Bahía Blanca | Martes, 08 de julio

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La entidad que da luz al pueblo

En el centenario de Mayor Buratovich y con 54 años al servicio de la comunidad, la Cooperativa Eléctrica y de Servicio sigue brindando su apoyo al pueblo y apostando al crecimiento y al asentamiento de industrias en la zona, a fin de trabajar por el progreso de la localidad. La Cooperativa Eléctrica de Mayor Buratovich provee de energía eléctrica a la localidad desde el 12 de Octubre de 1959.

 En el centenario de Mayor Buratovich y con 54 años al servicio de la comunidad, la Cooperativa Eléctrica y de Servicio sigue brindando su apoyo al pueblo y apostando al crecimiento y al asentamiento de industrias en la zona, a fin de trabajar por el progreso de la localidad.


 La Cooperativa Eléctrica de Mayor Buratovich provee de energía eléctrica a la localidad desde el 12 de Octubre de 1959.


 La historia dice que fue fundada el 30 de Junio de 1957 y que sus mentores fueron Napoleón Menghini y Francisco Larregui. Ambos no lograron ver reflejado el fruto de tanto trabajo, al fallecer ese mismo año.


 Nélida Menghini, hija de Napoleón y persona que forma parte hoy en día de la Cooperativa cuenta que se reunían en su casa.


 "El primer concejo fue presidido por el señor Jorge Etchecopar. Primero se juntan, se piden accionistas y se hace un recuento de la gente que ponía dinero. Con ese dinero se compraron los motores y se empezó a dar luz al pueblo el 12 de Octubre del 59".


 Nélida agrega que la Cooperativa colaboró y tomó en concesión las obras de gas del pueblo. Otra de las cosas que hizo, porque en su momento no había servicio solidario, fue llevar a cabo el servicio de sepelio que hoy sigue funcionando.


 Esta institución aspira a seguir agrandando todo el parque que hoy llega a más de 700 kilómetros. El crecimiento es inminente.


 "Gracias a Dios se están instalando empresas importantes entre la zona de Hilario Ascasubi y Buratovich, lo que nos ha demandado hacer una subestación bastante importante", alega Oscar Bruno.


 Esta subestación se esta realizando a través del FREBA (Foro Regional Eléctrico de la Provincia de Buenos Aires) y ayuda a que se acerquen más parques industriales. Sirve de apoyo y apuesta al crecimiento de la localidad y el partido.


 "La Subestación, que estamos haciendo entre Ascasubi y Buratovich, se hace para poder distribuir la energía de mejor manera y poder diagramar por sectores", explica Oscar.


 Apoyado por comentarios de Nélida, que apuesta al progreso de su localidad, manifestó su deseo de que la localidad siga teniendo productos de bandera y que se agreguen algunos otros.


 "La cebolla nos sirvió siempre pero se está terminando en la zona, se desgasta el campo. El deseo de la Cooperativa es que vengan industrias a instalarse".

La mejor fiesta de Villarino




 Al igual que todos sus coterráneos, Oscar Bruno representando a la Cooperativa Eléctrica de Mayor Buratovich, no duda en calificar a la celebración de aniversario de su localidad, como la mejor del partido de Villarino. Ha llegado a declararse de Interés Cultural, por lo que se hace casi irrefutable contradecir el título que se le puso en la opinión publica.


 "Las fiestas de Buratovich son siempre muy importantes. Se ha llegado a un nivel cultural de celebración importante, y eso tiene una gran preponderancia, tiene un muy buen número y apoyo en general de toda la comunidad", añadió.


 "Contamos con la Municipalidad y con la gente del pueblo que colabora. Me parece que es la más numerosa del partido de Villarino, la más grande", afirmó Bruno rebosante de orgullo.

Los Molinos




 Transitando la Ruta Nacional número 3, se pueden observar los Molinos de energía eólica que hoy solo adornan un paisaje que dura esa ráfaga que tarda en pasar un vehículo. Posados en el horizonte y listos para abastecer de energía a la comunidad, se encuentran en off.


 Sobre este tema se refiere Oscar Bruno. En forma de repaso histórico cuenta que fue un proyecto que nació hace 20 años.


 "Funcionaron durante una buena cantidad de años, después hubo un deterioro y no había rentabilidad, por lo que se fueron deteriorando y se pararon", explicó.


 Hoy los molinos están y pueden estar en funcionamiento mañana mismo, pero al no existir la posibilidad de vender la energía no se pueden usar.


 "Había promesas de que se iba a comprar energía, por el tema de energía limpia y de la polución del ambiente, pero no surgió nada positivo", agregó Bruno haciendo alusión a las diversas reuniones y juntas que mantuvieron con gente de Alemania, China, Estados Unidos y Brasil.


