UCR: historia de un nacimiento
Marzo de 1891.
El presidente Carlos Pellegrini dedica buena parte de su gestión a desatar los graves nudos financieros y políticos armados por la torpeza de su antecesor, Miguel Juárez Celman, virtualmente expulsado de la Casa Rosada en agosto de 1890, tras una revuelta popular.
A la vez que busca una salida decorosa para afrontar los pagos de la deuda externa y recuperar las líneas de crédito, Pellegrini piensa en el frente interno: intuye que sólo un gobierno de coalición entre el oficialista Partido Autonomista Nacional (PAN) y la opositora Unión Cívica (UC), liderada por Bartolomé Mitre y Leandro Alem, podrá sobrellevar la carga del Estado durante el sexenio 1892-1898.
Porque si bien el PAN es gobierno desde hace 17 años, la irrupción de los cívicos ya no puede ser ocultada. Es la primera vez que existe una oposición organizada con reclamos concretos: elecciones sin fraude y castigo a la corrupción administrativa. En pocos meses organizan actos, cuentan con tienen un programa alternativo de gobierno, tienen una convención partidaria, y amenazan con lograr por la fuerza lo que no pueden obtener mediante el debate.
Es lógica la inquietud de Pellegrini.
Por eso le encomienda a su ministro del Interior la tarea de negociar la alianza con los cívicos. En verdad, el funcionario designado ocupa algo más que ese mero cargo administrativo. Se trata del general Julio Argentino Roca, el hombre con mayor astucia política de su generación. Y tiene su propio plan, al margen del oficial.
Por algo le dicen "El Zorro".
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Roca comprende enseguida que su ambición de acceder a la presidencia por segunda vez en 1898 debe lograrse con un gobierno de coalición, sí, pero con la suficiente desigualdad de fuerzas como para que la UC nunca pueda inquietar al proyecto de poder del PAN, que es el suyo.
¿Cómo lograrlo? Sabe que, de todos los cívicos, Mitre es el único dispuesto al diálogo. También sabe que es fácil tentarlo con los oropeles presidenciales, que se le vienen negando desde hace dos décadas. Si logra torcer su voluntad a fuerza de envanecerlo, la UC entrará mansamente en su telaraña.
Discreto, le acerca una oferta en apariencia sencilla: sólo debe resignar a su candidato a vicepresidente, Bernardo de Irigoyen, para reemplazarlo por el diplomático salteño José Evaristo Uriburu, roquista incondicional. A cambio, el PAN ofrece el respaldo electoral de casi todos los gobernadores, quórum en el Congreso, lealtad del Ejército y confianza de los sectores empresarios liderados por Ernesto Tornquist.
Cuentan los rumores que, en la tarde del 21 de marzo de 1891, hay una larga conversación entre ambos dirigentes, y también un abrazo emocionado.
"El Zorro" ha logrado la primera parte del plan.
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Puede argumentarse que Bartolomé Mitre obra como un estadista, priorizando los cuidados de la frágil salud institucional antes que un enfrentamiento electoral que se resolverá inexorablemente con atentados, tiroteos y varios muertos en los lugares de votación.
En la aceptación pública de su candidatura puede verse ese criterio unionista: "... un gobierno de todos y para todos (...) haciendo entrar el orden político en el quicio constitucional", exclama, pocos días después.
Claro que también es válido suponer que se trata de un nuevo lapsus dentro de una trayectoria caracterizada por las alianzas inesperadas: así sucedió con los federales de Justo José de Urquiza, en 1861; con los autonomistas de Adolfo Alsina, en 1877, y con los católicos de José Manuel Estrada, en 1886.
Pero, esta vez, a diferencia de aquellas instancias, no es el único líder de su fracción. Y ahí está Alem para echarle en cara que la nueva contradicción no pasará tan inadvertida.
"No aceptaremos compromisos de ningún género que importen la continuación del régimen funesto", le responde, a través de un vibrante manifiesto.
Mitre insiste, todavía cordial, invitándolo a reunirse con los dirigentes del PAN; al menos, para conocer los pormenores del encuentro. "No asistiré porque será tiempo perdido y molestia inútil. Soy decidido adversario del acuerdo... No hay duda de que marchamos por rumbos distintos", escribe Alem, terminante.
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Las circunstancias se precipitan a fines de junio, cuando un grupo de dirigentes mitristas (Bonifacio Lastra, Juan Eusebio Torrent y Mariano Varela, entre otros) considera que es inútil seguir negociando con las negativas de Alem. Muchos ya se vislumbran como senadores o diplomáticos en la futura gestión y por eso proclaman el nacimiento de la Unión Cívica Nacional (UCN), lista para sellar el acuerdo electoral con el gobierno.
Del lado opuesto, los jóvenes Marcelo Torcuato de Alvear, Francisco Barroetaveña, Lisandro de la Torre e Hipólito Yrigoyen, todos acaudillados por Alem, también creen en la inutilidad de seguir conversando con los acuerdistas. Para ellos no hay posibilidad de pactar con los mismos a los que se está combatiendo.
El 26 de junio de 1891, se reúnen en el comité ubicado en el centro porteño y escuchan las palabras de Alem con una devoción casi religiosa: "Yo sostengo y sostendré siempre la política de los principios. Caiga o no caiga, nunca transaré con el hecho. Nunca transaré con la fuerza ni con la inmoralidad", asegura.
Y es entonces cuando lanza la frase que marcará a fuego toda una época política del país: "Yo no acepto el acuerdo. Soy radical en contra del acuerdo. Soy radical intransigente", sentencia.
Acaba de nacer la Unión Cívica Radical (UCR).
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Pocos meses después, el acuerdo Mitre-Roca empieza a deshilacharse, como era previsible. El candidato conciliador pasa a ser Luis Sáenz Peña, un veterano abogado conocido como "El Pavo", al que prácticamente lo abandonan a su suerte una vez que se calza la banda presidencial.
Roca, desde las sombras, demuestra una vez más su habilidad: mantiene al PAN en el gobierno, aunque sin el desgaste de la exposición, desmoraliza a los mitristas y se asegura un rol principal en la elección de 1898, cuando todos pidan por una imagen presidencial fuerte y la UCN sea apenas un mal recuerdo.
Mientras tanto, en varias provincias, comienzan a abrirse comités para difundir el ideario de Alem, aquel que profesa la santa trinidad de la "Causa" radical: intransigencia, abstención y revolución hasta que se vaya el "Régimen".
Uno de los primeros se inaugura en Bahía Blanca, y tiene como sede la redacción del diario "La Tribuna", fundado por Roberto Payró en la calle San Martín al 100. Ninguno de aquellos bahienses imagina que, pocos años después, esta misma ciudad dará a la UCR su primera experiencia de gobierno en el país, cuando Jorge Moore gane la intendencia, en 1894.
Aún falta mucho para llegar a los tiempos de Yrigoyen, que luego serán los de Alvear, Lebensohn, Frondizi, Illia, Balbín y Alfonsín. Pero esas son otras historias.
Mariano Buren/"La Nueva Provincia"