Bahía Blanca | Martes, 08 de julio

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El ejemplo que nunca seguimos

DIAS atrás, era evocada la figura de uno de los más distinguidos políticos que tuvo el país, para confrontarlo con la realidad contemporánea. Nos referimos a Elpidio González, quien, en la década del 20, secundó al presidente Marcelo T. de Alvear y fue en dos oportunidades ministro de Hipólito Yrigoyen. Se alejó de la actividad pública cuando, en 1930, fue depuesto el gobierno de este último mandatario.






 DIAS atrás, era evocada la figura de uno de los más distinguidos políticos que tuvo el país, para confrontarlo con la realidad contemporánea. Nos referimos a Elpidio González, quien, en la década del 20, secundó al presidente Marcelo T. de Alvear y fue en dos oportunidades ministro de Hipólito Yrigoyen. Se alejó de la actividad pública cuando, en 1930, fue depuesto el gobierno de este último mandatario.




 ANTE tales circunstancias, no tuvo González reparos en ganarse la vida trabajando como modesto corredor de anilinas Colibrí. Al verlo en tal situación, desde los estamentos oficiales le ofrecieron una pensión benéfica --todavía no existían las jugosas jubilaciones de privilegio--, propuesta que descartó por considerarla antiética. Y continuó viajando en tranvía y trabajando hasta su muerte, ocurrida en 1951, en la mayor pobreza. Momentos antes de morir, pidió que le pusieran como simbólica mortaja el hábito franciscano, porque San Francisco de Asís fue su ejemplo de vida.




 UN CASO parecido, en el terreno de la dirigencia gremial y política, es en España el de Gerardo Iglesia, quien, tras abandonar una vasta actividad en aquellos dos terrenos, regresó a su Asturias natal para pedir que lo reintegraran a su anterior trabajo en una mina y poder, de ese modo, subsistir. No disponía de otro capital.




 CUALQUIER semejanza con la realidad contemporánea de nuestro país es solo un producto de la ilusoria imaginación. Una cosa es vivir para la política o el gremialismo y otra vivir de ellos definitivamente y con impúdicas prebendas económicas. Esto último constituye, en la Argentina, una de las principales causas de la quiebra de valores y de la ostentosa decadencia ética que nos embarga. El espejo de nuestra realidad refleja hasta qué extremos son válidos todos los medios para alcanzar el mismo fin: el mayor bienestar económico personal, por encima de cualquier condicionamiento ético.




 BAJO la promoción de tales ejemplos, tenemos que asumir hoy la sociedad que supimos conseguir. Y no es este un comportamiento que quede reducido a una denominación partidaria o a ciertos estratos del poder. Lo mismo da Pedro que Juan. Unas imágenes que recorrieron el país mostraban días atrás la ciudad de Hiroshima, destruida por la bomba atómica. Hoy es una urbe maravillosa, cinematográfica. En el video se la confrontaba con nuestros enclaves urbanos, asediados periféricamente por el caos, la miseria y la delincuencia. Con la concusión, muy dura, de que nuestros políticos, que de franciscanos no tienen nada --con honrosas excepciones--, y que tan generosamente financiamos, son más capaces de destruir que la propia bomba atómica.




 LAMENTABLEMENTE, estos hechos de la realidad son los que confronta y registra el común de la gente. Y si no hay un cambio de actitud fundamental que acabe con el generalizado oportunismo político-dirigencial vigente en todos los sectores, enraizado en la voracidad de las ambiciones personales, los extremos a que podemos llegar serán aún más dolorosos y de más difícil retorno.