 "Lamentablemente nunca se pudo llegar al asunto de hacer el proyecto en firme. Hay una traba en la provincia de Buenos Aires, no está homologado el tema de la energía eólica, por más que se necesitó y que es de imperiosa necesidad", aseguró.


 "Queda como materia pendiente y como sueño para que en estos nuevos 100 años que comiencen, se pueda cumplir", remató.

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RECUERDOS DE MI PUEBLO

La panadería

DAVID ROLDAN
[email protected]













 Son las 2 y media de la madrugada. Es pleno invierno. A Tito apenas si le alcanza el perramo, para enfrentar el frío.


 Enciende un cigarro para "calentar" su cuerpo, cierra la tranquerita y camina en medio de la oscuridad.


 En la calle, nadie. En las pocas casas, el sueño invade. Son unos metros y unos minutos y allí está, abriendo la puerta de la panadería que se llama "Del Pueblo", porque es así, del pueblo.


 Toto Caporossi, el patrón, enseguida aparece. El resto, hace lo propio.


 Las manos, endurecidas por el frío, llevan las primeros troncos y el fuego comienza a envolverlos.


 Es que el horno debe calentarse, lentamente, hasta llegar a su punto ideal.


 En la cuadra no está helando, porque quedó el calor del día anterior.


 Se abre la primera bolsa de harina, se echa agua y levadura y comienza el amasado.


 No da para hablar mucho. Resulta pesado madrugar uno y otro día. Cuesta acostumbrarse, pero se vive de esto y esto es lo que permite llevar unos pesos a la casa, además del pan fresco.


 Amasar lleva unos 40 minutos; pasar por la sobadora, unos 20; el descanso, una media hora más.


 "Muchachos, ¿vamos con la primera mateada?, pregunta Caporossi, quien no es de muchas palabras.


 "Dale", responde Tito.


 Amargos, como siempre, y con un agua a punto que sale de una pava tiznada que sabe de muchas batallas contra el fuego.
La década del 50 está dando los primeros pasos, los campos están ansiosos de lluvias y la galleta de campo es la vedette.



 Se cortan los moldes, se pegan y a la estufa. Cuando se eleva, al cabo de una hora, ya está armado el globo interior.


 Se unen dos y... al horno.


 "Que no se besen (junten)...", alguien aconseja.


 ¿Para qué le dan consejos a Tito si allí, frente al horno, ha pasado sus mejores tiempos de panadero?


 De dos en dos, los bollos inflados enfrentan el calor.


 Al cabo de media hora, ya están cocidas las galletas, algunas más crocantes; otras, un poco menos. Como siempre, hay para todos los gustos.


 En tanto, se irá dorando un lote de panes y felipes.


 Son las 7 y la primera horneada ya está lista.


 A las 8, se levanta la persiana y llegan los clientes habituales.


 Sólo piden galleta.


 La mayoría, trabajadores de condición humilde y el pan queda reservado a quienes tienen más dinero o pretenden demostrarlo.


 Con la galleta de campo todo combina.


 Cuando es fresca o cuando, pasando los días, se endurece y se torna más crocante.


 Y si está bien doradita, mejor.


 Para agregarle un poco de manteca --cuando hay-- o para ponerle gordura de leche de vaca con algo de azúcar, que alimenta y mucho.


 Para acompañar un trozo de carne hecha en la parrilla, saborear el guiso, para compartir con unas rodajitas de chorizo casero o, simplemente, comerla sola.


 Y las bolsas, repletas, se llevan para tres, cuatro, cinco días o más para el campo, donde comen galleta el patrón, su familia o el peón.

***






 Llega la segunda horneada y la tercera.


 Se entremezcla el mate y la charla ocasional.


 Nadie pierde el tiempo y todos los momentos se ocupan, preparando el día que vendrá o limpiando la cuadra, tarea que le queda a quienes aprenden el oficio, que reciben, como pago, la enseñanza y un kilo de galleta.


 ¿Cuánto vale aprender y cuánto más llevar el pan a casa?


 El mediodía impone la pausa y el bar invita al aperitivo.


 "Un Gancia con limón para mí...", pide uno. "Para mí, un Cinzano con Fernet", acusa otro.


 Unos optan por jugar al billar. Tito y sus amigos prefieren un truco.


 Almuerzo, siesta y retorno a la panadería, pensando en el día que viene o para azar el lechón que se comerá el sábado, a la noche, como cierre de una semana como tantas.


 "Eso sí, si no hay baile", aclara Tito, que toca el bandoneón.


 Será el momento de dar rienda suelta a la comida, al vino, los cuentos y los recuerdos.


 Hasta las 2 o 3 de la madrugada, cuando llegue el momento de volver al "rancho".


 Con el perramo encima, para enfrentar la helada, y el pucho en la boca, calentando el alma...