Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

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Indios de la pampa en tiempos de revolución

El 5 de octubre de 1811, el coronel Pedro García trajo a Buenos Aires, y presentó al Triunvirato, al cacique Quinteleu y a su sobrino Evinguanau, hijo del poderoso caci
Indios de la pampa en tiempos de revolución. Domingo. La Nueva. Bahía Blanca

Por Ricardo de Titto / Especial para "La Nueva."

Durante las escasas cuatro décadas que duró el virreinato con asiento en Buenos Aires, al principio de cada verano los virreyes pedían autorización a los caciques del centro y sur de la actual provincia de Buenos Aires, para introducir carretas en su territorio y cargar sal.

Para el Cabildo era muy importante ese negocio porque tenía en su poder la exclusividad de su venta. A los virreyes, por supuesto, les disgustaba tener que “rendirse” ante los “dueños” del desierto.

Pero la sal era indispensable en la ciudad, sobre todo desde finales del siglo XVIII, cuando se comienzan a instalar los saladeros que permiten exportar cueros y, en especial, tasajo -carne salada−, que se enviaba a Brasil y Cuba para su consumo en las plantaciones.

El día de la salida y el punto de reunión de la “excursión” se notificaban por bando público y muchos habitantes de la campaña se sumaban, con carros y peones, no solo por su utilidad, sino también como forma de diversión.

Los convoyes, por cierto, no eran pequeños: el que se organizó en 1778, en tiempos de los virreyes Cevallos y Vértiz, reunió, según informa el recopilador Pedro de Angelis, nada menos que 600 carretas, aperadas con 12.000 bueyes y 2.600 caballos y en ella participaron cerca de mil hombres escoltados por 400 soldados bajo las órdenes de un maestre de campo.

El coronel Pedro Andrés García fue uno de esos comandantes que reiteradas veces hizo la travesía y llegó a conocer bien e intimar con varios de los principales “jefes del desierto”.

La tarea de García continuó después de la Revolución de Mayo. El 15 de junio de 1810, la Primera Junta, con la firma de Saavedra y Moreno, instruyó a García que visitara “todos los fuertes de nuestra frontera” y redactara un informe de la situación: “Averiguar su estado actual y proponer los medios de su mejora”, ajustándola a la nueva situación política. Lo autorizaba a enviar informes y sugerencias que él mismo podría poner en marcha en las diversas localidades.

La misión de García se extendió durante diecisiete meses y permitió ajustar las relaciones con los caciques pampeanos y reglar el comercio de sal de conformidad para ambas partes.

García redactó una extensa “Memoria” y los acuerdos pactados se sostendrán de modo bastante estable y de modo “pacífico” durante muchos años.

Su “Diario de Viaje” a las Salinas Grandes es un interesante documento que da cuenta con detalle de aquella relación entre “indios” y “blancos”.

En las invasiones inglesas

Muchas veces no se destaca lo suficiente que, durante las invasiones inglesas, los indios “acriollados”, los mestizos y los esclavos y mulatos -esa “plebe” que en la sociedad de castas hispanocriolla carecía de toda perspectiva de movilidad social−, tuvo un destacadísimo papel.

El mismo virrey Liniers estableció que los luchadores de sectores humildes eran, ante todo, americanos, “ciudadanos libres que defienden los derechos de su religión, de su rey y de su patria” y no “despreciables mercenarios”. Desde otro ángulo, las palabras de un oficial de la marina británica que se siente humillado por haber sido derrotado por “seres inferiores”, eximen de mayores comentarios.

En ese marco, el acta del Cabildo del 22 de diciembre de 1806 da cuenta de que recibió la visita de diez caciques “de estas pampas” que expresaron su gratitud por haber “echado a esos colorados de vuestra casa”.

Los jefes indígenas ofrecieron “hasta el número de veinte mil de nuestros súbditos, todos gente de guerra y cada cual con cinco caballos; queremos que sean los primeros en embestir a esos colorados que parece aún os quieren incomodar. Nada os pedimos por todo esto y más, haremos en vuestro obsequio, todo os es debido, pues que nos habéis libertado”.

Concluida la arenga, cuenta el historiador José L. Busaniche, “procedieron los señores a abrazar a los diez caciques, que manifestaron mucho contento en ello”. El alcalde Martín de Alzaga saludó en nombre de los capitulares: “Este cuerpo -el Cabildo− admite la unión que le juráis, y en prueba de ello os abraza” y les encomendó que vigilaran las costas “para que los ingleses, nuestros enemigos y vuestros enemigos, no os opriman ni priven vivir con la libertad que disfrutáis”.

Los caciques dan cuentan de que hasta entonces no se conocían: “Hemos querido conoceros por nuestros ojos y llevamos el gusto de haberlo conseguido”. La singular reunión expresa claramente que, también en este aspecto, con las “invasiones inglesas” algo había cambiado para siempre.

Buenos Aires, 1810;

Tucumán, 1816

Como señalamos ya, García realizó positivas gestiones diplomáticas con indios de la pampa al punto que logró presentar al Triunvirato al cacique Quinteleu que llegó acompañado por un numeroso séquito “de indios pertenecientes a distintas tribus” y, entre ellos, al “príncipe de la pampa” Evinguanau, hijo del gran cacique Epumer. Feliciano Chiclana los recibió con una elocuencia un poco farragosa para los sencillos visitantes: “Amigos, compatriotas y hermanos, unámonos para constituir una sola familia. Elevemos nuestros votos al Dios de los inocentes, para que cesando los estorbos que oponen los extravíos de la opinión y el furor de las pasiones, libres del tumulto de las almas y de las devastaciones de la guerra, podamos celebrar el triunfo de la razón, y dedicarnos en el seno de una paz doméstica a las mejoras que exige nuestra situación presente”.

El cordial encuentro facilitó una relación estable que perduraría: los porteños llevaban productos y “regalos” -como yerba mate, adornos de plata para los caballos y aguardiente− y se aseguraban la provisión de sal para la principal industria de la región.