiones y territorios existan.

La religión actúa como el contenedor donde se ocultan las verdaderas razones por las que determinados alimentos se convierten en tabú.

Así, por ejemplo, en el deuteronomio se establecen todos los alimentos prohibidos y permitidos para los judíos. Los preceptos religiosos incluso van más allá y en la Tora se hacen numerosas referencias a cómo se deben separar determinados alimentos en la mesa.

La cultura cristiana, en cambio, más que prohibir convierte en pecado algunos comportamientos ante la comida, como la gula, promocionando un cierto ascetismo para llegar a la santidad. Aun así, en tiempos de vigilia, se condena la ingesta de carne.

En el Islam, la principal prescripción alimentaria se centra contra la carne de cerdo y el alcohol. Establece que no se deben matar determinados animales, y por lo tanto no se deben comer, o deben ser sacrificados de acuerdo a cierto ritual.

Del mismo modo, establece un período ascético donde la alimentación se reserva para cuando se oculta el sol: el Ramadán.

En cualquier caso, tras los preceptos religiosos se ocultan otro tipo de intereses que tienen más que ver con el entorno y la economía.

Por ejemplo, el cerdo es un “animal monogástrico que, de hecho, compite directamente con la especie humana por la comida, lo cual se hace difícil en zonas con poca agua y pastos (territorios donde se expandieron primero el judaísmo y luego el islam)” .

El tabú del hinduismo sobre comer carne de vacuno se explica porque en la agricultura tradicional de subsistencia de la India la vaca constituye una fuerza de trabajo en el campo y aporta leche y otros productos como el abono, y rinde más social y económicamente que el consumo de su carne.

Aunque no sólo de la religión proceden los tabúes alimentarios, en determinados países o culturas se considera repugnante comer carne de perro o de gato, en cambio en China, Corea y Congo es una práctica habitual.

Los psicólogos sociales explican que determinados animales han pasado del ámbito doméstico a lo familiar, han acabado siendo mascotas, y a éstas se las considera como de la familia. Y no hay nada más socialmente rechazable, que comerse a alguien cercano.

El caballo, símbolo de referencia de nuestro legado gaucho y criollo por excelencia, es otro que entra en este juego, tabú en la mayoría de occidente, parte de la mesa común en Suiza, Francia, Alemania, o Italia.

Esto nos da la pauta que hay poco de natural en la elección de lo que comemos, y que el gusto, como muchos afirman, se construye en sociedad, en contexto, en historia. Jean Anthelme Brillat-Savarin estaba en lo cierto: “Dime que comes, y te diré quien eres”.